|
¿Se puede combatir la corrupción? Quince frentes de ataque Autor: Carlos Manfroni |
|
carreras o en su clima de trabajo a causa de sus denuncias. Frecuentemente, son los propios funcionarios de línea quienes más conocen los actos de corrupción de sus jefes. También para los particulares que denuncien actos de corrupción en los que estuvieron implicados y restituyan efectivamente los bienes obtenidos puede establecerse algún sistema de disminución de la pena.
Educación ¿pero cómo?
Casi no hay proyecto de país en el que no se hable de la importancia de la educación, aun cuando a veces no se sepa bien a qué se alude.
Resulta evidente que, en este terreno, el papel fundamental es el de los padres. Las actitudes y signos que los padres dan en los primeros años de vida y aun durante la adolescencia persisten durante toda la vida. Y no se trata de que los padres hablen a un niño contra la corrupción. Se trata apenas, pero nada menos, de ciertas actitudes elementales, que no son muchas, pero que marcan un guión de vida. Por ejemplo: que las cosas se consiguen con esfuerzo propio; que uno mismo es el responsable de sus errores; que los demás no están obligados a servirnos ni son culpables de nuestros infortunios; que debemos procurar ser óptimos en cualquier trabajo que emprendamos; que la moral se mide por los medios empleados y no por los fines; que las malas actitudes reciben la reprobación de la familia aunque hayan resultado exitosas; que el trabajo dignifica a la persona por sí mismo, antes que por el dinero que se recibe por él. Si tan sólo se inculcaran con ejemplos estas pocas y simples consignas, se habría ganado mucho en el camino a una sociedad mejor.
Sin embargo, está claro que el gobierno no tiene ni debe tener una potestad sobre la educación que los padres den a sus hijos. Puede sugerir estas conductas mediante mensajes, pero eso es todo. Es todo y no es poco.
La herramienta que cualquier gobierno de cualquier país del mundo tiene más a mano para la educación de los ciudadanos es la policía. La policía es la única cara del poder público en la calle. Posiblemente esto suene desafortunado en una sociedad en la que la policía cayó en un gran desprestigio, pero siempre será más fácil formar a un sector de la policía que está en contacto con el público que cualquier pretensión más abarcadora.
Cuando el jefe de los carabineros de Chile, José Alejandro Bernales, murió en un accidente con un helicóptero en Panamá, junto con su esposa y otros cuatro hombres de armas, las calles de Santiago se vieron desbordadas por cientos de miles de personas, cuando sus restos fueron repatriados y debieron organizarse Misas cada hora para recibir a la gente que deseaba participar de los responsos. Era la muestra del prestigio que había ganado la policía chilena.
Todos saben que es poco o nada imaginable sobornar a un carabinero de Chile. Y esto ha tenido |