Se celebró el Día del Abogado

El 25 de agosto, se celebró el Día del Abogado, presidió el acto el Presidente del Colegio, doctor Raúl D. Aguirre Saravia, quien estuvo acompañado por la Vicepresidente, doctora Rosalía Silvestre, el Señor Director, doctor Jorge Adolfo Mazzinghi (h.). Fué expositor el doctor Jorge Adolfo Mazzinghi. En la Parroquia Mater Admirabilis tuvo lugar la misa en acción de gracias por los socios fallecidos durante el Ejercicio.


Palabras del Presidente del Colegio, Dr. Raúl Aguirre Saravia


Señores consocios, familiares y amigos. Muchas gracias por vuestra presencia en este acto que realizamos todos los años para celebrar el Día del Abogado, en homenaje a Juan Bautista Alberdi, impulsor de las instituciones de nuestro país. También queremos honrar a nuestros consocios que cumplen 25, 30, 50 y 60 años, en algunos casos como socios y en otros en el ejercicio profesional.

Además, la República conmemora el Bicentenario de la Revolución de Mayo, fecha que nos convoca a una fiesta y también a un balance y reflexión. En este marco debemos defender la idea de que este bicentenario es de todos los argentinos, y que la coyuntura que vivimos en estos tiempos –lamentable, basta la lectura diaria de las noticias– no puede menguar la trascendencia de esa epopeya. Las ideas de Alberdi hoy se ven cuestionadas por el autoritarismo, la arbitrariedad y una vocación por el poder puesto al servicio de la administración de turno que, mediante el uso de recursos públicos y maniobras de cualquier naturaleza, pretende perpetuarse en el gobierno, poniendo en serio riesgo el equilibrio entre los tres poderes del Estado y el principio de nuestro federalismo plasmado en la Constitución de 1853.

Nuestro querido Colegio de Abogados reclama en forma permanente la necesidad de un marco institucional sólido, de reglas claras y previsibles, de seguridad jurídica que respete la actividad privada como condición necesaria para un sostenido desarrollo de país, que incluya a todos nuestros compatriotas y personas que habitan el suelo argentino. En la misa celebrada hoy, festejando el Día del Abogado y recordando a nuestros consocios fallecidos, el Evangelio y la homilía del celebrante nos invitaban a medir el pasado no con una vara rígida, sino a reflexionar sobre el mismo con humildad, pensando que nosotros, en aquellas circunstancias, acaso hubiéramos actuado de la misma manera.

Reflexionábamos también sobre nuestra vocación cívica, cuya entrega permite el fortalecimiento de las instituciones. Por eso quizás en este día debamos hacer un alto y mirar con grandeza el futuro. Nos hemos acostumbrado al cortoplacismo, al aquí y ahora, a la urgencia, a la imposición de ideas sin un debate o una reflexión previa. Ninguna de estas actitudes son constructivas, según la visión de una institución como nuestro Colegio, próximo a cumplir 100 años de vida y que ojalá llegue también a su bicentenario, aunque nosotros ya no estemos aquí para disfrutarlo, y sólo podamos pensarlo para nuestros descendientes.

Creo que no es una casualidad que en este momento, en que ha sido vapuleada la institución del matrimonio, nos hable en representación de todos nuestros consocios homenajeados el Dr. Jorge Mazzinghi, reconocido especialista y maestro de derecho de familia. Muchas gracias.

Entrega de medallas y diplomas a los señores socios premiados

Intervención del Dr. Jorge Adolfo Mazzinghi



Señor Presidente, señores miembros del Directorio, señoras, señores. Me toca asumir la representación de los premiados de hoy, siendo uno de los que ha tenido el privilegio de recibir esta medalla y este diploma al cumplir 50 años como socio del Colegio, al cual me convocó en su momento el varias veces presidente Dr. Alejandro Lastra.

Yo sabía que se trataba de una asociación que congrega a quienes ejercen una misma profesión, pero entendí que esa coincidencia puede referirse a intereses meramente gremiales o bien proyectarse a miras superiores referidas a los aspectos más nobles de la profesión, a los avatares que enfrenta el estado de derecho en el que aspiramos vivir, a la confrontación entre el imperio de la justicia y los intereses mezquinos que a veces movilizan a quienes ejercen el poder.

Me he sentido desde siempre integrando una corporación entre cuyos miembros, por su número, no podría pretenderse que hubiera un vínculo de amistad, pero sí una relación que se le parece, en cuanto la amistad implica una recíproca vocación a la virtud que se reconoce en el otro y que está mucho más allá de un compañerismo banal, subalterno, movido por intereses comunes, que a veces desembocan en complicidad.

El Colegio ha afianzado en el transcurso de su historia la vocación por la defensa de los principios que otorgan dignidad a la convivencia social. Por eso es habitual que frente a los hechos que con frecuencia conmueven a la opinión pública o que se proyectan sobre el bien común, algunas veces para exaltarlo y otras para deprimirlo, nos encontremos invariablemente con declaraciones de nuestra Institución, en las que coinciden justicia y prudencia, que señalan los rumbos correctos y los eventuales extravíos. Al releer declaraciones del Colegio me he sentido expresado en ellas, y recordé los versos de Baldomero Fernández Moreno que incluía en el prólogo del primer libro de su hijo César, para definir un buen poema: “Y que al leer los otros, digan a su coleto: esto lo pensé yo una vez, en secreto.”

Quienes han ejercido la dirección del Colegio en los años de que tengo memoria, tuvieron el acierto de decir lo que había que decir, y de expresar así fielmente el pensamiento de los socios, que nos hemos visto gallardamente representados por los sucesivos directorios. No es casual que esto ocurra, que a los 200 años del nacimiento de Alberdi, 29 de agosto de 1810, fecha instituida como celebración anual, estemos evocándolo como ejemplo elocuente y riquísimo. Convivían en Alberdi el jurista esclarecido, que contribuyó a fijar el contenido de la Constitución y el poeta que entreveía en ese brumoso amanecer del estado nacional, un futuro promisorio a cuyo logro supo orientar las instituciones que iban a regirnos.

Así dicen las Bases: “En presencia del desierto, en medio de los mares, al principio de los caminos desconocidos de las empresas inciertas y grandes de la vida, el hombre necesita apoyarse en Dios y entregar a su protección la mitad del éxito de sus miras.” Me complace exaltar ese aspecto del prócer, por una parte inspirador de normas precisas que conformaron el dispositivo institucional de una alta empresa, instalada bajo la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia. Y por otra parte al hombre capaz de soñar la Argentina grande, que a veces ha parecido estar cerca de alcanzar el destino entrevisto, y otras pareció alejarse de él, en inexplicables retrocesos. Quiero destacar este carácter visionario de la personalidad de Alberdi, que me parece especialmente orientador para la hora que nos toca vivir.

Por encima de los criterios que procuren dar solución a los distintos aspectos de la encrucijada argentina, en cuyo debate nos toca participar, hay que cultivar la esperanza de alcanzar la plenitud que nos convoca. Decía Cicerón, refiriéndose a la Encina de Arpino, la finca rural donde pasó una buena parte de su vida, que “el árbol más duradero no nace de los esfuerzos del agricultor, es el que plantan los versos del poeta”. No desdeñemos pues, la tarea de quien cuida el árbol, pero sigamos el ejemplo de quienes lo entendieron en sus sueños. Como herederos de Alberdi tenemos que ser fieles a esa inspiración suya para ver el futuro. Ciertamente cuesta a veces contemplarlo confiadamente en tiempos en que aparecen tantos extravíos.

Parece quimérico evocar a quienes nos dieron leyes que expresaron un ideal de justicia y que interpretaron juiciosamente la naturaleza de las cosas sobre las cuales legislaban, cuando la obra de Vélez Sarsfield acaba de sufrir la afrenta de desfigurar la relación armoniosa del matrimonio para dar cabida en él a una unión aberrante, a una visión contrahecha de la familia. Asistimos al extravío del legislador. Es oportuno frente a esta experiencia reciente evocar a Alberdi cuando luego de recordar la frase de Rousseau de que “la ley es la voluntad general”, se refiere a ella como una definición estrecha y materialista, en cuanto hace desconocer al legislador humano el punto de partida para la elaboración de su trabajo de simple interpretación, por decirlo así. “Es una especie de sacrilegio definir la ley como la voluntad general del pueblo; la voluntad es impotente ante los hechos, que son obra de la providencia”. Y agrega poco después: “El Congreso vendrá a estudiar y escribir las leyes naturales, que todo propende a cambiarse y desarrollarse del modo más ventajoso para los destinos providenciales de la República Argentina”.

Es evidente que no estamos asistiendo a una tarea que recoja la tarea de Alberdi, y es evidente también que a nosotros, hombres de derecho, nos corresponde bregar para que la creación legislativa vuelva por sus fueros y que como decía el autor de las Bases, se evite legislar para un día, perder el tiempo en especulaciones ineptas y pueriles. Pero afortunadamente la fe en el derecho está muy por encima de la confianza en los legisladores. Decía Aristóteles que éstos “tienen por misión hacer buenos a los ciudadanos, haciéndoles adquirir costumbres”; esa es la voluntad de todo legislador. Quienes no lo hacen yerran, y en esto se distingue un régimen del otro, el bueno del malo.

El Colegio tiene entre sus fines la misión de velar por las instituciones, de bregar para que ellas recobren su fisonomía y sean fieles a su destino. La trayectoria recorrida nos autoriza a contemplar con optimismo la tarea por cumplir, porque tenemos raíces profundas a través de las cuales ha de reverdecer cuanto hoy aparece marchito. No olvidemos, recordando a Bernárdez, su pensamiento de que “lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado”. La fe en la misión de nuestra Institución me hace sentir como una realidad tangible esa amistad entre sus miembros de la que hablaba al principio. Que Dios inspire a quienes tienen la responsabilidad de conducir a esta Institución. Que podamos mantener con orgullo nuestra pertenencia al Colegio y confiar en que preste el servicio que de él se espera. Nada más.

60 AÑOS EN LA PROFESION -1950

Dr. José Cirilo Juan Castagnola
Dr. Arturo F. de las Carreras
Dr. Raúl Jacinto de los Santos
Dr. Néstor José Elicabe
Dr. Juan Alberto Galarza Mendez
Dr. Juan Carlos Malagarriga
Dr. José Alfredo A. Martínez de Hoz
Dr. Carlos E. Podestá
Dr. Tirso Rodríguez Alcobendas
Dr. Jorge N. Videla

50 AÑOS EN LA PROFESION -1960

Dr. Ricardo J. Alcibar
Dr. Atilio Aníbal Alterini
Dr. Jorge Oscar Arana Tagle
Dr. Jorge Eduardo Beltrán
Dr. Pedro Alberto Breuer Moreno
Dr. Emilio Horacio Bulló
Dr. Hernán Jorge Ferrari
Dr. Norberto Julio García Tejera
Dr. José María Gastaldi
Dra. Beatriz S. González de Rechter
Dr. Rafael Manuel J. La Porta Drago
Dr. Claudio Andrés Onetto
Dr. Jorge Reinaldo Vanossi

60 AÑOS COMO SOCIO -1950

Dr. Juan R. Aguirre Lanari
Dr. Manuel Alberto Bayala Basombrio
Dr. Miguel Manuel Padilla
Dr. Alberto José Rodríguez Galán

50 AÑOS COMO SOCIO -1960

Dr. Pedro Julio Agote
Dr. Pedro Alberto Breuer Moreno
Dr. Hernán Jorge Ferrari
Dr. José Luis Tomás Fourcade
Dr. Jorge Adolfo Mazzinghi
Dr. Julio César Otaegui
Dr. Carlos Schwarzberg
Dr. Roberto Ovidio Uriarte Rebaudi
Dr. Luis María Zambrano (h)

30 AÑOS COMO SOCIO -1980

Dr. Pablo Andrés Buey Fernández
Dr. Alberto Domingo Q. Molinario
Dr. Hector María Pozo Gowland
Dr. Luis María San Miguel

25 AÑOS COMO SOCIO -1985

Dra. María Carmen Agliano Lavalle
Dr. Luis Alvarez Pereyra Rozas
Dr. Carlos Bollini Shaw
Dra. María Inés Burs
Dr. Esteban Carcavallo
Dr. Dario L. Hermida Martínez
Dr. Federico H. Laprida
Dr. Ramón Pablo Massot
Dr. José Antonio G. Sánchez Elía
Dr. Pablo Reinaldo Sanz
Dr. Gabriel Juan Ulrich
Dr. Hector G. Vidal Albarracín

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La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires