Martes, 19 de Junio de 2007

155º Almuerzo de Confraternidad. Rabino Sergio Bergman


Palabras del Vicepresidente Dr. Damián Beccar Varela

Señoras, señores -creo que no hay autoridades en especial que mencionar, aunque el señor es mucho más importante que yo-, quiero decirles que estoy contento porque Enrique Del Carril, el Presidente del Colegio, ha querido viajar y entonces me tocó el privilegio de presentar hoy a nuestro invitado el Rabino Sergio Bergman. Los judíos, a diferencia de los católicos, no tienen sacerdotes. El término rabino es el acrónimo de ‘rosh ben-e-Israel’, que en hebreo significa ‘cabeza de los hijos de Israel’ (espero haberlo pronunciado bien).

Por eso también tienen los rabinos el derecho que se considera hasta divino, de participar en la vida de sus correligionarios no sólo en los aspectos del culto, sino en todos. Imagínense a nuestro Cardenal interviniendo con la misma intensidad, tendríamos bastantes complicaciones (risas). Nuestro invitado es un ejemplo claro de lo que les digo, Sergio Bergman tomó la decisión de participar en la vida pública argentina para denunciar la falta de libertades, el avasallamiento de la justicia, la inseguridad, la invasión del Ejecutivo sobre los otros poderes, la corrupción. Hoy nos hablará de las instituciones en la Argentina, es decir, de los problemas que nos preocupan a todos los argentinos menos, según parece, a quienes forman parte del Gobierno.

Su trabajo con el Cardenal Primado Jorge Bergoglio hace pensar que hay esperanza de que esos problemas podamos resolverlos juntos,católicos, judíos y gente de otros credos. Esta acción conjunta también es un ejemplo claro de las enseñanzas de Juan Pablo II, que están siendo aplicadas en nuestro país para el bien, sin duda, de su idea.

El sábado pasado Bergman presentó en la Feria del Libro su Manifiesto Cívico Argentino, un libro en el que enarbola la idea casi obvia, pero no por eso puesta en práctica, de que todos en la Argentina debemos dejar de ser habitantes, para convertirnos en ciudadanos. Sergio Bergman es egresado del Seminario Rabínico Latinoamericano. Fue rabino en el templo Emmanuel del barrrio de Belgrano, antes de ser convocado para conducir la sinagoga de la calle Libertad, la más importante del país (que queda a la vuelta del Estudio, así que la vemos por la ventana). Desde ahí motorizó la Fundación Judaica, que agrupa varios templos judíos de la ciudad, también a la Escuela Comunitaria Arlene Fern, y a diversas fundaciones benéficas. La Fundación Judaica colabora con comedores escolares de las Villas 21, 31 y Zabaleta, y da asistencia médica, alimentaria y social a centenares de personas más. Antes había participado en la fundación Memoria Activa, el grupo de familiares de víctimas en la AMIA. Sin embargo, su figura cobró dimensión nacional a partir de su discurso en Plaza de Mayo durante la marcha convocada por Juan Carlos Blumberg. Desde entonces, se ha convertido en un referente que trasciende los límites de su propia comunidad.

Termino diciendo que he escuchado algún comentario sobre el rabino Bergman, en cuanto a que se ha vuelto demasiado mediático. Gracias a Dios que tomó ese rol, que me gustaría ver repetido en muchos de nosotros. Lo miramos con ojos de esperanza, como a alguien que intenta representar a los muchos que no entendemos por qué se ha generado en nuestro país una situación inaudita de atropello a las instituciones. Que tenga usted rabino mucho éxito.

Disertación del rabino Sergio Bergman

Uno de los principios de la comunidad judía es que no hay ningún evento que sea considerado tal, sin que haya comida. No solamente porque sea una obsesión de las madres judías, y también italianas y españolas, que sus hijos coman, sino porque alrededor de la mesa hacemos una celebración. La bendición del pan, que partimos y compartimos, tiene que ver con un gesto universal. Todas las tradiciones bendicen el alimento, y en este sentido ustedes conocen seguramente el gesto, dado que tiene que ver con la figura de Jesús cuando él parte el pan, lo bendice y lo reparte entre sus discípulos. La última cena fue una noche de Pascua (Pesaj), y él cumplió con el ritual que tenemos prescripto, y que gracias a Dios se hizo ahora universal en el mismo tronco judeocristiano.

Bendecir la mesa es ‘decir el bien’ que la mesa nos trae, no solamente por lo que tenemos sobre ella y podemos tomar, sino por lo que se reúne alrededor de la mesa, que es el ser espiritual, las personas que hacen de la mesa un altar, un lugar de celebración y de elevación espiritual. Por eso, si a ustedes no les parece mal, yo les quisiera pedir que coman a medida que llega el plato caliente, es una lástima que se enfríe. No se preocupen si yo hablo y ustedes comen, porque estoy ampliamente acostumbrado, y al mismo tiempo yo les adelantaré temas para que en algunas de las pausas ustedes anoten sus preguntas o inquietudes, y así yo tendré el tiempo de prepararme para interactuar con ustedes, que será ésa la parte más importante.

Quiero expresar también ante ustedes mi reconocimiento y agradecimiento de poder estar acá en el Colegio de Abogados, ya que nuestra vocación y nuestra función rabínica tiene mucho que ver con la profesión de ustedes. Los rabinos somos de alguna manera maestros espirituales, y también doctores en la Ley. Nuestra función no es la de oficiar, dado que el oficiante es una figura comunitaria; cualquier miembro de la comunidad puede liderar nuestras liturgias, no hace falta ningún tipo de habilitación. No tenemos la figura de consagrados; lo que está consagrado es la comunidad en el servicio, y hay que tener solamente un mínimo grado de ilustración como para saber cuál es el orden de las oraciones y su práctica, y guiar a la comunidad.

El trabajo rabínico sucede fuera del púlpito y durante la semana, con la comunidad, muchas veces como referentes para consultas y para orientación espiritual. Pero tienen que saber que desde la emancipación, cuando los judíos son emancipados y son integrados como ciudadanos a los nuevos Estados, todo este orden de ley y de jurisdicción pasa a la nación en que uno vive y a la que pertenece. Por lo tanto, los rabinos quedan como referentes espirituales, y su interpretación de la Ley es a los fines espirituales, culturales, civilizatorios de esa cultura judía, pero ya no tiene la entidad de poder legislar todos los aspectos que antes los rabinos sí legislaban.

El Talmud, que es nuestro código rabínico, es una especie de jurisprudencia legal que encierra la gran riqueza de mantener las diferentes posiciones y deliberaciones entre nuestros maestros, y sería algo tal vez análogo a “La Ley” que ustedes tienen, en sus diferentes versiones y tomos, o en CDs, donde consultan la jurisprudencia. Ahora no tenemos esa situación de la comunidad judía dentro del entorno de la ley rabínica y sus prescripciones, sino que al estar emancipados hemos dejado de vivir en un ghetto (aunque parece que muchos integrantes de nuestra comunidad todavía no se enteraron). Por lo tanto vivimos en una sociedad donde la ley es común a todos sus ciudadanos o habitantes, y nos debemos a las instituciones de la ley de la república. Aún así el rabino es un referente, ya no en esa ley civil, sino en la otra que tiene que ver con el Pacto a través de la Torá, que es el símbolo de nuestra constitución como pueblo. La Torá son los cinco libros de Moisés, los primeros cinco libros del llamado Antiguo Testamento, que para nosotros no es Antiguo Testamento porque no tenemos Nuevo, por lo tanto lo llamamos Biblia Hebrea.

Esos primeros cinco libros, la Torá, es el pasaje de un grupo de tribus y un árbol genealógico, a un pueblo. Los hijos de Israel se transforman en un pueblo cuando reciben la Ley. Es justamente lo que estamos por evocar en las próximas semanas, porque desde que salimos de Egipto, que señaló la Pascua, contamos siete semanas completas hasta recibir la Ley, en la festividad de Shabuot. Cuando recibimos la Ley, dejamos de ser tribu, familia, origen, etnia, y pasamos a ser un pueblo, porque nos llamamos Hijos de la Alianza, y lo que debemos hacer no es preservar la sangre, sino preservar la Ley y ser fieles a nuestro testimonio. De ahí que ustedes conocerán que nuestro rabino más famoso y luego revolucionario y universalmente conocido, Jesús, reemplaza esta antigua alianza por una nueva, pero mantiene el mismo esquema, el mismo paradigma de ser Hijos de la Alianza.

En este punto también les quiero comentar que para nosotros es muy importante recuperar la figura histórica de Jesús, no en los términos de National Geographic y los últimos documentales (risas), sino la figura del Jesús judío y rabino (la denominación Maestro es Rabí). En el evangelio ustedes leen Maestro (Rabí), que era su título no solamente por cómo se lo llamaba, sino por la función que cumplía.

Es muy importante porque lo que diferencia al cristianismo del judaísmo no es Jesús, sino que es el Cristo. Cuando Jesús es proclamado Cristo, es decir Mesías, y por lo tanto también Hijo de Dios, al no aceptar el judaísmo esa transformación del Jesús histórico en Cristo (también histórico para quienes lo asumen), se produce el cisma de las dos religiones. El problema que tenemos es que Cristo no se lleve a Jesús, sino que se integre. Que no lo cancele, sino que lo integre. Entonces, quien cree en Cristo que es Jesús, suma su dimensión rabínica y la reemplaza por la nueva concepción que es Mesías e Hijo de Dios. Pero el problema para nosotros es que al haber sido proclamado Cristo perdamos al Jesús judío. No sé si se entiende bien esto que digo.

Bien, si ustedes piensan que los temas de política nacional que debato me traen problemas, imaginen los problemas que me puede traer lo que estoy diciendo en este momento. Tanto de un lado como del otro, porque realmente es afirmar el tronco judeocristiano, no en los términos protocolares de lo que ahora está políticamente correcto, que es lo interreligioso, que nos costó 2000 años y en la Argentina casi cincuenta. De no haber asumido con espontaneidad y con fluidez que rabinos, pastores y sacerdotes estemos todos juntos haciendo cosas. Eso costó un trabajo, y nosotros tenemos la bendición de su fruto, que debemos reconocer y agradecer no a los que salimos hoy en la foto, sino los pioneros que sembraron el terreno y pagaron precios muy duros al abrir esos puentes y construir esos diálogos.

Pero no me refiero al diálogo judeocristiano, sino a la raíz y tronco que compartimos, que eso no es ni té y simpatía, ni protocolo; eso es vida espiritual. Es decir, si somos capaces de volver a restituir los valores de lo judeocristiano como una celebración común que nos da unidad. A partir de esto que les estoy comentando desde el punto de vista de las tradiciones que compartimos, desde el punto de vista religioso y espiritual, yo les propongo una analogía y una extrapolación a nuestra realidad nacional. Es decir, cómo restituir y afirmar lo común que nos dé unidad, y cómo podemos hacer para que la sociedad argentina como tal viva en unidad. En ese desafío conceptual, lo que estamos tratando de hacer un grupo de religiosos es una transferencia de know how. Si nuestro liderazgo o tarea es la de conducir comunidades, hay una ingeniería del armado de comunidad. Hay una disposición para que un grupo de personas a las que un motivo reúne, vivan en la dimensión de familia extendida. Mientras fuera de ellos el mundo anda como anda, dentro del ámbito de la comunidad de familia extendida se celebra, se comparte, se encarnan valores, como afirmación de un mundo mejor que es posible.

Tomemos la estructura del armado de una comunidad, y por un instante vaciémoslo del contenido dogmático, axiológico o teológico. Imagínense la comunidad, funcionando como tal, sin hacer ningún juicio de valor sobre los contenidos que la articulan. Ahora pongamos en esa disposición, como valores y como contenido que hacen común a esa unidad de seres que interactúan en la red social de sentido, pongamos ahí los valores de la Constitución Nacional. Eso es todo, está claro, podríamos terminar acá. Pero fiel a mi vocación de religioso y además rabino, no voy a dejar de hablar ahora. ¿Cómo utilizar en esa estructura la afirmación y la asunción de la construcción de comunidades cívicas? Porque cuando se piensa en arreglar el país, y concebimos la dimensión de país, es tarea inabordable.

Entre la aspiración, en términos de la utopía que queremos y el nivel de operación para modificar la realidad, hay un abismo no conceptual, sino metodológico. La idea de empezar a pensarlo por comunidades cívicas, implica una unidad de medida de lo posible donde uno opera, sobre lo que uno tiene no sólo jurisdicción sino responsabilidad. Entonces ya no espera que la redención del país venga de otro lugar que no sea de lo que uno está dispuesto a ofrendar. Implica una reflexión de tipo espiritual, es decir, ¿cuánto hay de mí disponible para esa común unidad?, para que vivamos quienes pertenecemos a esa comunidad como una familia, donde sostener en la práctica los valores que decimos que nos son comunes. Y tenemos unidad no porque somos iguales, ni siquiera porque pensamos igual, pero sí porque afirmamos un común denominador que nos sostiene en esa unidad. Si uno no sabe lo que tiene en común, no hay unidad posible.

Y cuando se quiere abordar la unidad por la unidad en sí misma, y se la quiere forzar, reglamentar, imponer, eso es totalmente ficticio y no tiene posibilidad de sustentarse en el tiempo. Porque el ser y el individuo no sostiene la unidad, porque pierde el horizonte de lo común, que en realidad no es solamente adónde vamos, sino también de donde venimos. Perdemos la raíz, perdemos lo que nos nutre, lo que nos podría sostener aún en la tormenta.

Esta revisión hace uso pero no abuso de los instrumentos formales que tiene la República. Está declarado en el Manifiesto Cívico que proponemos; digo proponemos porque a mí me toca ser un portavoz, vocero del sentido común, en la doble acepción del término. Primero porque es una obviedad, lo que yo dije en Plaza de Mayo no es más que un pequeño resumen de una clase de Instrucción Cívica, de formación ética y ciudadana, que en lugar de ser una materia del secundario tendría que ser una obligación primaria, y en la cual deberíamos aceptar que estamos todos aplazados. Y que no la podemos aprobar, en el sentido de que entendemos las razones pero no disponemos los corazones. Entendemos cómo debería funcionar, pero no estamos dispuestos necesariamente a ofrendar y a participar, ya no desde el reclamo y la queja, sino justamente desde la ofrenda y la contribución.

Entonces cuando digo el sentido común y que estamos trabajando varias personas, mucha gente, en una muy buena Argentina que tenemos, aunque no es visible y no se la valora ni se la reconoce. Tenemos mucho más de lo bueno que de lo malo, aunque nos dedicamos compulsiva y obsesivamente a lo malo. Tenemos determinados patrones culturales que son los que debemos abordar, donde la última expresión es la crisis institucional, donde la última expresión son nuestros referentes que pueden administrar un gobierno que es de los argentinos. Nosotros confundimos el gobierno con la administración. El gobierno es nuestro, del pueblo argentino; no es de un Ejecutivo, un Legislativo y un Judicial. Sin poner los nombres, solamente enunciando los Poderes, no es de ellos el gobierno, es nuestro. Si podemos distinguir y separar la administración del gobierno, redimimos el gobierno y salvamos a la república, porque las administraciones son falibles, imperfectas, mejorables. Pero el gobierno es una entidad que consagramos los argentinos en la vida democrática republicana. Cuando nosotros hablamos mal del gobierno, lo hacemos de nosotros mismos. Que haya responsabilidades de administración, mayores o menores, es entendible, es una actividad humana falible. Pero si estuviéramos no solamente en la democracia bendita que tenemos y que tanta sangre y dolor nos costó recuperar (sangre y dolor que no hace diferencias ideológicas, ni en tiempo, ni en cantidades ni en calidades). Toda sangre derramada fuera del entorno de nuestros mártires, que fueron en definitiva los héroes de la Patria, es fratricidio que debe ser lamentado. La pacificación nacional no va a llegar hasta que igualemos las sangres y los dolores, no por las verdades y las convicciones, sino por la dimensión de lo sagrado que es la vida humana.

En ese plano, más allá de las reivindicaciones que son legítimas en las ideologías, volvemos al valor de lo común que nos puede dar la unidad que no tenemos. En esas vueltas que la vida tiene y la Argentina por supuesto padece, si nosotros pudiéramos dignificar la república en la vocación de servicio, los ciudadanos argentinos seríamos los primeros en dar sostén y soporte a los que fueron encomendados a hacer la tarea. Porque resulta que después a nuestros gobernantes ‘no los eligió nadie’.

En un sistema democrático tenemos responsabilidades, que tienen que ver no principalmente con la crítica sino con el análisis, que además creo que primero debe ser introspectivo. No porque no haya que decir lo que pasa afuera, pero hay que asumir lo que pasa adentro. Y la crisis más profunda que los argentinos tenemos es espiritual y no hablo de religión ni de religiosidad. No hablo ni de axioma, ni de verdad, ni siquiera de Dios. Aún como creyente entiendo la espiritualidad como el potencial de lo humano; es decir, no hay ser humano que no sea espiritual. Esa energía y ese motor por el cual las acciones que desplegamos generan un sentido que tiene que ser trascendente. Y asígnenle a la trascendencia el nombre, la forma, la metáfora, la analogía que ustedes quieran, pero ninguno de nosotros se sostiene en este mundo sin una idea espiritual de trascendencia. Porque de lo contrario se reduce todo, y no solamente la Argentina, al absurdo de que vinimos a este mundo y nos vamos, para nada. Hipótesis posible si quieren, pero desde el punto de vista de la dimensión de sentido, nosotros le respondemos a ese absurdo creando sentido y trascendencia.

La expresión más concreta que tenemos es justamente la del amor. El amor es lo que nos permite trascender, porque sin amor no hay hijos, no hay construcción, no hay proyecto, en suma, no hay trascendencia. De la misma manera que lo hacemos con el gobierno de nuestras propias vidas, deberíamos hacerlo con la patria; si no hay amor a la patria no hay trascendencia argentina. Y no uso los términos nación, patria, amor, ni con sentido demagógico ni con el del mal uso que históricamente tuvo. Lo valioso de la nación, degradado en nacionalismo. Porque lo nacional es bueno, pero todo lo que se lleva al extremo del ‘ismo’ es malo. Volver a restaurar los valores de la nación es la primera concepción sobre la cual podemos restituir el pacto cívico que hemos quebrado.

Solemos ver a la sociedad argentina como un producto terminado, decimos ‘así somos los argentinos’, olvidando que una sociedad es una construcción permanente. Debemos restituir la conversación entre nosotros como pares respecto a aquello en que somos socios los argentinos, ¿en qué lo somos? Debemos preguntarnos: ¿poseemos los argentinos vocación de tener socios? ¿O vivimos en el ‘condominio’ que es la república, donde cada uno está dispuesto a pagar las expensas aún cuando sabe que el administrador se queda con una parte? Claro, tenemos tantas cosas más importantes para hacer en lo privado y en lo personal, que nos darán más beneficio y tranquilidad, que nadie quiere perder su precioso tiempo revisando las cuentas del consorcio. Hasta que llega un momento en que, porque el administrador se llevaba más de lo que correspondía, o no administraba convenientemente, y ninguno de nosotros se sentó nunca a ayudarlo o a auditarlo, un buen día encontramos que no podremos seguir viviendo más donde estamos viviendo. El concepto de consorcio implica que uno vive en un departamento, sin importarle el vecino. Salvo que tengamos una cierta relación con el señor de al lado o el de arriba, que puedan invitarse a tomar un té, vivimos alienados en la propiedad horizontal, indiferentes a los demás. Si nos pasa eso en un edificio, imagínense lo que puede estar pasándonos en el país.

Cuando lo público es considerado únicamente como el lugar degradado donde van los que no tienen nada para perder, o los que quieren llevarse todo, lo que se degrada es nuestra República. Hubo tiempos en los cuales los dignatarios de la república obtenían y daban dignidad; daban de su dignidad personal y obtenían la dignidad de la trascendencia; ésos fueron nuestros hombres de la patria, y no me refiero solamente a los íconos de la historia. Porque fíjense lo que hacemos con la historia: estamos muy prontos a hablar de los mitos y destruir los valores fundantes de nuestros próceres, antes de haber incorporado sus virtudes y sus valores. No estoy diciendo que no sea propio de la historia y de las ciencias sociales hacer un análisis crítico o hasta un revisionismo. Pero hay que saber diferenciar las figuras de los mitos, de las narraciones y de la memoria, diferenciarlas de las verdades históricas de lo que aconteció. Necesitamos una madurez espiritual y cívica para entender si lo que San Martín o Belgrano hicieron o dijeron, es o no verdad absoluta del evento, sin antes haber incorporado el ejemplo de los padres de la patria. Aquí el problema que tenemos es que destruido el mito, se desintegra el ejemplo. Si está incorporado el ejemplo, entonces uno tiene la madurez para hablar del mito. Pero a nosotros nos gusta destruir los mitos de los ejemplos, e idolatrar a los ídolos. A nosotros no nos gustan los próceres, nos gustan los ídolos. Nosotros tenemos una actitud cultural (que es global) de un paganismo idolátrico, donde los nuevos templos pueden ser los shoppings o la televisión, ámbitos en los que rendimos culto.

Si no, piensen en aquella semana cuando un héroe contemporáneo de la patria, el capitán del Irizar, competía mediáticamente con otro héroe que se estaba consumiendo en su insumo adictivo, y que si no tuviera ese problema sería hoy un posible candidato a la Presidencia de la Nación. Porque en la Argentina ¿quién no lo votaría?, no desde el punto de vista conceptual que estamos considerando, sino desde el punto de vista de los valores de la idolatría y el carisma. Nosotros subordinamos absolutamente todos los otros valores a ese privilegio de lo que se posiciona, de lo mediático, de lo que no perdura por ser no trascendente pero que en el corto plazo es lo que mueve y arrastra. En esta noción de que somos espectadores de un marketing político y que hacemos de la política un espectáculo, la idea de volver a hablar de los valores fundantes de nuestra Constitución Nacional, hace del gran problema de la nación una conversación de la intimidad.

Por eso mi apelación es a asumir lo común en los valores; apostemos a una unidad de pacto, que transforme los valores en virtudes. El valor es la categoría conceptual, y allí no tenemos mayores discrepancias, todos proclaman la paz, la tolerancia, la igualdad. Pero el problema es la virtud, cómo uno encarna en la acción personal, testimonial, el valor en el que dice creer. Si nosotros traducimos el glosario de valores en virtudes ciudadanas, y nos remitimos al documento constituyente de este pacto que somos, que es la Constitución Nacional, estaremos en condiciones de sostener un proyecto pedagógico y no demagógico, un proyecto ideológico y no dogmático. Así podremos sentarnos con nuestros hijos o con los demás jóvenes, y en vez de recitar mecánicamente el Preámbulo, querremos hacer una interpretación en valores donde sostenemos ese pacto.

La Constitución Nacional nos ‘constituye’, no en asamblea constituyente, sino en acción cívica. Uno no puede pensar que es ciudadano cada dos o cuatro años cuando le toca votar; eso es democracia formal, no real. Y cuando uno ‘bota’ el ‘voto’ y se vuelve a refugiar en su bunker de lo privado, y deja que pase cualquier cosa, que igual uno lo verá por TV o lo leerá en los diarios, entonces no sabemos de república. Y con esa aptitud y capacidad sofisticada que los argentinos tenemos para el análisis editorial y el diagnóstico, gracias a la cual si se nos pidiera arreglar todos los problemas no hay ninguna duda que lo haríamos. Porque nos parece que sabemos cómo hacerlo, pero no estamos dispuestos a sacrificar nada de lo privado en aras de lo público. Una tierra y un país bendito como el nuestro en recursos naturales y humanos, la única maldición que tiene está en nosotros desde el momento en que, culturalmente, no estamos dispuestos a contribuir a la Nación. Cualquiera de los impuestos que pagamos no sirven para nada si no nos sujetamos antes a un impuesto en valores, en ciudadanía.

Si alguien, con alguna razón dice que no se pueden pagar todos los impuestos, y se aduce además que en el fisco se los roban, la justificación del no pago parecería hasta moral, cuando no lo es. Si realmente está mal hacer eso en materia de dinero ¡cuánto más grave es hacerlo con el espíritu! Razonaríamos: ”Yo no le aporto ningún espíritu a la Argentina, porque se la vacía, porque se la degrada, porque se la aliena, porque se la apropia los que están en el poder”. Toda una retórica que tiene que ver con los pecados más que con las virtudes. Y como en pecados capitales nosotros somos especialistas, lo que tenemos que afirmar son las virtudes capitales, en las que se sostiene el camino de reconversión, no de la nación sino de sus ciudadanos. Hasta que nosotros no tengamos una profunda conversión espiritual en las virtudes cívicas, no tenemos futuro. Y el problema no es para nosotros, es para nuestros hijos y para la próxima generación, de la que nos quejamos amargamente porque no se comprometen, porque son indiferentes, sin asumir que todos lo que ellos son es resultado de lo que nosotros hacemos. Ellos no vienen de ningún otro lugar que no sea la cultura en que los formamos, y no salen de otro lugar sino del ejemplo que nosotros le damos. Por lo tanto cuando estamos en la mesa, y ellos nos escuchan decir ‘que no va a andar, que es todo mentira, que está todo perdido’, etc. ¿con qué derecho nos quejaremos si no se motivan, no se comprometen y no se involucran?

No es que no tengamos razones para quejarnos, pero no a costa de matarles la utopía y la esperanza de que es posible hacer las cosas mejor. Porque la juventud, que es un estado del espíritu, es sólo posible con una utopía. Si no, recordémonos cada uno de nosotros si no sostuvimos alguna utopía, alguna militancia, alguna reivindicación, algún sueño en un mundo mejor. Sólo la experiencia que nos da la sabiduría de vida nos permite después ponderar la brecha entre lo posible y lo ideal, pero cuando uno no tiene el ideal no hay más brecha, se cae en el abismo. Hace falta un sueño, una utopía, un horizonte, y hace falta tener la grandeza de los padres de la patria y de nuestros abuelos, que con muchísimo menos que nosotros en lo material, pero muchísimo más en lo espiritual, plantaron con entusiasmo el árbol del que ni siquiera iban a comer el fruto. ¡Y nosotros hoy somos capaces de despreciar el árbol, porque nos comimos todos los frutos y estamos esperando ver quién nos trae más frutos en lugar de volver a plantar árboles!

Con esto es más que suficiente para que yo dé por finalizada mi apertura y cierre, y escuchar luego con todo gusto algunas preguntas o consideraciones de ustedes. Muchas gracias.

Preguntas de la audiencia



-El diagnóstico que hizo ¿es propio de los argentinos o de las actuales generaciones a nivel mundial? ¿Qué país sería un ejemplo de lo que mencionó?

-Yo creo que hay un fenómeno global respecto al tema cultural que nosotros vemos, pero les quiero dar un ejemplo que tiene mucho que ver con nuestra memoria histórica judía y también la proyección universal de dicho ejemplo.

Consideremos a Alemania, con todo lo que tiene pendiente por hacer, porque tiene los problemas de xenofobia, de la integración por lo que tuvo que ver con unir las dos Alemanias, etc. Pero si ustedes piensan sesenta años después, lo que pasó, en algo que era cuna de la cultura, de la ilustración, de la ciencia, que fue capaz de tener la noche más oscura del terror y del horror de la humanidad, del monstruo que no murió sino que sigue mutando (y éste no es un tema judío, ya que el hecho de que tengamos seis millones de víctimas no nos hace las víctimas profesionales de la historia, sino que nos hace testigos permanentes de lo que en la humanidad es posible). Porque en mayores o menores proporciones los genocidios, o la eliminación del otro sólo porque es distinto siguen en el mundo, hoy está sucediendo en África y en otros lugares. Y no hay ningún tipo de movilización consciente real que nos haga cada vez más humanos, entonces hay fenómenos globales que siguen vigentes.

Pero Alemania, de esa destrucción y de ese totalitarismo reconstruyó una república que es democrática. Y vemos cómo funciona el Parlamento alemán, y si funciona es porque hay ciudadanos alemanes que además de ser rigurosamente disciplinados y cuadrados, son lo suficientemente ordenados para no dejar que la idea romántica del círculo, que no es una mala idea, destruya lo que funciona cuadrado. Porque no se pueden pegar saltos al vacío, hay que ir haciendo construcciones posibles. Si uno quiere hacer lugar para el círculo tendrá que reordenar los cuadrados para que se arribe un círculo, pero no se rompe todo lo que hay para decir “volvamos a dibujar”. Alemania es un buen ejemplo, no en el ideal de que todo funciona, sino en el ordenamiento de lo posible: principios, valores, disciplina, trabajo, constancia. Mediano y largo plazo, nunca corto plazo. El valor de la ley, premio y castigo; es cierto que alguien puede ir e incendiar un albergue de turcos, cosa que no tiene nada que ver con los valores de la república alemana, pero están presos, no están sueltos. Totalmente diferente es que el mismo incendio, la misma situación pueda darse contra una Comisaría de La Boca y el actor llegue a ser funcionario y posteriormente sea premiado.

Incendios hay en todas partes y delitos hay en todas partes, no es que la naturaleza humana se ha mejorado o superado; la cuestión es el orden jurídico y formal basado en valores, que hace que la sociedad aprenda y se vaya asociando, por lo bueno o por lo malo, por lo lícito o por lo ilícito. Hay muchos otros ejemplos que son dignos de mención, por caso España, con todos los problemas que ha tenido y tiene. No les ha faltado nada, estuvo Franco, hubo una guerra civil enorme (a veces se oye decir que a nosotros nos faltaría algo así para que aprendamos, pensamiento necio, no necesitamos ninguna tragedia de esa magnitud para aprender). Tienen reyes, nada más perimido y hasta ridículo al tiempo de hoy que sostener ese modelo y pensar en participación popular, democrática.

Por cierto que muchísimo peor es concentrar poder civil y actuar los presidentes o jefes de gobierno como si fueran reyes (aplausos, risas). Y de nuevo, ése no es un problema del funcionamiento, sino de lo que otorga la sociedad. Yo con esa frase que me costó carísimo, me refería a nosotros, a los ciudadanos. Porque no está tanto el problema en el que quiere ser rey, empieza por los súbditos, donde nos colocamos todos nosotros, cuando en la medida en que nos aseguren estabilidad macroeconómica y algún grado de tranquilidad, somos los primeros en ‘hacer la plancha’ y decir “Sí, Majestad”. En cambio, si uno sale del lugar de súbdito y se pone en el lugar de ciudadano, con el uso de la ley y con los valores de la república, no deja ni permite que lo traten como a un vasallo ni que lo avasallen. Es nuestra responsabilidad, es lo que nosotros dejamos que pase, es lo que nosotros no sabemos defender.

Y vuelvo a decir, no “en contra de”, yo no soy un opositor sino un vocero de opinión que puede estar en disenso con determinadas posiciones oficiales. No soy opositor político, porque poner al que disiente en esa categoría es una estrategia, no es una convicción, no nos equivoquemos. Si nosotros asumimos ese juego nos equivocamos, hay que salirse de ese lugar. Uno tiene no ya derecho natural, tiene derecho constitucional, es una garantía constitucional opinar distinto; más aún, es un derecho humano. Los derechos humanos deben tener vigencia hoy también, no se puede estar reivindicando los del pasado y estar negando los de hoy; eso se llama demagogia. ¿Quién debe reclamarlos, los medios, la prensa? No, los tenemos que reclamar los ciudadanos. Los diarios y otros medios periodísticos, están cumpliendo una función social que para mí no tiene precedentes, con una resistencia republicana digna de mención. Pero debería suceder que los medios fuesen voceros de los ciudadanos, que son quienes deben hacer la resistencia. Cuando el periodismo se transforma en fiscal o auditor de la Nación, los ciudadanos perdimos. Hay muchos ejemplos donde sí funciona la asociación lícita de sociedad civil y medios, donde sí funciona la ley que impide la existencia de monopolios y de concentraciones excesivas. Sin embargo, a todo esto no hay que inventarlo, es la Constitución Nacional.

¿En qué lugar del mundo funciona? Yo diré en qué lugar del mundo pasa únicamente lo que nos pasa acá, que es la Argentina. Por ejemplo, sostenemos democracia y república como ideales fijados por la Constitución, a la vez que despreciamos a los partidos políticos, como si fueran un invento de los políticos y no un instrumento constitucional. No hay otra manera para que el pueblo participe, sino a través de los partidos políticos, esto tenemos que enseñárselo a los chicos, “y si no te gustan los partidos que hay, debes armar otros, y si no te gustan los candidatos, proponete vos, porque ‘el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes’”. Eso está grabado, rubricado, sellado; se llama democracia y se llama república.

Ahora preguntémonos, en un país como el nuestro, donde cultural y endémicamente, por varios motivos que no vamos a discutir ahora, todos somos peronistas (me imaginaba la reacción) -risas-. Pero yo estoy apuntando a la generación que viene, y lo que trato de decirles cuando hago esta provocación de que somos todos peronistas, es volver a discutir a Rosas en el año 2007. Hay discusiones que son interesantes para el café, para la sobremesa, pero irrelevantes para la realidad política del país. Y podemos discutir sobre el tema del peronismo, que como digo es cultural, porque hay que salir más allá de la General Paz y entender el fenómeno social-cultural, no el político. Discutir eso como -sin que nadie se ofenda- trabajar sobre lo que sería el jurasic park del radicalismo, donde lo que uno tiene que hacer es restituir los valores de los fundadores, que son vigentes y son importantes, pero nadie de la próxima generación va a discutir ni a Alem ni a Irigoyen, ni absolutamente nada que tuvo que ver con la UCR en términos de propuesta republicana, democrática, etc., etc. Lo que trato de decirles con esto es que las banderas con las que decimos que vamos a llenar de sentido a los partidos no tienen vigencia para los que no estuvieron metidos en el tiempo que ya fue. Y ahora un partido político es un partido con vigencia por lo que tiene para proponer con lo que va a pasar, no con nostalgia de lo que fue. Raíces claras en los valores del partido, pero ir hacia algún lado, no quedarse siempre en el mismo lugar. Después de decir todo esto, señores, el Partido Justicialista está intervenido. ¿De qué democracia vamos a hablar si el partido político mayoritario no tiene internas, está intervenido?

No los sorprendí, lo sabían. Ocurre que todos lo sabemos pero no medimos la implicancia entre lo que sabemos como una información a la que ya nos acostumbramos, con la que ya nos acomodamos. Y en mi caso, que claramente no soy peronista, estoy preocupado por el Partido Justicialista. No me volví loco, porque si tenemos que volver a las bases de la práctica republicana y democrática, de los valores que decimos sostener, todos los argentinos deberíamos movilizarnos para pedir que cese la intervención del Partido Justicialista. Hace cinco años todos salimos con la cacerola, ilusos de nosotros, haciendo del país un partido de fútbol. El partido lo juegan otros, nos paramos como hinchada para ver quién va a ganar, y perdemos todos.

¿Alguien supone por ventura que aquello no fue un golpe popular de manipulación, con las cacerolas, con saqueos de supermercados y con pintadas (que nadie en la Argentina hacía ya, sino que se encargaron). A un presidente, aunque estemos convencidos de que estaba durmiendo la siesta y tenía que seguir durmiéndola en su casa, no se lo puede remover sino a través de un mecanismo republicano que existe; no se acorrala a un presidente de la Nación en una situación de extorsión ante la cual se vea obligado a renunciar. Y todos nosotros festejando, pero a eso lo hicimos nosotros la gente.

No estoy hablando de la cuestión socio-política, sino de lo que pasaba en el corazón, esa sensación de cansancio, de hastío, y hasta la celebración de que finalmente nos liberamos. ¿De qué nos liberamos?, nos atrapamos, nos condenamos. Después, a lo largo de cinco años, nosotros los ciudadanos no cumplimos lo que dijimos. Reforma política ya, no más listas sábanas, transparencia en el financiamiento de los partidos políticos, el hambre es lo más urgente, etc., lo dijimos todos nosotros. Había catarsis popular en las asambleas, había movilización. No sostuvimos nada de eso como ciudadanos. De modo que no todo el mal pasa por otro lugar, hay algo del mal que denunciamos que pasa por nosotros mismos. Hay algún grado de responsabilidad por lo que nos sucede; estamos a meses de una elección y hay un partido político que está intervenido.

Con este diagnóstico, vuelvo a reafirmar el principio: pedagogía de los valores, conversaciones íntimas familiares y comunitarias, asociaciones lícitas, masa crítica de a diez, de a cincuenta, de a cien. Buenas referencias: hay prácticas nobles en la Argentina, hay asociaciones y gente que trabaja. Tenemos que empezar a ver por qué las asociaciones ilícitas son tan eficientes y funcionan tan bien y rápido, mientras que en las lícitas estamos tan desordenados y no nos reconocemos.

Hay una definición nueva de bien y de mal; la concepción que planteo en el manifiesto no es que el mal sea hacer el mal y el bien hacer el bien. En el marco de las virtudes ciudadanas, cuando un ciudadano virtuoso hace el mal es condenado, penado por la ley y cuando hace el bien es reconocido y premiado. Pero aquel que se mantiene pasivo e inactivo, incurre en una forma de mal. Alguien que sabe lo que habría que hacer y se queda mirando, por omisión, no está del lado neutro, está del lado del mal (menor si se quiere, pero mal al fin). Porque si nosotros asumiéramos que tal indiferencia está mal y nos metiéramos con lo que tenemos que meternos, en la vida pública, tendríamos otra calidad de vida democrática y republicana.


-¿Cómo se hace, metodológicamente, o desde un punto de vista instrumental, para volver a infundir o refundar los valores?

-Algo ya comenté, pero personalmente sugiero desde mi experiencia en la vida comunitaria -sinagogal o de la comunidad judía- que la primer comunidad y célula madre de esta conversación es la familia. Hay que apagar el televisor y hablar de estas cosas, y no quejarse del Gran Hermano, porque eso somos los argentinos. Hay que pensar seriamente en el Gran Hermano, porque es un fenómeno socio-cultural, más allá de la televisión, por cuanto nos encanta mirar la vida de los demás, y no hacer nada desde la nuestra, no responder por la nuestra.

-Acá entramos más a preguntas sobre política coyuntural, así que vamos a unificar dos: ¿Por qué eligió apoyar el partido de Elisa Carrió, y qué expectativas tiene de que Carrió encarne la transformación cultural a que usted aludió hoy?

-Sintéticamente, nosotros estamos participando y trabajando en y con la Coalición Cívica, pero no de manera exclusiva ni excluyente. La lucidez y sentido de la oportunidad que Elisa Carrió tiene para capitalizar el discurso de otros y oportunidades que la realidad argentina le dan, merecen nuestro reconocimiento. Porque en este sentido para mí el libro, más allá del libro, me sirve como copyright de algunas ideas que cuando uno las oye dichas por otros se sorprende, y se dice: pero esto uno lo viene diciendo, y ¿dónde está registrado? Lo registra la realidad. Lilita habla del contrato moral pero también tomó, de nuestras conversaciones que vienen del Diálogo Argentino, donde nosotros trabajamos entre las religiones, y que estamos totalmente identificados con el liderazgo de Bergoglio, porque más allá de nuestras diferentes confesiones particulares compartimos los mismos valores y la misma visión de cómo la religión tiene que intervenir en la política, etc. Todo eso lo compartimos, y hay gente que lo ve antes y se acerca, se orienta, pregunta, toma el insumo y lo capitaliza. Renunció a su banca, renunció a su partido y armó una estructura que nos dio lugar a referentes sociales y religiosos donde, sin ser candidatos o tener que ir a lo electoral de manera inmediata, estamos co-gestionando y trabajando ‘con’.

Es cierto, en el concepto que se tiene de política entre nosotros: que es únicamente electoral, que no sirve para otra cosa, que es mala palabra, etc., cuando te acercás a la política ya te imaginan para un cargo. No digo que buscarlo esté mal, pero tiene que haber un proceso. La primer parte del proceso es ‘trabajar con’, y que la sociedad civil no tome el atajo fácil de pensar que vamos a armar un país en paralelo. La sociedad civil abriga la ilusión de que en pequeña escala, con las ONGs hacemos que las cosas funcionen y bien. El problema es no ver que eso sólo es una contribución, no la solución. La solución es que el Estado haga lo que debe hacer, y que la sociedad civil lo ayude, no lo reemplace. La solución no es que con nuestros comedores religiosos y comunitarios demos de comer a los carenciados, porque hay un presupuesto de la Nación y hay una caja pública que tiene que ocuparse de la seguridad social, de la educación y de la salud. Nosotros sobre eso tenemos que sumar, no reemplazar. No podemos ser cómplices de que la caja se destine a la compra de voluntades y a la política, y nosotros reemplacemos ese desvío, un absurdo. Por supuesto que en la emergencia hay que dar de comer al necesitado con una mano, pero con la otra mano hay que salir a militar la república. Porque si nosotros damos de comer creyéndonos que somos la república, cometemos dos errores: no la vamos a recuperar, y le vamos a permitir a los que la han vaciado que mantengan su posición cómoda.

-Ésta es una pregunta de opinión personal: ¿qué rol le asigna a Cristina Kirchner?

-Trataré de ligar esta pregunta a otra que se comentaba sobre qué similitudes o no hay entre Cristina Kirchner y Elisa Carrió. El papel que tenemos que demandar de la señora Cristina, y creo que de su esposo también, es minimizar la impronta y la importancia que tienen las personas en nuestras conversaciones y nuestras discusiones, y dejar que hablen las instituciones a través nuestro. Es una trampa mortal cuando vemos a quienes acumulan una cantidad de poder y de dinero tal como no la habido en la historia en un gobierno civil, entrar en la asimetría de fuerzas a discutir lo indiscutible. No es el tiempo para discutirlo, porque nosotros estamos en una posición de debilidad por todo lo que concedimos, no es el momento de hacer discusión de personas, hay que discutir las ideas y defender las instituciones.

Significa que aunque a mí no me guste, si en octubre la mayoría de los argentinos elige a cualquiera de los dos candidatos del Frente para la Victoria como presidente, nos debemos a ellos. Tenemos que respetarlos y ofrecerles trabajar con ellos. Aunque les parezca absurdo lo que digo, al ministro del Interior Aníbal Fernández le ofrecimos en varias oportunidades trabajar con él. Después de Misiones (Monseñor Piña), le ofrecimos una campaña por los DNI, diciéndole que teníamos previsto con Blumberg y otros actores, salir a una campaña de concientización de la sociedad para que viniera a gestionar los DNI. Fíjense, una acción tan práctica, tan sencilla, presupuestariamente irrelevante, que tiene que ver con el principio de participación democrática y donde está implicada la seguridad jurídica de la identidad. Si tenemos el partido mayoritario intervenido, la seguridad de los habitantes vulnerable, ¿qué clase de democracia tenemos? El Ministro nos dijo que a esa campaña la tenía prevista para después de octubre. Le dijimos que nos cuente otro chiste, porque la idea de regularizar los DNI es para las elecciones, no para después. Se adujo que la licitación, que los problemas técnicos, etc. Repito, nosotros debemos ofrecernos a trabajar con quienes resulten ser nuestros gobernantes, porque es una obligación cívica. Si con ellos no se puede hablar, entonces seguí hablando con los otros con quienes se debería hablar. En este punto lo que les quiero decir es que darle una atención desmedida a los protagonismos personales, suicida la calidad de vida republicana y democrática. Hay que obviar la provocación de hablar de los personajes y volver a las conversaciones sobre las ideas.

En cuanto a Lilita y Cristina, yo creo primero algo que es muy importante y es totalmente bíblico, que en algún momento nos tenía que quedar claro y es que, aunque construimos nuestra sociedad occidental sobre el patriarcado, estábamos liderados por un matriarcado. En algún momento eso se iba a poner en evidencia y en definitiva es lo que pasa no solamente en casa, sino también en la República. En ese sentido, el protagonismo emblemático de la mujer, no solamente por las cuotas y los cargos, tiene que ver con una necesidad de regreso, no solamente al lugar de la mujer, no es asunto de feminismo; es el regreso a algunos aspectos que tienen que ver con otra calidad de protagonismo. Acá es importante ver que, como en la mayor proporción de los matrimonios, después de un tiempo se preguntan dos cosas: ¿cómo fue que sucedió? (risas), y ¿en qué nos complementamos, y qué hace que cada uno sea igual y diferente para mantener una unidad?

No hay ninguna duda de que Cristina está embanderada en hacer un cambio paradigmático de la gestión. Cuando se está discutiendo si él o ella, no se está discutiendo solamente el personaje; se está discutiendo un reordenamiento interno, que así como en un contrato matrimonial, ahí hay un contrato de la tribu. Entonces hay que prestar atención a esa conversación. Ahora con respecto a Lilita, que me plantearon si quedé reclutado, les digo que ella tuvo que hacer algunas modificaciones a su estilo tradicional, no solamente de oráculo, sino de intransigencia. Porque bajarse de algunos lugares de donde se tuvo que bajar: de su lugar de diputada y del partido que creó, y ubicarse en una función de reclutamiento en un arco más amplio, la posiciona de una manera diferente con una cultura política alternativa, que no tiene absolutamente nada que ver, ni en lo ético ni en lo estético, con lo que plantea Cristina. No en la manera de vestirse, ni en su impronta personal, sino en el tipo de país que ven y el tipo de política que proponen.

En este caso yo creo que Cristina es una mejora sustancial para la misma gestión, pero sumamente peligrosa, porque hay que sostener a la tribu, hay que mantener el sistema de alimentación y de reparto, y ahí no se puede comparar una banca en el Senado con el manejo de toda la organización que es la nación. La pregunta es no qué va a hacer ella, sino dónde va a quedar él.

En el caso de Lilita, yo creo que ella es un paso necesario para el punto de inflexión de una nueva cultura política argentina, que no sé si llega en el calendario electoral de este año, pero los que tenemos optimismo y visión vemos en ella la interlocutora para una futura construcción. Lo que tenemos hoy es con quién conversar para seguir construyendo, el pacto y acuerdo que tenemos con ella, a pesar de que mediáticamente todos están convencidos de que estamos reclutados y alineados. Como parte de la estructura, nuestro compromiso es posible si podemos seguir hablando con todos. Si por intransigencia se nos dijera que con éste o aquél no se habla, entonces no. Lo que hay que decir es: Éstos son los valores y principios, y entonces hablamos con todos aquellos que los que los comparten. No se puede decir que hay contrato moral y al mismo tiempo que hay una lista negra; no, en algún momento hay como un jubileo y se dice: Él contrato moral es éste, éstos son los valores y el que pueda sostener la conversación tiene que ser invitado. No reconocer esto que demoró la alianza con Telerman, porque su primera posición fue preguntarme: ¿vos creés realmente en la posibilidad de su conversión? Yo le dije, mirá, nació judío y yo lo dejaría así (risas).
La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires