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¿Se puede combatir la corrupción? Quince frentes de ataque Autor: Carlos Manfroni |
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Pero el papel fundamental que puede asignarse a la Oficina Anticorrupción es el de monitoreo del sistema de prevención y sanción en la órbita del Poder Ejecutivo.
La necesidad de un organismo de monitoreo general deriva de las pocas probabilidades —en una sociedad con un pronunciado descenso de los estándares éticos— de encontrar un gran número de personas probas para el control. En ese contexto, un equipo reducido, incuestionable y multidisciplinario puede recorrer los diferentes organismos y sistemas y señalar inmediatamente las fallas a corregir. Se trata de una tarea similar a la que cumple la Auditoría General de la Nación, pero cuyos informes se disparen en tiempo real; es decir, en forma inmediata, y deban ser respondidos con resoluciones específicas, tanto si se acatan como si no se aplican las sugerencias suministradas. Todo ello en un proceso transparente y visible al público.
A fin de cumplir todas esas funciones, la Oficina Anticorrupción debe ser jerarquizada conforme a su modelo americano; es decir, sus miembros designados por el presidente, con mayoría especial del Senado y con estabilidad en el cargo mientras dure su buena conducta, la que sólo debería ser objetada mediante un procedimiento complejo con las mismas formalidades que se emplearon para los nombramientos.
Desregulación al máximo
En estas latitudes, los ciudadanos acostumbramos a consentir la atribución de gran cantidad de facultades a aquello que denominamos “Estado”. En realidad, la propia denominación de “Estado” es incorrecta y se refiere a otra cosa, que es el conjunto de territorio, nación y organización política; y no únicamente la organización política, como solemos creer. El hecho de utilizar esta palabra en lugar de “gobierno”, como se hace con más propiedad en el mundo anglosajón, induce a los particulares a asignar un gran prestigio al “Estado”, aun cuando tengan una mala opinión de los gobernantes. Pero esta abstracción no tiene sentido. La estructura política no se maneja sola sino por medio de personas de carne y hueso, con sus defectos y pecados y, por tanto, sus grandes posibilidades de fallar, tanto mayores en cuanto se administra algo que no es propio.
Hace ya más de ocho siglos Santo Tomás de Aquino escribió que “cada uno es más solícito en la gestión de aquello que con exclusividad le pertenece que en lo que es común a todos o a muchos”;5 una verdad de sentido común que en América latina parece haber sido olvidada.
Los sistemas de autogestión de autorizaciones o habilitaciones, por medio de profesionales contratados por los propios particulares y con un sistema de sanciones graves e inflexibles ante
5 TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica; 2-2 q.66 a.2 |