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REFLEXIONES Autor: Nota del Director |
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Por supuesto que estos pésimos hábitos trasladados a la función pública producen los resultados catastróficos conocidos por todos. No es necesario abundar sobre ellos, excepto para mencionar una modalidad que si bien podrá no ser nueva, parece haber adquirido nuevas dimensiones: la compra adel voto ciudadano por prebendas de toda clase, el famoso reparto de electrodomésticos antes de las últimas elecciones legislativas y el pase ede legisladores electos de la oposición al oficialismo aún antes de asumir sus cargos.
Las consecuencias de estas conductas
Las consecuencias de esta clase de conductas son ciertamente graves. Por una parte, producen una degradación creciente en los valores éticos de la sociedad. Pero la trampa y la corrupción también tienen costos sociales y económicos inmensos.
Basta pensar en la ayuda social en materia de alimentos, ropa u otros productos que no llegan a quienes realmente los necesitan, sino que son revendidos por inescrupulosos intermediarios del sistema político. Pensemos también en el despilfarro económico que se deriva de contrataciones públicas innecesarias o con sobreprecios de licitaciones hechas a medida de algunos participantes, que afectan los recursos públicos siempre insuficientes para afrontar las tremendas necesidades de múltiples sectores de la población. No por casualidad, los países corruptos, son también pobres.
¿Qué puede hacerse al respecto?
Se podrá argumentar que la situación descripta no es nueva y que viene arrastrándose desde antaño. Es cierto, pero tanto peor, porque ello confirma nuestra incapacidad como sociedad para reconocer y superar el problema. Sin embargo, hay un elemento preocupante adicional, que es un progresivo agravamiento de la situación y la sensación que todo tiempo pasado fue mejor (o menos malo). Es difícil medir la gravedad de estas prácticas por épocas, pero realmente no se vislumbran mejoras sensibles. |