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LA CLARIDAD EN LOS ESCRITOS JURÍDICOS Autor: Martín López Olaciregui |
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También en el terreno de la literatura hay autores notables que escriben de una forma incomprensible. Pongamos, por caso, James Joyce y Samuel Beckett. Casi nadie se anima a leer el Ulises de Joyce, y los que lo han intentado han abandonado a la tercera o cuarta página. Esperando a Godot, de Beckett, puede superar la tolerancia del más paciente, ya que es un texto indescifrable y fuera del alcance del gran público e, incluso, del de una persona medianamente culta. Cabe preguntarse de qué nos sirven estas obras a los simples mortales, si no podemos entender qué es lo que el autor nos quiere decir.
Por cierto, hay muchas excepciones; es decir, grandes obras literarias entretenidas y que se entienden perfectamente. Por ejemplo: casi todos los libros de Gabriel García Márquez; los poemas y algunos cuentos de Borges; Misteriosa Buenos Aires y Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez; El nombre de la rosa, de Umberto Eco; La insoportable levedad del ser y La vida está en otra parte, de Milan Kundera; La tregua, de Mario Benedetti; las Crónicas del ángel gris, de Alejandro Dolina; etc. La claridad en la escritura también es un arte; y no fácil, por cierto.
Lo mismo pasa con la poesía. Hay poemas ininteligibles, en los que uno no sabe si está ante una creación excelsa, o si el autor ha juntado palabras y versos arbitrariamente y sin ton ni son; una buena muestra de esto son la mayoría de los poemas que salen en los suplementos literarios de los diarios.
Ahora bien, la literatura no persigue estrictamente un fin práctico. Si el lector comprende un texto literario, bien; si no, mala suerte, para el lector y para el autor. Pero la cuestión es distinta cuando es necesario que se comunique algo a alguien, lo que ocurre casi siempre en los textos científicos y técnicos.
Es por ello que esos escritos deberían ser claros y accesibles. Sin embargo, la mayoría de los profesionales y de los especialistas en lo que sea (abogados, médicos, economistas, filósofos, psicólogos, etc.; y ni hablar de los mecánicos de automóviles) veneran sus |