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LA REPÚBLICA ASEDIADA Autor: Emilio J. Cárdenas (*) |
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un respeto, solo declamado, por las libertades individuales, las leyes, los compromisos contractuales, y el estado de derecho, en general; (iv) un ejercicio autoritario de los poderes de gobierno con toda suerte de tonos intimidatorios como constante, y administraciones proclives a abusar del poder de policía, tribunales infectados de parcialidad y corrupción y parlamentos subalternos, que actúan cual sellos de goma, generalmente desprestigiados frente a la opinión pública.2
Pese a todo, esos regímenes admiten convivir con un cierto nivel de actividad política. Como cortina de humo. No obstante, reaccionan -abierta e intimidatoriamente- ante cualquier expresión que estiman peligrosa para su hegemonía.
Por sobre todo restringen -de mil distintos modos y maneras, y especialmente con la utilización selectiva de los recursos financieros del poder- las posibilidades reales de que terceros que no pertenezcan a la oligarquía política dominante puedan efectivamente acceder, de cualquier manera, al poder.
El semi-autoritarismo suele aparecer generalmente en aquellos países en los que convergen tres diferentes factores: (i) una tradición autoritaria (en nuestro medio, los caudillos; el peronismo de las décadas del 40 y 50; la breve presidencia de Héctor J. Cámpora, antes de que fuera -quizás por estas mismas razones- defenestrado por el propio Perón; y las administraciones de facto componen el tronco central de esa tradición); (ii) instituciones políticas frágiles; y (iii) la existencia circunstancial de fuertes disparidades económicas.
Nada es casual.
Lo más importante en esta cuestión es advertir que los gobiernos semi-autoritarios no son, para nada, obra de la casualidad.
No aparecen entonces por generación espontánea, ni porque si. Son el resultado-querido- de la ejecución de estrategias políticas cuidadosamente |