Martes, 26 de Agosto de 2008

159º Almuerzo de Confraternidad-Celebración del 25 de mayo

El 21 de mayo, se llevó a cabo el 159º Almuerzo de Confraternidad que, en la oportunidad tuvo el especial propósito de conmemorar la referida fiesta patria. Invitada especialmente para la ocasión, la historiadora María Sáenz Quesada, se refirió al tema “Argentina 1810-2008, Problemas de ayer y de hoy”.

Palabras de presentación Dr. Enrique del Carril

Les agradezco a todos su presencia, para festejar juntos estos acontecimientos de la Semana de Mayo. Los hechos vividos en 1810 en nuestra ciudad fueron el inicio de una revolución por la cual se gestó nuestro país. Esos hechos nos marcaron con el ejemplo del coraje de aquellos padres de la patria que, desde diversos sectores y con diferentes puntos de vista, lucharon por un objetivo común: hacer una nación e integrar en ella a las diferentes ciudades y regiones del virreinato que caía.

Los hechos históricos que se hilvanaron luego de esa semana, demostraron que construir una nación no era tarea fácil. No sólo por el enemigo externo, sino porque debíamos superar nuestros propios egoísmos y debilidades. A mi juicio, éstas se reflejaron especialmente en una clara tendencia a la concentración del poder y al centralismo, vicios que fueron una constante en nuestra historia, y que los acontecimientos de hoy indican que no han sido superados.

Este 25 de Mayo pone a los argentinos ante la disyuntiva de elegir dos lugares distantes, con actores diferentes, para festejar la fecha patria. A mi entender esto ocurre porque a nuestra tradicional intolerancia se agrega una acción de gobierno que no ha hecho otra cosa que exacerbar las divisiones. Quiera Dios que todos reflexionemos para unirnos ante una empresa común, que es nuestra Argentina. Esto que acabo de decir lo expreso con el énfasis de mi opinión personal, pero tratando de interpretar el ideario de nuestro Colegio, reflejado en sus Declaraciones.

Hemos invitado a la Licenciada María Sáenz Quesada, historiadora que bien puede no compartir lo que acabo de decir. Pero justamente lo que nos interesa es escuchar la opinión de personas como ella, que tienen bien ganados méritos para enseñarnos y exponer sus ideas sobre lo ocurrido en aquellos días del nacimiento de nuestra patria. Dejo con el uso de la palabra a la licenciada Sáenz Quesada.

Disertación de la Lic. María Sáenz Quesada

Me voy a referir al Mayo mismo de 1810 y a sus celebraciones posteriores, y si después ustedes quieren hacer algún comentario o pregunta más actualizados, con gusto les contestaré. Pero creo que como historiadora me corresponde referirme al pasado; no al más remoto, primero vamos a pensar en el año 1908.

La Semana de Mayo en 1908 fue muy importante por varias razones. Si estuviera aquí el amigo Horacio Sanguinetti diría que fue porque ese 25 de Mayo se inauguró el Teatro Colón, y creemos que tendría mucha razón. Pero también porque en la Semana de Mayo de aquel año se puso en práctica un gran ensayo general de lo que se llamó la “enseñanza patriótica”, es decir, aquella formidable iniciativa del Dr. José María Ramos Mejía que entonces presidía el Consejo Nacional de Educación, un hombre que llevaba la historia del país en su sangre. Era descendiente de alguien que había sido Libre del Sur en 1839, y nieto de Pancho Ramos, que tuvo en su estancia de Kaquel Huincul el ensayo de una forma distinta de tratar al indígena.

El Dr. Ramos Mejía, que representó al pensamiento de la época, respondía a un tremendo problema social de la Argentina entonces: cómo integrar al hijo de inmigrantes, cómo convertir al extranjero y a su descendencia en argentino, cómo argentinizar a la sociedad. Éste había sido un largo debate desde que en 1880 se advirtió que aquel llamado inicial de la Constitución del 53 “a todos los que quieran habitar el suelo argentino” tuvo una respuesta masiva, y que no toda la gente que venía respondía a las expectativas, porque no pertenecían a aquellos pueblos “rubios o de ojos azules” o porque precisamente cuando respondían a esos rasgos, eran los que menos se querían argentinizar. De modo que el recurso fue poner mucho énfasis en lo que decía recién el Dr. Del Carril, la gesta de Mayo, sus protagonistas; empezaba toda esa iconografía donde si no se conocía la cara de un prócer, se buscaba algún descendiente o algún informe, se lo dibujaba. Nosotros en el colegio, durante muchas generaciones, aprenderíamos que Saavedra o Moreno tenían tal rostro, cuando en realidad no había existido un buen retratista en la sociedad de la época, de modo que eran imaginarios. O imaginábamos a Mariquita Sánchez cantando el Himno en un salón con un mobiliario que entonces todavía no existía.

Esta “enseñanza patriótica” se lanza en 1908 y comienza con un gran discurso de Belisario Roldán el 25 de mayo en el Colegio Nacional de Buenos Aires, apelando justamente a que los hijos de inmigrantes se argentinicen, que busquen la identidad de su nueva patria y no la de la anterior. Un tema crucial que se iba a ratificar cuatro años después, con la Ley del Voto Universal, que se hizo pensando en este desafío. Esa ley hizo mucho camino, porque la Argentina había construido previamente un gran sistema educativo, el mejor de América y uno de los mejores del mundo en su momento. Entonces, ese arma formidable de la escuela pública, que se presentaba como una oferta mejor que las privadas o que las escuelas de las colectividades, se puso en funcionamiento con un sentido político y de identidad. En estos momentos, como todo, está en crisis pero no tanto. Porque todavía aquellos héroes fundadores —Belgrano, San Martín—, cuando se hace un programa popular, siguen apareciendo, siguen constituyendo el “gen argentino”, dicho en términos de un programa reciente.

Remontémonos un siglo más atrás, a 1808. Se han cumplido precisamente en estos días dos siglos de un hecho trascendente que terminó con el imperio español americano, salvo su enclave de Cuba y Puerto Rico. Es la farsa dinástica de Bayona, el cambio de dinastía y el reemplazo del Borbón Fernando VII —ya peleado con su padre Carlos IV— por un Bonaparte, por una dinastía francesa. Esto hace temblar todo el edificio de la monarquía, ya muy conmovido por la batalla de Trafalgar y por el fin de la flota española (la única forma de comunicar a la metrópoli con sus colonias). Porque todo el sistema descansaba en la monarquía, no era un sistema constitucional, era un sistema monárquico basado en la legitimidad de una familia reinante y en el pacto que supuestamente se había establecido entre unos y otros.

De modo que cada región del imperio va a responder a este desafío, porque todo era el rey, las fiestas vinculadas a la corona, todo eso que iba a sacralizar después la Revolución de Mayo alrededor de ese nuevo sentimiento de patria, era antes la corona: sus fastos, el nuevo príncipe, la muerte de un rey, el ascenso de otro, etc. Por eso, cuando en el colegio estudiamos las idas y venidas del año 1808, cuando viene un emisario de Bonaparte y se reúne secretamente con Liniers, y esto hace despertar toda clase de sospechas alrededor de este intachable y leal servidor de la corona borbónica, es porque la conmoción era muy grande, hay que cambiar la fecha de jura de un rey, ¿cómo se hace? Y todo esto en un aislamiento, en una distancia difícil de imaginar; cada jurisdicción reacciona en estos años. México en forma muy anticipada porque tenía mejor información, luego Caracas y Buenos Aires en forma muy similar en el año 10, en forma pionera Quito y La Paz, y Sucre y Chuquisaca. Es decir, en todo esto hay un matiz regional y un elemento común, que es recurrir a los cabildos, recurrir al ”juntismo”, y lo regional va definiendo las futuras patrias.

¿Cuál era la característica regional en el Río de la Plata? En primer lugar tenemos dos ciudades, Buenos Aires y Montevideo que rivalizan entre sí, incluso en su sociedad y su gente, y que van a tomar caminos levemente distintos. Pero ambas enfrentan en 1808 un gravísimo problema, que es la llegada en enero de ese año de la Corte portuguesa que viene huyendo de Bonaparte a bordo de la flota británica, y llega al Janeiro, como se decía entonces, y se da una de las posibilidades de ese momento: incorporarse a la corona portuguesa, como es la ambición de Carlota Joaquina, la princesa regente, que es hermana de Fernando VII: hacerlo con condiciones, sin condiciones, negociar, ¿qué hacer? Esta es una de las disyuntivas que se plantean previamente a Mayo, y ya en el año 10 está definido, con el fracaso del proyecto llamado carlotino, que el Río de la Plata no se va a incorporar al Brasil portugués, y esta es una de las grandes definiciones de ese momento.

La otra gran definición ocurrió en los dos años anteriores, con las invasiones inglesas. La síntesis de estas invasiones la expresa quien mejor nos ayuda a entender la época, Manuel Belgrano: “el viejo amo o ninguno”, dice luego de negociar como tantos negociaron en la ciudad ocupada por los ingleses en 1806. Aquella futura elite revolucionaria tuvo este problema de qué hacer con los ingleses: ¿aceptar ser una factoría o un protectorado inglés? Algunos adhirieron a eso, por ejemplo Saturnino Rodríguez Peña, y quienes acompañaron o apoyaron la ocupación de Buenos Aires, que no fueron muchos pero existieron. ¿O preferir la lealtad al viejo amo? ¿O elegir la independencia? Aquí estuvo Belgrano en sus conversaciones mantenidas en inglés con algunos de los altos oficiales que vinieron. Y es interesante ver en esa época, por una parte el desencanto ante el fracaso del sistema español como protección (es eso lo que representa el rechazo a Sobremonte), la humillación que relata el hermano de Mariano Moreno en la biografía de éste, y al mismo tiempo lo que cuenta también Mariquita Sánchez, la fascinación que ejercen los invasores por su atuendo, por su disciplina, por lo nuevo que representan, y el rechazo porque, llega a decir, son herejes o “judíos”.

Porque no se conoce al extranjero de otra religión en esas sociedades tan plegadas sobre sí mismas como eran las colonias españolas en América. Pero también aquí en 1807 es que se define: ingleses dependientes del imperio, no. Comerciar con los ingleses como preconizará Moreno en el año 9, sí. El comercio es la base de la vitalidad de Buenos Aires, que va a ser en esos momentos y en muchos más, cabeza del Virreinato. Por eso hoy, el hecho de no festejar el 25 de Mayo en Buenos Aires es un grave error historiográfico, porque el 25 de Mayo es el cabildo, y es en el Cabildo donde debemos recordarlo, así como el 9 de Julio es Tucumán y es las provincias. Esta es una tradición no arbitraria, lo dijo recién alguien de la Iglesia, el Padre Marcó; es una tradición argentina de la mejor calidad y que además se sostiene en toda la vasta historiografía. Porque hay que decir que mayo de 1810, y todas éstas, las intrigas del año 8, no son misterios desde el punto de vista de la historia.

No nos han mentido, está lleno de información historiográfica de la mejor calidad, y no solamente la que se publicó, cuando les comentaba en tono risueño sobre los rasgos de los próceres, donde tanto tuvo que ver el Museo Histórico Nacional en ese momento y quien lo dirigía, sino también por la extraordinaria labor historiográfica que se hizo en 1960 con motivo del sesquicentenario. De ella son testimonio los tomos de la Revista Historia, de Raúl A. Molina y la Revista de Genealogías, que publicó en un volumen al que siempre recurro, los datos biográficos con información de Roberto Marfane sobre el Cabildo Abierto del 22 de mayo: quiénes asistieron, quiénes conformaban aquella elite porteña muy reducida, de una ciudad pequeña de 45.000 habitantes como era entonces, que tomó la decisión de hacer el 25 como lo recordamos. ¿Quiénes eran realmente? Porque lo importante también es ver que ha surgido un nuevo grupo dirigente, el primer grupo dirigente que no depende de España sino que piensa el país desde aquí, algo que muchas veces durante la vida independiente de la Argentina después no se ha hecho.

En 1791, un jesuita expulsado por el rey Carlos III, el Padre Vizcardo y Guzmán, escribió un panfleto que tuvo mucha repercusión, la Carta a los españoles americanos, que es un antecedente de la emancipación, en la cual instaba a los americanos a pensar la América desde América, cada uno desde la región que correspondiera. Y decía “este es nuestro nuevo mundo o nuestra patria”. Este concepto fué importante y empezó a despertar ideas en los criollos que hacia 1800 tienen conciencia de sus diferencias. Esa conciencia la marca muy bien Federico Alejandro de Humboldt en la crónica de su famoso viaje científico, cuando observa a las sociedades políticas del Nuevo Mundo, en las cuales ve la rivalidad entre criollos y españoles, y cómo paulatinamente la clase dirigente criolla está tomando otros modelos (ingleses, franceses, italianos, lecturas diferentes, y también del nuevo pensamiento español).

En el Río de la Plata a este grupo pertenecen sin dudas aquellos comerciantes que habían prosperado a partir de la creación del Virreinato y del libre comercio, beneficiados por las decisiones de la monarquía de Carlos III de Borbón, y que habían afluido en gran cantidad en esa renovación de la población de todo el Virreinato —sobre todo en Buenos Aires— ocurrida en los últimos 30 ó 40 años del siglo XVIII. Esta afluencia no significó la formación de un grupo homogéneo, porque de la gente que vino en esas décadas, unos pertenecían al comercio monopólico: Gaspar de Santa Coloma por ejemplo, cuyo archivo se conoce y se ha publicado, quien era sumamente desconfiado respecto de los criollos; otros, como los Azcuénaga, se adhieren al grupo patriota. Pero todos están emparentados; dentro de estos grupos estarán quienes abordan nuevas empresas, quienes van a buscar esclavos (lamentablemente el comercio de esclavos va a ser una de las fuentes del crecimiento económico de Buenos Aires), o quienes se dedican a la exportación de cueros. En esos grupos, algunos se convierten en profesionales al ir a estudiar a Europa, el caso del deán Gregorio Funes que es cordobés, cuya familia acomodada lo puede enviar a España para conocer de cerca la península y el pensamiento de allí.

Lo mismo ocurre con Belgrano —él mismo lo ha contado en su autobiografía— cuando comienza a pensar de acuerdo a los filósofos contemporáneos, cuando presencia desde el otro lado de los Pirineos la Revolución Francesa y llena su mente con la idea de que no debe haber tiranos, y con el nuevo pensamiento económico y el nuevo pensamiento político. Y otros como Moreno, que en la biblioteca de un canónigo en Chuquisaca empieza a leer a los filósofos y cambia su visión del mundo a través de la lectura. Esta generación es muy amiga de los libros, por eso una de las primeras disposiciones de la Junta es crear la Biblioteca Pública. Ya un obispo de Buenos Aires, Azamor, había querido fundarla, pero, como todas las iniciativas culturales, había quedado relegada. Ese entusiasmo por el libro es un rasgo característico de toda esta generación; Mariquita en sus Memorias nos dice que lo que más reprochaban a España era el control, la censura, etcétera, lo dice en párrafos muy firmes. Y también los primeros dueños de tertulias culturales que se hacían en sus casas, o en un café, eran gente que tenían “hasta mil libros” como es el caso del canónigo Maciel, o de Labarden. Ellos se reúnen en una revista cultural, El Telégrafo Mercantil de 1801, en la que se empieza a hablar de argentinos, todavía un término limitado a Buenos Aires y al Río de la Plata, cuya aceptación por las provincias va a costar más de veinte años.

Empiezan a hablar de explotar las riquezas del suelo; es una generación donde tenemos las palabras de Vieytes, que en su Semanario de Agricultura elogia a los cultivos y a los grandes ríos. Y las palabras de Labardén, que toma asuntos de la tradición y la leyenda, como el caso de la tragedia “Siripo”, que elogia en la “Oda al Paraná” el esplendor del río y su riqueza. Y las palabras de Belgrano, que prácticamente en el mismo mes de la revolución empieza a publicar, con autorización del virrey Cisneros, el Correo del Comercio, con temas para la producción, para la educación (incluso de la mujer). En fin, toda una serie de asuntos fundamentales.

Para sintetizar, en mayo de 1810 ya se ha definido la relación con Gran Bretaña: sí al comercio, no a la dominación política (esto va a durar para siempre, haciendo una buena asociación). No a la relación con Portugal, una relación ríspida durante mucho tiempo; podemos decir que hasta hoy la relación con Brasil define un poco el futuro, por suerte ya no en términos de adversarios, sino en términos de socios, mejores o peores. Se ha definido también para entonces la relación con Francia, la negativa rotunda a aceptar la dinastía Bonaparte, aunque el encanto de la filosofía francesa vaya a inspirar la educación, la cultura, los derechos del hombre, una serie de cosas. Y hay mucha más afinidad de la que se reconoce con la España ilustrada, reformista, a la cual le debe mucho el Río de la Plata. Estoy pensando en Félix de Azara, estoy pensando en quienes fundaron a fines del siglo XVIII las primeras ciudades de Entre Ríos, en Biedma, en tanta gente que ayudó a conocer más el futuro país. Así como también había mucho de los jesuitas, y no sólo del pensamiento revolucionario de Vizcardo y Guzmán, ni el que se usó momentáneamente del Padre Suárez para el 22 de mayo, sino en el conocimiento de la flora, de la fauna, de los habitantes, del lenguaje, que habían producido estos Padres expulsados años antes.

Este 1810 empieza a hacer su camino con aquella Primera Junta, aquel Cabildo Abierto tan reñido, donde la oratoria de los abogados fue tan importante, con Castelli, Juan José Paso. Tienen ustedes que pensar desde acá que los abogados de Buenos Aires fueron decisivos en el Cabildo Abierto. Había en Buenos Aires cuarenta y tantos abogados, eran muchos para la ciudad, casi todos formados en Chuquisaca, excepcionalmente algunos en España. Pero su oratoria, su decisión, su timidez inicial como cuenta el relato acerca de Castelli; los argumentos de Juan José Paso para decir que Buenos Aires era la hermana mayor y que tenía el derecho de hablar en nombre de las provincias por un tiempo; las decisiones de Mariano Moreno después como hombre de la Junta en los primeros meses; todo eso es bueno recordarlo en una institución como ésta. Recordar aquellos riesgos de los abogados de 1810, aquellas pocas armas intelectuales con que contaban, aquellos conocimientos aprendidos a escondidas en bibliotecas, con libros prohibidos, aquel muy relativo contacto con sus colegas del interior. Piensen ustedes que en un momento dado el deán Funes, que viene desde Córdoba por una gestión, se encuentra con Castelli y Belgrano y siente que con ellos puede hablar libremente, francamente. Todo esto es muy interesante recordarlo y reconocerlo.

Y también debemos recordar que ya en 1811 se festejó el primer aniversario de Mayo, se festejó en la forma ingenua de los escolares y de los cantos patrióticos que fueron muy tempranos y que pronto incluyeron no sólo versos neoclásicos muy aburridos, sino diálogos gauchescos y cielitos. Pero también se festejó en 1811 en Tihuanaco con Castelli, dándose una proclama en quechua y en aymara; hubo diferentes formas de festejar aquel primer 25 de Mayo, y desde entonces siempre se festejó. Y cada vez el festejo marcó los altibajos de la historia del país: hubo en los primeros años muchísimo entusiasmo. Cuenta Sarmiento que la gente se disfrazaba, las mujeres se ponían gorros y llevaban banderas. Hubo momentos de mayor frialdad, sobre todo cuando llegó la gran inmigración extranjera; la clase dirigente ya en 1890 tuvo un deseo de reforzar el aniversario, las Fiestas Mayas como se las llamaba, invitando a las colectividades gringas a que también desfilaran, y se fue logrando. Luego vino aquella iniciativa que mencioné al principio, la de 1908, de la cual todos los que estamos aquí somos deudores. Ese aprender la patria ingenua sin duda, simplificada evidentemente, exagerada también. Les daba risa a los europeos que observaban esas clases, cómo se comparaban las campañas de la Independencia con las guerras napoleónicas o europeas, porque para ellos todo lo que fuera americano era de segunda clase; pero a los maestros argentinos esto les entusiasmó.

Sin embargo, quiero volver a un abogado, al gran jurista que fue Juan Álvarez, quien en 1916 hizo un trabajo pionero por su reflexión, por su hondura. Voy a permitirme leerles algo suyo de La escuela argentina y el nacionalismo, una comunicación a un congreso con motivo del centenario de la Declaración de la Independencia:

Como los niños de hoy producirán con su voto las leyes de mañana, parece indicado enseñar a cada generación, además de las ventajas, los defectos del país; además de lo que se hizo, lo mucho que queda por hacer. Y para esto lo más sencillo es ajustarse pura y simplemente a la verdad. El presente y el futuro son lo principal; el pasado, lo accesorio. Y es inadmisible que un país de amplísimos horizontes como el nuestro, concluya por recomendar en sus escuelas el quietismo a fuerza de admirar el pasado.

Creo que esa reflexión es muy aplicable a este momento, cuando por una parte hay quienes se inclinan por volver al quietismo de mirar sin espíritu crítico el pasado argentino, y por otra, hay quienes lo miran con un espíritu tan crítico que no dejan nada en pie ni nada sobre lo cual construir. Tomemos nota de esta prudente y equilibrada opinión de Álvarez: pensar el pasado y el país con sus defectos y sus virtudes, pero sobre todo con lo que queda por hacer. Y pensémoslo teniendo en cuenta el presente y el futuro. Muchas gracias.

Pregunta: Quisiera hacer una pregunta sobre el “después” de la Revolución de Mayo, los acontecimientos de la relación con el interior, una particular preocupación que tiene bastante actualidad por lo que estamos viendo hoy en día, cuando parece haber una especie de resurgimiento del federalismo desde el interior. Me gustaría que nuestra disertante nos comente qué pasó después de la revolución, y cómo fue esa integración del interior, antes de la cruenta guerra civil que vivimos desde 1830; cómo fue esa relación entre Buenos Aires y el interior.

-Lic. Sáenz Quesada: Creo que la guerra civil empieza mucho antes, empieza dentro de la misma década de 1810. El alcance de este Cabildo de Mayo, de la Junta, fue muy difícil de negociar con los pueblos, como se llamaba entonces a las ciudades del interior que luego encabezarían las distintas provincias. En ese momento había sólo tres intendencias en el actual territorio argentino: Buenos Aires, Córdoba y Salta. Hubo emisarios, conversaciones, pesó mucho la pequeñísima relación personal que hubiera previamente. Cuando yo les hablaba de Funes, no en vano cuando se discute dentro del grupo gobernante de Córdoba si acceder o no a la invitación de la Junta, Funes fue partidario de acceder, mientras que el Gobernador, el Obispo y el propio Liniers aconsejan lo contrario, con los resultados trágicos que conocemos. Montevideo por su parte rechaza todo lo que viene de Buenos Aires; en ese momento son realistas, luego serán federalistas o partidarios de la Confederación.

Días pasados me preguntaban por qué el Alto Perú, hoy Bolivia, no había aceptado el llamado de la Junta. Yo pienso que es bastante admirable que todo lo que es hoy la República Argentina haya quedado integrado, algo que era muy difícil: las jurisdicciones españolas enormes, con estas ciudades que también es asombroso que hayan permanecido tan imitativas y tan vinculadas a la corona lejana, en siglos de aislamiento. Catamarca por ejemplo, los vecinos de esa ciudad ¿cuántos serían?, rodeados por territorios enormes, con poblaciones mestizas o indígenas. Hubo un llamado y hubo una respuesta, aquellos diputados que fueron llegando con enormes dificultades y en general fueron mal recibidos, porque de inmediato se formaron dos incipientes agrupaciones, los morenistas y los saavedristas. Moreno, que toma un impulso más jacobino, más decidido por la ruptura con España en todos los aspectos, aunque él mismo ha sido amigo de Álzaga un año antes. No quiere Moreno que esta gente más conservadora se incorpore a la Junta y finalmente el año termina con una división, el aparente vencedor Saavedra hace que sea desplazado y sea acusado de carlotino. Con documentos de cuando Saavedra cuenta qué pasó desde su punto de vista, y dice cosas terribles de Moreno y cuando la gente de Moreno dice cosas similares de Saavedra, uno se da cuenta de que era una lucha política muy seria.

Desde el Montevideo realista se advierte muy rápido que pese a la máscara de Fernando VII, esta gente quiere ser independiente. Ahora, ¿cómo se irá incorporando el resto? Es la historia de esa columna militar que parte de inmediato, es decir, por las armas si no alcanza por la convicción. No puede llegar con su impulso hasta el Alto Perú, porque ahí hay otro recuerdo: por una parte hay un desinterés absoluto por lo que represente Buenos Aires; por otra y no se ofendan ustedes, el virrey del Perú habla muy displicentemente de “los abogadillos” porteños, a quienes culpa permanentemente de todo lo peor. Claro, el abogadillo era Castelli, que representaba a lo más revolucionario, lo más rupturista, lo más jacobino. Pero el virrey Abascal que dentro del imperio español fue el más serio y el más importante, dirigió siempre sus críticas a esos abogadillos. De modo que ustedes tienen que recordarlo a Abascal como un adversario de fuste [risas].

Y por otra parte estaba muy fresca la guerra de castas, en aquellos lugares donde los primeros gestos de emancipación crearon este problema, cuando los mestizos o los indígenas lucharon contra los criollos o los españoles (como en el caso de la rebelión de Tupac Amaru en 1781) las elites criollas eran bastante prudentes cuando se trataba de adoptar un movimiento revolucionario. Con Tupac Amaru, en el primer momento hubo muchos criollos que se sumaron a este movimiento, pero luego surgió el tema étnico, y entonces si a uno no le corresponde el color de la piel, no hay nada que hacerle. Es decir que esta guerra de castas fue muy disuasoria en el Alto Perú, por lo cual recién podemos hablar de la formación de algo que va a ser independiente después de la batalla de Ayacucho, y que hoy con sus problemas étnicos también nos muestra que todo ese pasado está vivo. Porque Bolivia, como una idea nacional es muy difícil construir si pesan en ella las etnias pre-nacionales, un dilema que en estos momentos se está planteando.

En síntesis, la construcción de la actual Argentina fue muy lenta, y recién 60 años después, en la década del 70 y sobre todo cuando el ejército del gobernador de Buenos Aires en el 80 es derrotado por las tropas nacionales, se puede hablar de una unidad nacional.

-Pregunta: ¿Cómo ve lo que está ocurriendo? Para los que tenemos alguna afición por la historia, cuando anunciaron que venían del interior a Buenos Aires, yo me imaginaba esa figura de la anarquía del año 20, cuando los caudillos abrevaban sus caballos en la Plaza de Mayo, y pensaba que ahora vendrían los tractores, cargarían su gasoil en la Plaza e iríamos a tener una situación parecida. Quisiera que nos diga algo sobre eso.

-Lic. Sáenz Quesada: Yo creo que gracias a la enseñanza patriótica somos argentinos todos. En el año 20 las diferencias en cada región, en cada provincia, eran agudas y no había una idea de nación, se rechazaba el nombre de argentino, y no sabíamos bien si éramos el Río de la Plata, las Provincias Unidas de Sudamérica, etc. Hoy es importante que haya una parte de la sociedad que no aparecía (aparecer hoy es estar en la televisión, Internet es más sofisticado), una parte que ha puesto su rostro, sus elementos de trabajo, su palabra, y esto para mí ha sido lo más sorprendente. Pongamos el caso de una ciudad muy querida por mí, Larroque. Aparecieron de repente allí 3.500 personas, donde no se ve a nadie nunca, y además estaban los tractores; ciudades que realmente no cuentan en la realidad argentina. A Llambías lo escuché decir esta semana que esta reunión en Rosario sería como un cabildo abierto; creo que no es así, el cabildo abierto fue una institución colonial, muy restringida a las elites urbanas que se cuidaban bien de ser representadas en las siguientes elecciones que ellas definían.

Pero a partir de la Revolución de Mayo, pese a las dirigencias, pese a los abogadillos, los paisanos y los gauchos y el pueblo criollo tuvieron mucha participación. Aquella idea de la noble igualdad que menciona el Himno fue realmente importante, y ellos sí reclamaron en su momento participar cuando los grupos urbanos, a partir de 1820 intentaron replegar ese movimiento inicial que se les estaba yendo de las manos. En este año 2008 contamos con un gobierno democrático en el sentido de que ha sido elegido correctamente por mayoría, más allá de alguna pequeña trampa menor. Pero desde hace muchos años en la Argentina, vieja costumbre nacional, las instituciones se dejan de lado, para beneficiar a unos que pueden ser de derecha o a otros que pueden ser de izquierda. No se tiene conciencia de que las instituciones son útiles para todos, para la orientación política de cada uno, siempre y cuando estemos jugando en el mismo país.

Para mí el toque de atención más importante es decir que los impuestos pasan por los parlamentos, recuerden aquel Boston Tea Party con el cual se inicia la independencia de los Estados Unidos, o el parlamentarismo inglés, que las instituciones son para todos, que no hay grupos iluminados de ninguna categoría, progresistas o reaccionarios que deban manejar a todo el mundo; que todos deben ser escuchados. La otra cosa que creo importante es que la producción rural, que tuvo muchos altibajos, estuvo presente en mayo de 1810 en aquella Representación de los Labradores y Hacendados, estuvo también presente en el centenario de 1910 en aquel desborde del país de los ganados y las mieses, y que le fue muy mal durante el siglo que siguió. En este momento, por una coyuntura internacional importante y una respuesta propia, ha salvado la crisis del 2001, así como salvó la de 1890, y la gente empieza a tener conciencia de que eso ha ocurrido. Y eso es un precioso don que creo que los ruralistas deben cuidar, y todos nosotros.
La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires