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Reflexiones |
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Pero pareciera que las circunstancias actuales podrían ayudar a que ello suceda: el hartazgo de la sociedad ante la corrupción reinante está llegando a niveles no vistos anteriormente.
¿Seremos capaces como sociedad de deponer apetencias de poder e intereses económicos y de otra naturaleza para implementar el cambio? ¿Seremos capaces de comenzar a elegir a los más aptos y honestos en lugar de los “amigos” y a quienes consideremos como más influenciables y serviles?
La respuesta la tenemos solo los argentinos.
Pero lo cierto es que las sociedades más prósperas y desarrolladas son las que evidencian niveles de corrupción más bajos y sistemas institucionales sólidos y estables. La pobreza y el atraso van de la mano de la corrupción y los sistemas institucionalmente débiles. Ello no debe sorprender: no solo la corrupción constituye un enorme desperdicio y pésima asignación de recursos económicos a costa de la sociedad, sino que desalienta la inversión eficiente, genuina y de largo plazo.
Si realmente queremos convertirnos en una sociedad mejor y en un país serio, y más justo, debemos cuanto antes comenzar a recorrer esta nuevo camino.
El Director |