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Reflexiones |
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De otra manera, no se comprende el debilitamiento extremo de los controles en nuestras fronteras y la ausencia de presencia de suficientes fuerzas de seguridad en zonas calientes, cuya atención ha sido incluso reclamada por el Presidente de la Corte Suprema y algunos jueces federales en las provincias.
Tampoco pareciera ser una mera desafortunada coincidencia que funcionarios a cargo de la lucha contra el narcotráfico se encuentren procesados por sospechosas negligencias en el ingreso al país de enormes cantidades de efedrina.
Y por supuesto, tampoco es menor, que haya aparecido dinero del narcotráfico en la financiación de campañas presidenciales.
Justamente, estos hechos, sumados a la manifiesta inoperancia en los organismos estatales de antilavado de dinero, más dedicadas a la espectacularidad política que a desempeñar su real misión, a su vez dificultada por blanqueos fiscales promovidos desde el Estado mismo, son claros indicios de cómo el narcotráfico penetra, si se lo deja, la política, la justicia, las fuerzas de seguridad, y por qué no, los medios de difusión y otros estamentos sociales con el fin de proteger su negocio.
Los especialistas en la materia coinciden con el diagnóstico. Y quienes han tenido la experiencia de vivir en países “copados” por el narcotráfico son unánimes en el sentido de que “una vez que se deja entrar el narcotráfico” no se sale de él sin mucha violencia y sufrimiento.
Los argentinos hemos padecido la violencia política y la inestabilidad institucional. Se presenta ahora nuevamente una bisagra con una opción de hierro: o la Argentina continúa ignorando la gravedad de la situación y tolerando el avance del narcotráfico con las previsibles consecuencias ya descriptas, o asume la existencia del problema y articula políticas de Estado duraderas para impedir su avance. El futuro de las próximas generaciones depende de lo que resuelva hacer la generación que hoy tiene liderazgo político y social.
El Director |