Lunes, 14 de Mayo de 2007

Ciclo Anual de conferencias “Argentina a largo plazo”

El 17 de abril, en el marco del Ciclo Anual de Conferencias “Argentina a largo plazo” En busca de una visión superadora, y ante una numerosa concurrencia, se realizó en el Salón Vélez Sarsfield el primer encuentro de dicho ciclo, en el que fue expositor el filósofo español Fernando Savater, quien disertó sobre "Ética y principios para una visión de un pais a largo plazo" -Durante el transcurso del programa impulsado por nuestra Institución, se llevarán a cabo diferentes eventos con la participación de invitados especiales. Al finalizar el ciclo, se editará una publicación con las exposiciones realizadas y conclusiones resultantes.





Palabras del Dr. Enrique del Carril

Agradezco a todos su presencia, en especial a Telefónica que ha permitido este acontecimiento de tener entre nosotros a Savater.
Quiero anunciar el Ciclo que Savater inicia, y que es un ciclo en el cual el Colegio pretende dejar de lado los problemas de coyuntura para tratar de ver a la Argentina y a los argentinos con una visión de largo plazo. Nuestra idea es realizar un ciclo que durará todo el año, en el que invitaremos a grandes intelectuales nacionales y extranjeros, y que concluirá con un panel donde debatir los grandes problemas del país.
Qué mejor manera para iniciar el Ciclo que con las palabras de un filósofo que nos hable de los “valores”. Pensamos que éste es un marco de iniciación importante e indispensable para este Ciclo, porque los filósofos nos estimulan a pensar. Podemos estar o no de acuerdo con ellos, pero lo importante es la forma en que nos motivan y nos llevan a pensar los grandes problemas.
Es innecesario y abundante hablar del currículum y de las obras de Fernando Savater, porque todos los conocemos. Pero yo diría que basta resaltar la claridad con que expone sus ideas. Fernando Savater nos dice muchas cosas y las dice muy claramente. Y citando a Ortega y Gasset, que dijo que la “claridad es la cortesía de un filósofo”, para nosotros hoy, para el Colegio de Abogados, es un placer tener a este “cortés” invitado que nos pueda hablar de estos problemas y nos pueda ubicar en el marco de los temas que seguiremos reflexionando a lo largo del año.
Le voy dar la palabra al Dr. Manuel Álvarez Trongé, un distinguido consocio, Presidente de la Comisión de Derecho Empresario, miembro de una nueva Comisión interna de abogados que el Colegio está organizando, y que además ha hecho posible por su entusiasmo que Fernando esté hoy con nosotros.




Palabras del Dr. Manuel Álvarez Trongé

Son sólo cinco minutos. Creo que hoy es un día diferente para nosotros, por la presencia de don Fernando Savater en este recinto que muchas veces nos ha convocado por temas jurídicos, porque estamos reunidos para escuchar a un filósofo. Esta situación me parece que es algo trascendente de por sí. De todos modos no es completa mi afirmación, no solamente nos hemos reunido para escuchar a un filósofo, la verdad es que hemos sido convocados por don Fernando Savater, por este caballero que tengo a mi izquierda, que empiezo por presentarlo diciendo que es un hombre fuera de lo común, como enseguida comprobaremos. Y aquí es donde las circunstancias me ayudan porque es poco lo que yo puedo decir para presentar a Fernando Savater, como decía recién Enrique es para nosotros un enorme honor tenerlo presente. Pero creo que esta introducción sirve para tomar conciencia de a quien tenemos hoy entre nosotros. Me gustaría que en esa ruta de tomar conciencia, hacerlo por dos vías, quiero hacer con ustedes algo así como un precalentamiento intelectual: la presentación en sí de nuestro invitado, y una explicación y anécdota sobre el tema que nos expondrá.

Fernando Savater tiene unas cincuenta y pico primaveras. Nació en la bella ciudad de San Sebastián, en España, en la cuna del país vasco. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, ha sido profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, de Ética y Sociología de la UNED, de Ética en la Universidad del País Vasco desde 1980, es profesor invitado y disertante en un sinfín de lugares. Su obra ha sido traducida a más de 30 lenguas. Es interesante su perfil de escritor, como tal ha alcanzado tanto la línea del ensayo filosófico, que es el que más nos hace conocerlo, como también la línea política, la literaria, la novela y hasta el teatro. Sólo como un rápido repaso, no mencionaré todas sus obras, pero sí algunas, ya que el título de éstas nos da un perfil muy interesante del caballero que van a escuchar. Tenemos así Nihilismo y Acción; Ensayo sobre Cioran; La infancia recuperada; La filosofía como anhelo de la revolución; Nietzche y su obra; El Estado y sus criaturas. Algunas han sido premiadas, como Panfleto contra el todo (Premio Mundo de Ensayo); La tarea del héroe (Premio Nacional de Ensayo); Invitación a la Ética (Premio Anagrama de Ensayo, 1982); Sobre vivir; El contenido de la felicidad; El jardín de las dudas; Ética como amor propio; La escuela de Platón; Ética para Amador; ésta muy conocida por nosotros, Política para Amador, que le siguió; El valor de educar; El diccionario filosófico; Las preguntas de la vida (Premio Euskadi de Plata); El gran fraude: Sobre nacionalismo, terrorismo y ¿progresismo?; un trabajo especial sobre Jorge Luis Borges, El valor de vivir; Enseñando a vivir; Los siete pecados capitales, y el último de más reciente aparición, que ya encontrarán en las librerías de Buenos Aires, La vida eterna.

Ha recibido gran cantidad de premios, “Premio Pablo Iglesias” en 1989; “Premio Injuve de Comunicación en 1990; “Diploma de la tolerancia del país vasco” en 1990; “Premio Continente de periodismo” en 1998; en mayo de 2000, en la categoría Premios Ortega y Gasset ganó el “Premio Mejor Artículo” con el título “El prójimo desconocido”. Podríamos continuar enumerando obras de teatro, publicaciones, novelas, pero es suficiente.

Y para los argentinos valen dos palabras para definir a la persona que está hoy con nosotros, lo solemos resumir y decir: ‘Tenemos la presencia de un grande’. Pero un ‘grande’ de la madre de las ciencias. Yo realmente he sido siempre un admirador de don Fernando Savater, he leído muchos de sus libros y he discutido a veces unilateralmente, subrayando y criticando algunas de sus ideas, o señalando con signos de admiración otros pasajes. Eso hace de Savater, como dije antes, un personaje fuera de lo común. Cuando empezamos a conversar sobre la posibilidad de que Fernando nos visite, veíamos esto como algo casi imposible, y vale la pena citar esta anécdota que les comentaba al principio. Fueron dos años más o menos lo que estuvimos para organizar la fecha, coordinar su visita por la cantidad de ocupaciones de Savater, y en algún momento cruzamos correos y le expliqué cuál era el marco de este seminario, de la Argentina a largo plazo. Y él, con gran nobleza intelectual me dijo ‘yo no puedo hablar de esos temas, ésa no es mi materia’. Entonces tratamos de precisar y explicar que lo que queremos es hablar de valores, queremos hablar de ética, sobre una exposición que a los ciudadanos de un país como el nuestro nos haga tener claras y presentes lo que se pretende en una sociedad civil sólida, mirando el futuro. Y con mucha humildad me dijo ‘bueno, eso sí, eso está más cerca de mi materia’.

Quiero como parte de este precalentamiento leerles dos pasajes de obras clásicas, en realidad no tienen nada que ver entre sí, están muy distanciadas en el tiempo, pero yo creo que están muy vigentes, y nos pueden ayudar como primer escalón a lo que vamos a escuchar. El primer párrafo dice: “En el plano de las relaciones políticas o sociales entre los hombre no se puede hacer nada sin que haya en el hombre un carácter o cualidad moral, es decir, se debe ser hombre de mérito moral”. El segundo párrafo, también refiriéndose al carácter dice: “El hombre no elige su constitución, gruesa o delgada, nerviosa o sanguínea, él recibe estas disposiciones al nacer. Las recibe del suelo que le toca por morada, del número y la condición de los pobladores, de las instituciones anteriores y de los hechos que constituyen su historia.”

El primer párrafo es de Aristóteles, en la Ética, hacia 330 A. C., el segundo fue escrito por alguien más conocido por nosotros, Juan Bautista Alberdi, en 1852 mientras pensaba nuestra Constitución en Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Esta es una primera reflexión sobre lo que vamos a escuchar, y vamos a ver si tienen alguna relación entre sí, es tarea nuestra pensarlo.

Antes los invité a realizar un precalentamiento intelectual, y ¿por qué? Porque creo que tenemos en Fernando Savater a un gran entrenador de ideas, a un gran profesor de educación física del alma, a un excepcional motivador de reflexiones. Y la magia del señor Savater es tan sencilla como relevante: hace pensar. Les pido que recibamos con un fuerte aplauso de calidez y bienvenida a don Fernando Fernández Savater Martín.




Disertación de Fernando Savater

Queridos amigas, queridas amigos. Quiero agradecer sinceramente esta invitación y la amable insistencia que tuvo Manuel en conseguir que yo viniera, por facilitar al máximo todas las cosas y allanar todos los caminos. En primer lugar, y como él ha mencionado muy bien, estaba mi renuencia a hablar sobre cosas que no sé, que son la mayoría. Yo he viajado muchísimo a la Argentina, ha estado bastante, unos 28 o 29 años que vengo seguido, de modo que algo sé y conozco pero claro, no pretendo tener ninguna solución ni interpretación mágica de los problemas que la afectan. Muchas radios y corresponsales, cada vez que sucede algo en la Argentina me llaman para preguntarme, y yo en realidad no tengo soluciones ni ideas. Tampoco las tengo para lo que pasa en España, de modo que imagínense ustedes si las tendré para lo que ocurre en Argentina. Entonces yo me negaba a hablar y a decir generalidades de éstas que suenen bien pero que no signifiquen mucho; todo el mundo puede alagar los oídos de los oyentes y decir grandes cosas para que los demás se sientan contentos de escuchar, pero que no le sirvan en nada. Esas cosas a mí no me gustan.

En cambio, creo que puedo intentar reflexionar sobre temas de ética en la vertiente social, en la vertiente pública, y eso posiblemente les sonará a ustedes de importancia en las cuestiones actuales de la Argentina. Doy por hecho que yo pondré la reflexión general y ustedes pondrán la aportación del conocimiento del país, para que entre los todos lleguemos a algo que pueda valer la pena. Por lo tanto voy a hablarles de unos aspectos más generales, breves en tiempo, para provocar su reflexión, y luego me gustaría discutir con ustedes, escuchar sus opiniones, contestar sus preguntas ya más en extenso, porque lo que yo diga puede interesar o no interesar, pero al menos sé que las preguntas que se realicen sí interesan, y que estoy hablando de algo que tiene una pertinencia.

Hay una nueva disposición que ocurre en muchos países, ocurre en España y aquí también. Cuando hay trastornos y alteraciones sociales, siempre hay alguien que lamenta que falta ética: ‘Hay que apelar a la ética… la ética es la que salvaría al país…’, etc., etc. Cuando yo tenía 20 años, lo importante era la política. La ética era ñoña, algo más bien vinculado a lo clerical, que no interesaba a mucha gente. En cambio la política era el discurso fuerte, que servía, que planteaba los verdaderos problemas, con los años, la política se ha vuelto un discurso sospechoso. Cuando uno habla de política, la gente se estremece un poco como si hubiera oído una mala palabra. En España para descalificar a alguien que ha hecho algo aparentemente meritorio o interesante, se dice: ‘Lo habrá hecho por razones políticas’. Como si eso ya invalidara las cosas y como si las razones políticas no fueran razones, de modo que la política se ha convertido en algo derogatorio mientras que la ética representa todo lo contrario.
A mí me parece que intentar resolver los problemas políticos con ética es como intentar apagar un incendio con un hisopo de agua bendita. Los problemas de mala política se resuelven con buena política, no con ética. La ética es importante en el plano personal, en el plano de los ciudadanos, en el plano de lo que corresponde a cada uno de nosotros en su reflexión sobre la libertad que ejerce, pero, lo que nos debe preocupar colectivamente son las cuestiones políticas, que también tienen que ver con valores. Es falsa la idea de que sólo la ética tiene que ver con valores, porque la política tiene valores, incluso hay valores específicamente políticos que no son exactamente iguales que los éticos. No es lo mismo la justicia, Aristóteles distinguía la equidad de la justicia, la equidad como virtud más propia del ciudadano como individuo en relación con los demás, y luego venía la justicia como la virtud institucional. No es lo mismo ser equitativo como persona que ser justo como gobernante. Esto es algo que hay que recordar, no se trata de exaltar virtudes morales. Que los gobernantes sean morales me parece bien, por bien de ellos, de sus familias, ahora, lo que a mí me interesa es que sean buenos gobernantes. No me consolaría en absoluto el que fuesen excelentes personas desde el punto de vista moral pero incompetentes en el ejercicio de sus funciones. Imagínense que yo el domingo debo tomarme el avión para retornar a Madrid, y me informaran que el piloto tiene Parkinson, catorce dioptrías en cada ojo, que pierde de vez en cuando la razón por alucinaciones… pero, que es una persona moral, que cuida sus hijos y que por lo tanto yo debo estar tranquilo en mi viaje hacia Madrid. No, yo prefiero un sinvergüenza que sepa pilotear el avión.

Entonces no mezclemos, la moral es el intento de salvar el sentido personal de la vida, mientras que la política es el intento de salvar y mejorar la colectividad. En otras palabras, la moral quiere hacer mejores personas y la política mejores instituciones. Y los países necesitan mejores instituciones, de modo que yo no les voy a dar soluciones éticas a la política. Hay que buscar las soluciones en cada rango, si a un ministro se le confían fondos públicos para llevar a cabo obras, digamos para un colegio o para un hospital, y se gasta el dinero en un bingo con una amante, él puede efectivamente tener un problema moral, pero la sociedad lo que tiene es un problema político, y el problema es si puede actuar, destituir a esa persona o no. Yo oigo hablar de la corrupción, que es un problema alarmante, y de cómo se combate, pero, el verdadero problema yo creo que no es la corrupción sino la impunidad. Allí donde hay libertad, allí donde las personas pueden elegir y optar, sobre todo cuando uno ejerce un cargo público, siempre es posible que uno actúe de una buena o mala manera, conveniente o inconveniente, que corresponde al fair play de lo que los ciudadanos confían o no, eso es seguramente imposible de extirpar pues los seres humanos tenemos la tentación del mal porque somos libres. El problema es la impunidad, es decir que haya gente que pueda cometer abusos y actos de corrupción sabiendo que no va ser pasado por el cedazo de la justicia, y que inclusive va a ser visto como algo normal, como algo lógico. El problema, entonces, es esa impunidad legal y ante la opinión pública.

No es cierto que haya una crisis de los valores. La crisis de los valores existiría si a nosotros nos diera igual todo lo que hacen los demás; mientras veamos los abusos como abusos, los atropellos como atropellos, y mientras veamos que hay cosas que no funcionan y que la sociedad no tiene la armonía, la eficacia, la libertad que debiera tener, estamos teniendo los valores, porque éstos surgen cuando uno los ve y los echa a faltar. Porque cuando todo va bien no hay problemas de valores. Muchas veces a los profesores de Ética nos preguntan qué intentamos enseñando esta materia si la sociedad abusa, y está llena de xenofobia, de intransigencia y explotación, para qué entonces intentar enseñar ética. Bueno, precisamente por eso es por lo que hay que enseñar ética. Si la sociedad funcionara bien, en forma ideal, con santidad, entonces los profesores de Ética tendríamos que ganarnos la vida de otro modo porque no habría nada que explicar, sino le diríamos a nuestros jóvenes ‘hijo, sal a la calle y haz lo que veas’, y como lo que tememos y no queremos es que lo hagan, precisamente por eso tenemos que enseñarles ética. Pero eso quiere decir que los valores existen, que los echemos de menos en su eficacia y en su funcionamiento en la calle quiere decir que existen porque sino nos daría igual… estaríamos tan contentos y reconciliados. La mirada del que percibe el crimen y ya no ve nada anómalo y sorprendente, ésa es la mirada de quien ha perdido los valores. El que lo deplora, el que siente indignación e impotencia ante el crimen, ése no ha perdido los valores, aunque quizás en un momento determinado no tenga la capacidad de luchar contra el mal.

Cuando hablamos de la función social de la ética tengamos presente que la ética tiene ante todo una dimensión personal de intentar dar un sentido a la propia libertad, hay una diferencia fundamental entre ética y política, y es que la ética no necesita esperar a nada para ejercerse; no puedo decir ‘voy a ser moral pero a partir del mes que viene’, no, si es un propósito es un propósito inmediato. En cambio, no hay ninguna contradicción en decir que yo voy a fundar un partido o un sindicato, o intentar un cambio en algún campo político dentro de un año o dentro de dos. Es decir, la política admite aplazamiento porque exige concertación, complicidad con otra gente, de manera que no es obligatorio empezar a realizar una idea política en el momento en que se le ocurra a uno sin esperar la base social y humana para llevarla a cabo. Por el contrario, la ética, como necesita de uno mismo para practicarse, puede hacerse inmediatamente sin necesidad de aplazamiento alguno. Ésta es la diferencia fundamental entre ética y política. En la política podemos pensar qué vamos a hacer mientras que en la ética pensamos qué debemos hacer en un momento determinado.

Una vez que estamos en ejercicio de la ética, podemos pensar en diferentes dimensiones dentro de ella: una ética humana que corresponde a todas las personas y nos afecta como seres humanos irrepetibles, frágiles, mortales, pero cuando la vemos desde la óptica social, porque el hecho de que sea personal no quiere decir que no tenga efectos sociales, por el contrario los tiene. Así, una vez que lo vemos desde el punto de vista social, podemos pensar que además de la ética general y de todos, existen las éticas particulares de cada de los cargos, de cada uno de los desempeños que tienen las personas en el marco de las actividades diversas de una una sociedad. No es lo mismo ser padre y cumplir con las obligaciones con los propios hijos que la obligación de ese padre con cualquier niño que se encuentre en la vida; naturalmente que como adulto con un mínimo de prurito de ética, tendrá respeto, admiración, cuidado y otras exigencias por ese niño, pero si además ese menor es un hijo tendremos un suplemento de atenciones que no tenemos para los demás, una entrega y una responsabilidad distinta. Y así en muchos ámbitos, sea cuando ejercemos como profesionales, o como padres o como políticos, tenemos responsabilidades que no tendríamos si sólo actuáramos desde el campo de lo particular.

Los griegos llamaban a eso Deontología, que viene de tó deón, (lo que corresponde); la deontología es entonces lo pertinente en un caso determinado. Y hay cosas pertinentes y exigibles a una persona que ocupa un puesto y no a otras, por ejemplo, recibir regalos es simpático y agradable para todos, pero para una persona que desempeña una función pública, un ministro, puede significar soborno y por deontología no corresponde que lo reciba, aunque en sí no implique nada malo, pero por deontología no es pertinente. O cuando como profesor no puedo decir determinadas cosas ante mis alumnos que sí puedo decir mientras estoy con mis amigos, porque con los primeros tengo una serie de obligaciones específicas.

Puede haber una excelente persona en lo moral, en sus condiciones humanas generales, pero altamente deficitaria en la deontología de su puesto, al ejercer su función y, por exceso o por falta, sean inadecuadas moralmente desde la perspectiva deontológica. Esto es importante porque muchas veces se pierde de vista los valores y se habla de ellos como algo desencarnado, cuando se dice ‘¿Cómo cree usted que está la ética en la Argentina?’. No, la ética es algo personal. Imagínense preguntar ‘¿Cómo cree usted que está la digestión en Argentina?’, bueno, hay personas dispépticas y otras que digieren estupendamente. La digestión general en el país es algo que no existe, es una cuestión personal. Y muchas veces cuando se pregunta por la moral en un país es como preguntar por la digestión del país en general, y en realidad es una cosa que hace cada uno, bajo unas condiciones específicas y de acuerdo a problemas específicos.

Uno de los problemas al que nos enfrentamos cuando hablamos de la ética es que nos preocupamos por la ética de las personas que ocupan puestos de responsabilidad. Pero todos tenemos responsabilidades, y responsabilidades públicas porque todos vivimos en una sociedad y no es que haya personas que llevan la obligación de actuar y otros que están de polizones. Todos tenemos obligaciones públicas, obligaciones políticas porque en una democracia todos somos políticos. Se suele hablar de los políticos como de una casta especial, que ha venido de afuera a trastornar la tranquilidad de todos (risas), no, en una democracia todos somos políticos, todos tenemos que participar en el gobierno, todos somos gobernantes, y los que mandan son nuestros mandados, aquellos a los que les hemos mandado a mandar. Y si lo hacen mal, peor lo hacemos nosotros que no nos presentamos como alternativa o que no los revocamos en su mando, lo que no puede ser es que haya quien ha nacido para gobernar y otro que ha nacido para ser gobernado pues eso no existe en una democracia, más bien lo específico de este sistema de gobierno es que todos somos gobernantes y gobernados.

Entonces esto tiene sus exigencias, todos debemos saber que tenemos obligaciones políticas, donde una dimensión obligada de la vida de cada uno es la política. En este caso, quien no se interese por la política, está fallando como ciudadano en el sentido deontológico. Los griegos tenían una palabra para designar a aquellos que ante un problema o situación en la polis se abstenían diciendo ‘no me interesa’, le llamaban idiotez, de ahí la palabra idiota, de la raíz idio: el que cree que puede vivir solo. Así nace el concepto de idiotez en la democracia griega como la cualidad del que se abstiene de participar en los debates que conciernen a todos creyendo que eso es una cuestión de los otros. En consecuencia, nuestro mundo está lleno de idiotas, o hiperidiotas contentos y satisfechos de serlo, que blasonan que ellos no se mezclan en política, porque confunden la política, es decir la gestión de lo común con el sectarismo y partidismo, cosa que no tiene relación. A modo de ejemplo, se puede ser amante de la literatura sin participar en las intrigas editoriales que encumbran a un autor y derriban a otro. No, la política es algo imprescindible para nuestra vida, vemos que aquel que dice que no le interesa la política, acto seguido protesta por su sueldo, por su puesto de trabajo o por la educación, como si todo eso no tuviera que ver con la política, y la política fuera sólo quien va a ocupar la primera plana del periódico fotografiado como gobernante.

De modo que es verdad que hay una distinción entre ética y política, que la ética concierne a las personas y que está siempre a nuestra mano, y la política a las instituciones y al ponernos de acuerdo con otros. Pero también, y eso lo vio Aristóteles, hay razones éticas para participar en política. Es decir, que participar en política es una de nuestras obligaciones éticas. Una de las obligaciones de nuestro desarrollo moral es ir más allá de la moral individual y participar de la colectividad. Y lo digo porque nuestras sociedades están llenas de polizones, de gente que vive sin protagonizar ni tomar ningún tipo de decisiones, como espectadores, aplauden unas medidas, silban otras, no como sujetos protagonistas. Lo característico en esos casos es la pregunta ‘¿Qué va a pasar respecto a la economía, a la política…?’. La pregunta de un hombre libre no es nunca ‘qué va a pasar’ sino ‘qué vamos a hacer’, porque la primera es la pregunta de los súbditos, de los vasallos, y la segunda es la pregunta de los ciudadanos, porque naturalmente ocurrirá lo que dejemos que ocurra.

De ahí que cuando vamos a ejercer la perspectiva moral desde un puesto de responsabilidad en lo público, que en parte es el de todos, especialmente en sociedades con una fuerte impronta católica como las nuestras, donde reina algo así como la comunión de los santos, donde robar para uno está mal, pero robar para otro -para el partido- con un fin global, le excusa a uno aunque se trate de una tropelía. Entonces allí los políticos suelen ser muy rectos, pero muy rectos para su grupo no para la sociedad, y realmente consideran que están respondiendo a unos criterios exigentes, pero esos criterios tienen un ángulo determinado y confunden los planos de responsabilidad en la sociedad. Por eso yo les diría que toda ética -lo que es obvio- tiene referencia a la acción, pues si no somos activos, si no actuamos no tendremos nada que perder en el sentido moral. Las personas más comprometidas moralmente son aquellas que actúan, y cuanto más actúan más responsabilidades morales tienen. Quien no hace más que lo que le mandan, sólo tiene la responsabilidad moral de haber cedido toda su moral a otros. Entonces las acciones deben distinguir entre fines distintos, ya en sí mismas las acciones para que no son el fin sino un instrumento o medio para llegar a un fin; no pueden justificarse sólo por el fin. Las palabras de que “el fin justifica los medios” fueron contestadas por Albert Camus diciendo que “en política son los medios los que justifican el fin”. Es decir que en política uno no puede alcanzar la libertad por medio de la tiranía, la igualdad por medio de la desigualdad, la paz por medio de la violencia.

Ahora bien, cuando vamos a plantearnos los fines, hay que distinguir entre los fines personales -que son perfectamente lícitos en un ámbito determinado-, los fines de partido, que son de alcanzar preeminencia o hegemonía sobre otro, o de realizar actividades, y por último los fines del Estado, del gobierno, de la colectividad, los generales de la sociedad.

Así, la persona que ocupa un cargo influyente, en cualquier sector, sea empresarial, o político, etc., debe tener en claro que no es que esté mal que él tenga proyectos personales, pero, esos proyectos personales no pueden convertirse en prioritarios arroyando a los generales o de la colectividad. Tampoco vale que sostenga no querer nada para sí mismo pero sí para el partido, y que entonces el partido sustituya a la colectividad. Éstos son algunos de las cuestiones a considerar cuando se ejerce la reflexión ética sobre aspectos que pueden llegar a tener un impacto social importante. Por eso es fundamental llevar adelante la educación cívica, porque la educación es la base de la solución no violenta a todos los problemas sociales. Y digo solamente la base, pues no creo que con educación se puedan resolver absolutamente todos los problemas económicos, políticos, etc., sí sostengo que la educación entra en la solución de todos los problemas; puede no ser la única solución pero no hay problema que no implique aspectos educativos.

Por eso, cuando pensamos en reformas y en soluciones para un país, ¿con qué ciudadanos contamos para ello? ¿Cuál es la tripulación del barco? Antes de lanzar teorías sobre el rumbo y el punto al que queremos ir, la pregunta es si hay ciudadanos, si existen ciudadanos que no sean meros consumidores o meros feligreses, aspectos que suelen reunir los ciudadanos en la actualidad, donde como en España o en Argentina se dice ‘usted deje eso de la ciudadanía que es un lío, eso ya funcionará solo… usted sea un buen consumidor’. Pero ser consumidor es radicalmente distinto a ser ciudadano, porque los consumidores por naturaleza son desiguales, el que tiene puede consumir y el que no, no tanto. Por el contrario, la ciudadanía es igualitaria; todo el mundo puede ser ciudadano pero no todo el mundo puede ser consumidor. Y la libertad del consumidor, de poder elegir esto o aquello, no es la libertad del ciudadano ni puede sustituirla.

Tampoco como feligreses, cuando la figura del rabino, ulema, obispo, etc. intenta cada uno convertir en feligrés de su parroquia y que lo que ellos consideran pecados se conviertan por decreto en delitos para toda la sociedad. Y esos son males de nuestra sociedad, y son personas que hablan de inmoralidad, cuando no hay nada más inmoral que convertir a una persona en feligrés obligatoriamente: ésa es la verdadera inmoralidad. Sin embargo, observamos que esto prospera en sociedades como las nuestras, de ahí la necesidad de educación, llamémosla educación cívica por nombrarla, que dé el conocimiento al ciudadano que va a ser -porque todavía es un joven sin derecho a voto-, pero que ya está formando parte de la sociedad, lo que es convivir, lo que son las garantías democráticas, lo que es el ejercicio crítico de los derechos, lo que es la justificación de la existencia de determinadas instituciones. Esto significa decirles a los jóvenes por qué las cosas están, antes de estar bien o estar mal están, más allá de que funcionen mal están, cumplen una función, y son mejores que lo contrario, como la ausencia de democracia, que la autocracia y que los caudillos. Todo esto se transmite por la educación, pues estamos educando a gobernantes, quienes en el futuro gobernarán. Hay una frase de un sociólogo y economista canadiense, que ejerció toda su vida en Harvard, llamado John Kenneth Galbraith quien dice en uno de sus últimos libros: “…todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes”. La democracia vive bajo este temor permanente porque los ignorantes tienen voto como los demás, y si son muchos más que los otros, evidentemente la democracia se debilitará, prevalecerá la demagogia, se boicotearán las soluciones necesarias pero que implican cierto sacrificio, se potenciarán los líderes carismáticos que en realidad buscan su propio encumbramiento pero no la solución de los problemas. El ignorante al que se refiere Galbraith no es el ignorante en el sentido científico del término (todos somos ignorantes, pero para eso están las enciclopedias, y Google…), sino que es la ignorancia de los que no pueden expresar de manera inteligible sus demandas sociales a los otros, los que son incapaces de comprender las demandas sociales que otros hacen, los que son incapaces de persuadir y de ser persuadidos, carácter fundamental de la democracia. Sobre esto último considero que tenemos que crear caracteres capaces de la persuasión. Hay quienes se ufanan de no poder ser persuadidos, tengo amigos de mi edad que dicen algo así como ‘yo pienso lo mismo que a los 17 años’, señal inequívoca que ni a los 17 ni ahora pensaron nunca nada, simplemente se les metió una idea en la cabeza, como esas moscas que quedan zumbando dentro de una botella sin encontrar la salida, y que la tiene todavía adentro pero no ha sabido todavía qué hacer con ella.

Es importante que podamos persuadir y ser persuadidos, que entendamos la fuerza de la razón. Por eso Aristóteles en su Política dice: “Antes de ser gobernante deberás ser gobernado”, y eso lo menciona en el párrafo dedicado a la educación o paideia. Es decir, ‘tienes que aprender lo que significa ser gobernado’, hecho que ocurre en la escuela en primer lugar. Una escuela, antes que un lugar de transmisión, es un lugar donde una persona sale del ámbito cálido, identificativo, sentimental de la familia, y entra en otro más distanciado de la sociedad y ahí es gobernado. Por eso son absurdas las teorías que sostienen que en una clase todos son iguales, los alumnos y los maestros, de ninguna manera: el niño tiene que aprender a ser gobernado y gracias a eso puede ser gobernante. Por todo esto considero que la educación es fundamental, quizás es un defecto ‘gremial’ de mi parte, pero yo le doy una importancia fundamental repito. Una materia como Educación Cívica, que en Inglaterra, en Francia ya existe, y en España Educación para la ciudadanía, la nueva asignatura propuesta en la actual reforma del
sistema educativo,ha abierto nuevos debates. La oposición política y las autoridades religiosas la han acusado de ser un intento de influenciar ideológicamente a los alumnos. Pero esa preparación cívica debe ser exigida por nosotros, y ser algo sobre lo que se reflexione particularmente; no basta con decirles a las personas lo que tienen que hacer, ni tampoco se trata de un manual de urbanidad, como el de la “Buena Juanita” que había en España. No se trata de eso aplicado a la política, se trata de explicar los principios por los cuales funciona una sociedad democrática de una manera abierta, aunque sí responsabilizándonos de lo que estamos transmitiendo.

En fin, éstos son algunos de los temas sobre los que quería hablar, ya habrán visto que son cosas sobre las que ustedes saben tanto como yo y que además no son específicas de un país, más allá de que estoy convencido de que cada país tiene sus problemas propios, su economía, sus fuentes de ingreso, su producción, pero, yo creo que los seres humanos somos los mismos. Y más aún, cuando se ha viajado mucho, uno se da cuenta de lo parecidas que son las personas en todos los sitios, pues buscan y desean lo mismo.




Preguntas de los asistenes

-De qué maneras éticas antitéticas, como por ejemplo la de todos los que queremos vivir en paz, puede sintetizarse con la ética que mueve a los fundamentalismos. O de qué manera podemos encontrar la forma de sintetizar la ética del delito, de la delincuencia y la inseguridad, con la ética de las personas que queremos desarrollarnos en paz. Es decir, ¿hay maneras de sintetizar éticamente formas tan diferentes de vivir, de ver el mundo y de entender los principios?

F. S. – No a todo se puede llamar ética. No todos los actos de conducta son éticos; no podemos hablar de la ética del criminal… Quizás vieron una película de los hermanos Cohen, “Miller’s Crossing”, traducida en España como “Muerte entre las flores”, donde había un gángster (interpretado por Jon Polito) muy preocupado él por la ética. Entonces, cuando enviaba a alguien a asaltar un banco o a matar y el otro por alguna razón no cumplía, el gángster le decía: ‘Hay que ser ético, no te das cuenta que debemos tener moral… y si todos hiciéramos lo mismo…’. Esa ética es paródica, y siendo un poco kantianos, la ética que se basa en principios que no se pueden universalizar no es moral, es decir, yo puedo basar mi moral en decir la verdad porque todo el mundo quiere que se le diga la verdad. Yo no puedo basar mi moral en mentir porque a mí me conviene mentir en un momento determinado, pero nadie quiere que le mientan permanentemente, ni siquiera yo. Yo puede basar mi moral en auxiliar a las personas que sufren porque todos queremos que nos ayuden cuando sufrimos, pero yo no puedo basar mi moral en asesinar a los débiles porque en algún momento yo puedo ser débil frente a otro y me asesinará. Hay razones que abonan unas morales, y otras conductas no son morales.

Pero sobre todo, una cosa es que las sociedades tengan un cierto pluralismo moral. Estoy diciendo, que tengan conductas distintas, y otra cosa es que no haya una unión legal en una sociedad. La sociedad debe tener un denominador común en lo legal, en otras palabras, unas reglas establecidas más allá de la pluralidad de las morales, luego, cada uno puede tener su sesgo moral pero debe haber una base legal ya no inspirada simplemente en la moral, sino en su historia, en la tradición jurídica que compartan todos los ciudadanos de esa sociedad. Entonces, no se trata de hacer compatible cualquier tipo de moral, sino de que las morales deban ser como tales morales, y luego deban poder responder a un común denominador legal de toda la sociedad.

-¿Cómo se puede llegar a una igualdad de todos los ciudadanos cuando lo que se impone en estos tiempos es la ‘ética del consumo’ y la desigualdad?

F.S. -La desigualdad ha existido siempre; es un tema amplio. La ciudadanía intenta un tipo de igualdad, que es la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la igualdad ante un tipo de responsabilidades o de servicios públicos.

Yo creo que no hay más que una forma verdaderamente revolucionaria de ir introduciendo la igualdad en una sociedad, que es el servicio público y la seguridad social. La seguridad social es mucho más revolucionaria que la mitad de las explosiones combativas de los últimos siglos. El hecho de que los ciudadanos puedan desplazarse utilizando servicios casi a un precio mínimo, en vez de tener que utilizar carrozas privadas como antes; el hecho de que todo el mundo pueda recibir una educación gratuita y universal y no solamente unos privilegiados; el hecho de que la salud llegue a todos y no únicamente a quienes se la pueden pagar. Es decir, el fundamento de la igualdad son los servicios públicos. Y que ambos funcionen bien es la base para que comencemos a hablar de igualdad, de la base de la igualdad exigible, luego habrá diferencias por muchas razones: talentos individuales, intereses, porque las vidas no tienen que ser todas iguales. Una cosa es la igualdad en el sentido ciudadano, y otra es que lleguemos todos a homogeneizarnos en un mismo resultado vital. Bernard Shaw en una de sus ironías habituales decía: “No hagas a los demás lo que quieres que te hagan a ti, ellos pueden tener gustos diferentes”.

Yo creo que los servicios públicos, sobre todo sanidad, transporte, educación, asistencia jurídica, contienen los elementos fundamentales para que el ciudadano se desarrolle como tal.

-Mi pregunta no está tan relacionada con la alta filosofía, sino más bien con el sentir ciudadano. Se dice normalmente en el seno de la comunidad que cuando alguien llega al poder pierde la ética, ¿qué relación tiene para usted la ética con el poder, qué pasa cuando el poder la abraza y la condiciona? Y vinculado con lo que ha dicho acerca de que la impunidad hace perder los valores, estamos en un recinto legal y desgraciadamente muchos pensamos que la legalidad se usa para chicanear, o como un recurso, pero no a favor sino en contra.

F.S.-Si no hay poder y capacidad de intervención y acción en el mundo no hay ética, todos tenemos esferas de poder. Por supuesto que el presidente de la república puede tener esferas de poder mucho más amplias en muchos aspectos, pero los padres tenemos esferas de poder sobre los hijos, los maestros sobre los alumnos, los empresarios sobre los obreros. Y cada una de las personas, en posiciones inferiores ejercen el poder también, y todos somos éticamente responsables del uso que hacemos de nuestro poder. Podemos maltratar a las personas que están bajo nuestro poder en vez de utilizar el poder para ayudarles a desarrollarse y vivir mejor, que es la idea de autoridad, que viene del latín auctio que significa hacer crecer, dar auge, que es lo contrario de la tiranía que pretende mantener a todo el mundo en una infancia perpetua. Por eso, el uso moral de la autoridad es el que hace crecer.

Es verdad que llegar a determinados puestos da un poco el vértigo de una serie de capacidades que antes no se tenían, y algunas personas no lo resisten y ceden ante él. De ahí que hablo de impunidad, en el sentido que saber esa persona que está atravesando ese vértigo que le puede costar muy caro, es un buen recurso disuasivo. Si en cambio, la persona que tiene ese vértigo sabe que puede hacer lo que quiera y nada le va a ocurrir, y va a escapar de todos los controles, la tentación se le hace mucho más fuerte.

Y en cuanto al uso que se le pueda dar a la legalidad, está claro que se la puede usar mal, como la medicina o como la educación en el caso de un maestro de química que enseñe a sus alumnos a construir cócteles molotov: todo puede corromperse de su uso. No creo que sistemáticamente la legalidad de un país funcione en contra de su finalidad, será en casos puntuales.

-¿Qué opina sobre la forma de manifestarse a través de piquetes, huelgas, cortes de ruta?

F.S. -En un sentido general, desgraciadamente hay grupos que la única forma de hacerse oír es alterando la normalidad. Por eso yo señalaba la importancia persuadir y ser persuadidos para que sean escuchadas las demandas antes de tener que pasar a este sistema de movilizaciones que alteran el funcionamiento normal de una sociedad. Se debe considerar cada caso, porque hay huelgas perfectamente justificadas, y otras en las que se aprovecha la situación de privilegio porque tienen de rehenes a los ciudadanos, por ejemplo en los servicios públicos, cuando saben que si no trabajan causan un daño a la población y la tienen de rehén. Sabemos que una huelga de controladores de vuelo no produce el mismo impacto que una huelga de peluqueros, ¿no? En consecuencia, está la necesidad de prudencia de quienes ejercen esos derechos y de quienes deben escuchar sus reclamos.

-Usted habló de una antinomia catecismo-educación cívica…

-Yo no creo que haya alguna antinomia. Pienso que por lo que se ve es así, al menos en España donde la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que tiene esos objetivos que les esbocé antes, ha despertado una reacción feroz por parte de la Iglesia que ve en ello una amenaza para su propia asignatura que es Religión y en realidad es un catecismo. Les parece que es una contradicción porque consideran que los valores deben ser transmitidos únicamente por vía familiar, y nunca por la vía pública, lo cual no es nada sorprendente ya que nadie duda de que la familia no sólo tenga el derecho sino la obligación de transmitir los valores. Pero también es cierto que los valores no pueden ser transmitidos en su totalidad por ellos porque no son sólo familiares, el resto de la sociedad también padece o goza de lo que se enseña en la familia. En tal caso, si a una familia se le da por trasmitir la afición del canibalismo a sus vástagos, no hay problema siempre que a los vástagos no se les dé por salir de casa y comer a la tía, a la abuelita y a los que viven con ellos. La realidad es que éstos salen y querrán comer a todos los viandantes, entonces yo quiero que se le enseñe a este niño que eso no se puede hacer. Parecerá grotesco, pero es lo que se está defendiendo con gran alharaca obispal en España, diciendo que sólo la familia puede educar y que si una sociedad pretende transmitir principios cívicos, etc., se convierte en una especie de manipulador de conciencia, de Mao Tse- Tung en proyecto. Yo desde mi punto de vista no veo ninguna incompatibilidad particular, pues la piedad particular corresponde al ámbito de lo íntimo, y creo que la fe y la religión son derechos de las personas pero no deberes de la colectividad. Cualquier persona tiene derecho a esa búsqueda de la excelencia pero no tiene que someter a todos al deber de compartirla.

-Mi pregunta está relacionada con la anterior. Desde una perspectiva ética ¿cómo se puede compatibilizar el pluralismo ético y religioso con esa ética, podríamos decir cívica o legal a la que usted alude, sobre todo en algunos temas críticos como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Cómo hacer para obtener un consenso de lo usted llama una ética legal en algunos temas donde hay debates por concepciones éticas y filosóficas fundadas? Porque a veces, la laicidad se transforma en laicismo, en ideología militante para excluir a los valores religiosos de lo público.

F. S.-Primero quiero aclararle que yo creo sólo en el laicismo, no en la laicidad. De hecho en el Diccionario de la RAE no existe la palabra laicidad, sólo aparece laicismo y la define como neutralidad de las autoridades públicas respecto a las cuestiones religiosas. Es decir que admite todas las posturas religiosas, lógicamente compatibles con los valores constitucionales, y también la postura religiosa de la negación de la religión en nombre de la verdad o de la ciencia que es una postura religiosa tan aceptable como todas las demás. Voltaire, Nietzche, Freud, etc., son figuras de la historia de la religión como lo es Santo Tomás de Aquino. Esto con respecto al laicismo.

Pero lo que hay que hacer compatible es la ley que se va establecer para todos, la moral de cada cual seguirá siendo la que sea. El hecho de que el aborto esté despenalizado no resuelve el problema moral que alguien tenga de abortar o no abortar; si favorezco el aborto o la eutanasia tendré el problema moral porque ninguna ley me va a dispensar de mis responsabilidades morales, sucede que me dispensa sí de mi responsabilidad penal llegado el caso. Cuando no es obligatorio, cada uno tiene el derecho a elegir, lo que pasa es que el marco moral salva las diversas opciones. Admite que hay cuestiones difíciles -el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, entre ellas- que tienen que ser reguladas por la ley. Si hay alguien que lo considera repugnante o pecaminoso, que no lo haga, y en la ley está contemplado que quienes no compartan este punto de vista lo puedan hacer también. Hay que aprender a vivir con aquellas personas que hacen cosas que nosotros detestamos, y ésa es la característica de las sociedades plurales: uno debe convivir con gente que en la puerta de al lado se viste con ropas que a uno le parecen horribles, que come cosas que a uno le parecen abominables. En fin, aunque no hagamos todos lo mismo, en una sociedad plural sí debemos estar de acuerdo en que en aquellas cosas que no dañen a los demás, cada uno puede hacerlas como quiera.

-En tanto que democracia tiene como elemento fundamental la igualdad entre los ciudadanos, le pregunto si la España actual, que es una monarquía encabezada por una dinastía histórica obligatoria, es compatible con el concepto de democracia.

F. S.-Hay sin dudas una contradicción entre la pervivencia de las monarquías y la democracia en su sentido prístino de que todos los hombres nacen iguales, no nacen unos reyes y otros no. Históricamente se han dado fórmulas de convivencia empezando por aquellos países más antiguos en democracia y en monarquía como Inglaterra, en que la figura de la monarquía adquiere carácter de representatividad más que de eficaz gobierno, y donde el rey se transforma en el representante de lo colectivo y en quien ejerce el mando sobre lo colectivo de una manera auténtica. Eso salva la responsabilidad democrática, pero estoy de acuerdo con usted en el principio que menciona. Opino que solamente una república puede responder a lo que es una exigencia democrática. Los otros son problemas históricos que se resuelven intentando evitar el traumatismo en las sociedades. Si los monarcas se eligieran por sorteo… Yo hace muchos años, un 14 de abril, escribí un artículo contando un poco esto que digo, se llamaba “Lotería primitiva”.

-Moderador: lo que sigue es una pregunta que nos enviaron por escrito y que es un poco difícil, a saber, ¿Cómo se arregla lo de la ETA?

F. S.-Esto me recuerda a los primeros tiempos de los dictadores chilenos, cuando había mucho desconcierto y todos sabíamos que se estaban cometiendo barbaridades, y por fin la presión consiguió que se organizara una rueda de prensa, y mandaron como representantes a unos personajes bastante gorilescos a hablar. La prensa comenzó ‘¡Víctor Jara, y los desaparecidos’! y otras cosas más, y el general dijo: “Bueno, bueno, no crean yo soy el homo sapiens”. Así que lo mismo digo yo, no crean que soy el homo sapiens y que voy a poder resolver cuestiones tan abstrusas.

Me remito a lo que decíamos antes, el problema no es qué va a pasar sino qué vamos a hacer. ETA estaba de cara a la pared hace unos dos años, por muchas razones, por la presión policial y judicial, por la Ley de Partidos, por el Pacto Antiterrorista, por la aparición de Al Qaeda que le había robado todo el glamour guerrillero, etc. Pero desgraciadamente en los últimos tiempos la intención de resolver el problema ha dado aliento a su presunción de obtener alguna recompensa política. Se les ha ofrecido una recompensa política por dejar la violencia e inmediatamente han dicho: ‘primero la recompensa política y después dejamos la violencia’, de modo que ahora utilizan otra vez la violencia para obtener su recompensa política. En fin, creo que hay que cambiar de política.
La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires