166º Amuerzo de Confraternidad. Bicentenario de la Revolución de Mayo-Invitado: Dr. Carlos Floria

Las condiciones de la explicación política

Disertación del Dr. Carlos Floria


Muchas gracias por haberme invitado a hablarles en este almuerzo; este acto de mortificación de ustedes tendrá como premio que voy a dejar el texto a un costado, de él leeré solamente algunas citas que no puedo dejar de usarlas, ustedes verán por qué.

Este texto aquí en mis manos es un esquema que se relaciona con las condiciones de la explicación política. Yo suelo comenzar los cursos de ciencia política con este escrito, porque tiene una cantidad de lecciones de todos los días, incluso para los gobernantes. Ustedes van a reconocer inmediatamente cómo esas condiciones de investigación política no son conocidas, o por lo menos empleadas por gente con funciones políticas.

Esto tiene detrás no digo una tesis, pero por lo menos un pensamiento que no me preocupo por ocultar, y es que nuestras diferencias con los países latinoamericanos se reconocen ya por la opinión popular, no por la opinión pública (que como decía Cossio no son lo mismo). Cuando hoy se admite que la cultura política uruguaya, chilena o brasileña son superiores a la argentina, es ya un reconocimiento a nivel popular; no es una propuesta sofisticada de algún pensador. Eso porque la cultura política es una cultura específica, en la cual estamos muy mal. No es que la Argentina no haya sido un país culto y no lo sea en muchos aspectos (artístico, literario, etc.), pero en orden a lo político, que es también como decimos una cultura, hemos fallado claramente, y sobre todo desde hace unos cuantos años para acá. Sin aceptar por eso lo que la Presidenta dice sobre que fueron 200 años de fracaso —y además lo repite, que es lo más grave—, porque no fue así.

En lo que estamos trabajando ahora (se les ocurrió hacer un programa de tipo optativo para la Facultad de Derecho y para Ciencias Políticas) es sobre las condiciones de la explicación política. Porque el recorrido, más o menos reconocido por la mayoría de los pensadores políticos más interesantes de estos tiempos (y algunos clásicos) es qué pasos son indispensables para que la explicación política sea realmente una explicación y, al mismo tiempo, una manera didáctica de reconocer en una política ciertas exigencias, que si no se cumplen estamos ante una mala política.

La explicación política tiene varias estaciones, por así decirlo. La primera es la explicación de la historia, la lectura de la historia. Por eso la cita que hacía recién, si la lectura de la historia es tan precaria, las conclusiones que se obtienen son igualmente precarias. Sin la lectura de la historia no hay comprensión de la política. Esa lectura no es fácil, y no siempre es acertada. Pero cuando es apropiada nunca está tan distante como para que no se reconozca en el pasado si lo que se está diciendo tiene algún anclaje importante o no lo tiene.

Yo tomo dos ejemplos, para una ocasión tan amable y para ser breve, para no agobiarlos. Uno es la historia del poder, donde hay algunas estaciones también. La primera concepción del poder político era el líder armado, el monarca guerrero, o el sacerdote guerrero. El valor que se privilegiaba era la eficacia en el uso del poder. Va a venir gente, después de eso (dicho sencillamente), que va a plantear: ¿cualquier fuerza?, y la respuesta será que sólo aquella fuerza calificada por la ley, y ahí viene la teoría liberal política.

Entendamos que la teoría liberal política sufrió bastante por las versiones del liberalismo económico. Recibió condena de una manera abrupta el liberalismo, como si los pecados del liberalismo económico (que existen) fueran pecados del liberalismo político, cuando en realidad son diferentes en sus manifestaciones más profundas. Pero sí vale que el valor que rescatan las escuelas del liberalismo político (Montesquieu, etc.), sobre todo aquellas que atienden a cómo contener al poder, cómo dividirlo, cómo neutralizarlo etc. ,son propuestas doctrinarias que dicen que el poder político no es sólo fuerza, sino que es una fuerza calificada por la ley. Este es el primer avance que hay, repito que esto es solamente un esquema, cuyo desarrollo podría llevarnos toda la mañana y toda la tarde, o media hora como tratamos de hacerlo.

Y luego vendrán otros que dirán: ¿cualquier ley?, y la respuesta será que no, que debe ser una ley con asentimiento en la sociedad, con arraigo en la sociedad. Y ahí empieza lo que realmente es la raíz fundamental de la teoría democrática. Con todas las variantes, y todos los malentendidos y contradicciones que pueda haber tenido, en ese punto, en el proceso que va del poder como fuerza al poder como contención y división que evite la concentración excesiva, para llegar luego al poder democrático. Aunque la discusión acerca de qué se está hablando cuando se dice democracia permanece y permanecerá, lo cierto es que todo esto va acompañado con el tema de la legitimidad política.

Lo que estoy citando no es indiferente o ajeno al Bicentenario; hoy hay una literatura mucho más sofisticada sobre las revoluciones coloniales por así llamarlas. Para sorpresa nuestra los historiadores jóvenes norteamericanos han tomado muy en cuenta nuevas investigaciones sobre la calidad de los imperios, que van surgiendo a propósito de los hechos coloniales. Y se encuentran con un hecho que parece obvio, pero no lo ha sido tanto en muchas de las interpretaciones de los historiadores, norteamericanos o latinoamericanos. Es el hecho de que en realidad la vida colonial de los imperios que no eran el español o europeo propiamente, fue una vida colonial mucho más sencilla en la administración de las cosas de lo que fue la vida colonial en America Latina.

Es decir, los colonizadores en América Latina se encuentran con tres imperios, con tres civilizaciones, cosa que no ocurre con los peregrinos que harán la conquista del norte de América. Hoy se reivindica el esfuerzo de haber concebido un Estado mucho más complejo que lo que pudieron haber sido los estados de Norteamérica, y eso dicho por propios historiadores del norte. De modo que creo que aquí se pueden sacar varias lecciones, para la actualidad nuestra o en general. Una de esas lecciones es que probablemente no hubieran surgido revoluciones por la independencia sin la implosión previa de los imperios. Si pasamos por encima la implosión del Imperio Británico y la implosión de los imperios español y francés, nos ahorramos una serie de esfuerzos interpretativos, pero en el fondo estamos haciendo una mala interpretación.

Lo de la implosión es un lenguaje actual, que se usa por ejemplo en el caso soviético, porque la implosión es el derrumbe desde adentro y no el derrumbe desde afuera por una derrota. En el caso de América Latina, que llamaríamos América hispana, ocurre un fenómeno similar. Es la implosión de los dos imperios, el británico y el español, lo que permite que comience a plantearse el tema de la representación política, cuál era la legitimidad de la representación. ¿Qué ofrecía un imperio en desgaste y en implosión a los habitantes ya como ciudadanos de una novedad que sería el Imperio Colonial por así llamarlo, y sus sucesiones?

Esta lectura de la historia es muy importante, estos dos ejemplos me parece que son bastante claros, hay que elaborarlos, pero da la sensación de que realmente el hecho revolucionario es tal, porque son en el fondo revoluciones por la independencia. Entonces, uno incorpora de nuevo otra categoría, que viene de los debates del siglo XIX, lo que es la revolución por la independencia. Y todas fueron, de alguna manera, revoluciones por la independencia. Por supuesto que hay vacilaciones con respecto a lo que es la representación política, qué significado puede tener, lo que significa la rebeldía contra una corona, pero en esa línea se han planteado las revoluciones por la independencia, antes y después. De modo que insisto, para no sacar más ejemplos y pasar a la otra etapa, la lectura de la historia es esencial. Cuando la Presidenta dice —con el respeto debido lo comento— que tenemos 200 años de fracaso, directamente no sabe historia.

El primer libro que tradujo la Editorial Universitaria de Buenos Aires, fue de un norteamericano, que hizo una comparación del imperio americano y la Argentina. Comienza a citar anécdotas para ilustrar lo que va diciendo, y se encuentra en su comparación, con una Argentina que tiene una historia, una Argentina muy calificada, muy potente. No que fuera más potente, sino que lo era tanto en muchos aspectos, como el imperio, el más fuerte, el más firme y abarcador del mundo del primer centenario. Ustedes conocen como yo las anécdotas del centenario, hay algunas que son muy sugestivas. La posición argentina frente a Estados Unidos fue siempre en esa época de total independencia de juicio, más bien yo diría de crítica y de demostración de esa postura. Cuando ocurre uno de los congresos interamericanos, se encuentran Roque Sáenz Peña y Quintana en Washington y en el momento en que comienzan las sesiones, como las va a presidir el Secretario de Estado de Estados Unidos, el país anfitrión y ellos no aceptan eso, alquilan un carruaje y salen a pasearse por la ciudad, para demostrar que no están en la asamblea. Cito esto como algo espectacular, pero es un indicio de aquella cierta soberbia independiente frente a uno de los primeros poderes del mundo ya por entonces. De modo que la lectura de la historia no es indiferente en la calidad del análisis político.

El segundo paso que uno dará, que no es fácil tampoco, es la lectura de la sociedad. Los argentinos somos proclives a la lectura de la Casa Rosada, qué pasa allí, y damos mucho menos atención a mirar qué pasa en la sociedad. No somos únicos en ese error de apreciación. Saco un ejemplo que me parece claro, yo no puedo explicar el fenómeno peronista en su iniciación y fundamentos sin explicar la lectura de la sociedad, no la de Casa Rosada. La coalición social de base —como dicen los sociólogos— que le da fuerza política al peronismo inicial, es una coalición que cubre todas las fracciones y fragmentaciones de la sociedad argentina, porque están representadas la clase obrera vieja, la clase obrera nueva, sectores importantes de la clase media, también de la clase alta, y asimismo factores económicos. Sostenía un politólogo italiano muy importante, Berarchi —no lo decía de la Argentina solamente, lo decía también de Italia— que nuestros empresarios tienen una tendencia por la cual el liberalismo es más bien liberismo, palabra muy interesante por lo que evoca. El liberista es un liberal en economía, pero no siempre en la política, más bien diría yo que casi nunca lo es. De tal forma, nosotros tenemos mucho más de liberistas que de liberales. Esta es una visión por cierto discutible, pero la cito como interesante.

Entonces la estación correspondiente a lo que fue el fenómeno liberal en la política se pasa un poco por encima, o se confunde con propuestas que hacen más a la codicia eficaz que a la calidad política y la participación correspondiente, en este caso de los empresarios. Digo los empresarios porque es un grupo bastante identificable, y no se le puede atribuir a otros grupos sociales sin el poder correspondiente, algunos de los pecados de los que deberían ser ejemplares. Tampoco los otros grupos tienen ejemplaridades, que se deben ir dando en la medida en que la civilización política o la cultura política que se va construyendo sea eso, sea un subsuelo de cultura política y no solamente una competencia de codicias encontradas.

La tercera estación, o el tercer escalón, tiene que ver con la ética pública. Apelo otra vez a Ortega y Gasset que tiene varios aciertos, que son para nosotros algo dolorosos y para él también, porque se iba a exiliar en la Argentina y fracasó el exilio y se quedó en España. Porque él había pasado de ser de un brillante filósofo joven español a un peligroso crítico de la cultura política argentina. Ortega decía que en primer lugar (no sólo para la Argentina) hay momentos en la historia en que cambia el mundo, no solamente que haya cambios en el mundo. Yo creo que en este momento está pasando algo así, aunque tenga su expresión más notoria en la dimensión financiera, económica, etc., lo que se están produciendo son cambios del mundo. Eso nos interesa muchísimo, porque una cosa son cambios en el mundo y otra cosa cambios del mundo, porque eso implica volver a empezar pensamientos creativos.

Ortega tuvo una anécdota muy ejemplificadora, una conferencia que le significó renunciar al exilio en nuestro país. Y eso lo dice su hija Soledad Ortega —que falleció hace poco— que a su vez le mostró la carta a mi mujer, una carta totalmente privada donde dice “olvidémonos del exilio, porque ya no hay simpatías hacia mí, se perdieron”. Yo diría para ubicarlos que los motivos de la pérdida de simpatías están en un par de conferencias suyas que aparecen como agresivas. No se supieron tomar como un acto de simpatía hacia el lugar que visitaba y que lo lleva a decir la verdad. Estoy hablando del Ortega de su tercera visita a Buenos Aires, cuando daba muchas de sus lecciones en el salón de conferencias de La Prensa. Allí varias de sus piezas mejor expresadas en esas colecciones de conferencias. En un momento determinado, hablando del hombre, de la mujer argentina y de los idiomas, dice que en todo idioma hay palabras que no tienen traducción directa en otro idioma. “Por ejemplo —dice— yo no puedo usar la palabra cursi como español, y esperar que por ejemplo el alemán que me está traduciendo entienda qué es esa palabra. Seguramente deberá hacer en una nota al pie una complicadísima explicación, porque no hay una palabra equivalente en alemán. Y yo tengo presente una palabra que, siento mucho, tengo que decírsela a los argentinos. Me lo inspiró un pensador argentino del siglo XIX y es la palabra guarango. Esa es una palabra que no tiene traducción literal inmediata en ningún idioma, es una palabra argentina, y viene a ser el mediocre soberbio.” Sensacional, pero le costó la buena recepción que tenía hasta ese momento.

Pero con los ejemplares que han circulado y circulan, creo que es irrebatible esa definición que menciona Ortega. Después, en una carta a la que tuve acceso confiesa que se lo había inspirado Ramos Mejía, quien en un escrito del siglo XIX habla de los guarangos, sin definir exactamente qué los caracteriza. Pero yo creo que una de las cosas más notables es cuando él marca “la mediocridad soberbia”.

El último escalón sería el asunto de la ética pública. Este tema levanta interrogantes en todos los lugares y sociedades del mundo, de manera manifiesta o no tan manifiesta. Yo recuerdo una reunión en la Universidad de Johnston, que en ese momento era una universidad jesuita con un instituto de Ética Pública, aplicado a la política nacional e internacional. Dichas reuniones eran asambleas públicas, en el sentido de que se era invitado a participar de ella aunque uno no tuviera el rol para el que estaba destinado el seminario; en ese caso el seminario versaba sobre los protagonistas de la seguridad nacional. El disertante era John Langan, un jesuita reconocido como talentoso en política internacional, y cuando inaugura el seminario pide alguna impresión o apreciación que pudiera motivarlo para alguna intervención especial. Había presentes una cantidad de personajes de primera línea, y alguien le dice muy francamente: “Yo no creo que usted encuentre valores en la seguridad nacional, ¿qué valores puede haber allí?” Langan le responde entonces que, según Maquiavelo y Santo Tomás, una banda de ladrones tiene valores, de lo contrario no habría banda. Eso cambió el curso del seminario, lo tengo grabado íntegramente, fue extraordinario.

Langan después abordó uno de los temas más espinosos de la política, a saber, cómo se guardan valores morales en la vida pública y la ejemplaridad necesaria para que el poder tenga autoridad. Y con esto quiero terminar, porque me parece que viene muy a propósito de lo que nos pasa a los argentinos. No ahora, desde hace rato, no es la primera vez que nos ocurre, es la confusión entre poder y autoridad. Se puede tener mucho poder y no autoridad, fue el caso de Bush. Los Estados Unidos de Bush tenían un poder comparativamente más grande que todo el resto del mundo, pero la autoridad internacional de su gobierno fue lamentable. Eso va acorde con lo que dicen los clásicos: erigirse como ejemplar del poder para ser también autoridad. Debe reconocerse —dicen los clásicos— que el poder no es solamente la acumulación de recursos para mandar, sino factor de bienestar social y factor de cohesión y ejemplaridad. La autoridad no nace sólo del poder material, y esto está dicho mucho antes del caso Bush.

Podemos ver en nuestra historia, arriba, abajo, a los costados, muchos pasajes en los cuales ese divorcio se ha producido, y esa confusión está muy presente. Malraux había sido un militante comunista en sus principios, había participado en la Guerra Civil española, volvió luego a admirar a De Gaulle —de quien no podía decirse que era un hombre de izquierda— y se presentó para colaborar con él, y terminó siendo ministro de Cultura. Cuando en un momento determinado De Gaulle le pregunta ‘¿qué hace aquí conmigo, que somos tan distintos?’, Malraux responde: ‘No crea, a mí lo que me admira es que cuando yo entro en un salón y usted está allí, parece que todo el salón se inclina hacia el lugar donde usted está parado, conozco pocas personas que tengan tanta autoridad como usted.’ Y no fue precisamente fácil el período francés en que le tocó a De Gaulle mostrar su ejemplaridad.

Otra cuestión es que la ética pública también contribuye a lo que es la personalidad o identidad nacional. Las preguntas de la ética son pocas pero son fundamentales, conmovedoras. ¿Qué somos, quiénes somos, dónde nos movemos? ¿Cómo nos definimos? Eso pasa por la ética pública, si no hay respuestas para eso se está en un país decadente. No importa qué tipo de decadencia o en qué momento histórico, pero decadente. De tal manera creo que tenemos muchas cosas que aprender más bien que exhibir como ejemplaridades.

Termino diciéndoles que ayer estábamos con españoles muy importantes, que participaron como protagonistas en la transición española; faltaba el estratega tal vez más notable, que está muy enfermo, Adolfo Suárez. Pero la transición española es un acuerdo que reconoce —son palabras de Raymond Aron, uno de los escritores políticos que más respetamos— que reconoce que no hay ningún pueblo que no haya tenido tragedias nacionales. Aron le dice una vez a Stanley Hoffman (por mucho tiempo decano de Relaciones Internacionales de Harvard) que venía muy afligido porque había sido atacado tanto por izquierda como por derecha, de arriba y de abajo, a raíz de un artículo suyo sobre el colaboracionismo francés, que fue algo tan grave. Entonces Aron le dice que él no conoce a ningún pueblo que no registre tragedias nacionales, y que no haya pasado por este tipo de juicios. Y le dice además que nunca podrá lograr, salvo que mueran todos sus críticos, que fueran juzgados duramente los colaboracionistas, así es la vida. Ahí es la primera vez que encuentro, y la última, aquello de la teoría de los dos demonios. Aron le dice que no hay dos, hay cientos. Si no reconocemos eso estamos fallando en el reconocimiento del ser humano y de sus condiciones.

Este era el testimonio que quería darles. Les agradezco mucho la paciencia para escuchar. Gracias.

Moderador: Nos han hecho llegar básicamente tres preguntas (repetidas de diferentes formas) y un reclamo personal que es mío, de modo que se lo planteamos al Dr. Floria.

Pregunta: ¿Cuáles considera que han sido nuestras tragedias nacionales? ¿Piensa que estamos atravesando una tragedia actualmente?

-Dr. Floria: Hacer una lista de las tragedias nacionales es un poco complicado. Prefiero más bien detenerme en lo segundo, y en cuanto a ello pienso que estamos pasando por un drama y no todavía por una tragedia, que es evitable. Aquí tengo un papel que trata de la transición española justamente, donde se quiere comparar nuestra incapacidad para hacer una transición. Chile la ha hecho muy bien, Uruguay la ha hecho a su manera, lo mismo Brasil. Pero nosotros lo hemos intentado con Alfonsín, con el Consejo para la Democracia y fracasamos. No hubo, como dirían los españoles, ni talento ni talante para hacer una transición en serio.

La cita de Aristóteles de su Ética, motivo del reclamo de la doctora dice: “Quien rehúsa reconocer lo que es manifiesto, o miente o manipula la ley. Desprecia a quienes se dirige, porque sólo delante de aquellos a quienes despreciamos no sentimos vergüenza por una conducta vergonzosa.”

Pregunta: ¿Usted considera que al divorcio entre poder y autoridad, algún iluminado desde el Poder Legislativo o Judicial podrá evidenciarlo, atento a que el cuarto poder en este momento se encuentra jaqueado?

-Dr. Floria: Siempre puede aparecer una persona así. Yo creo que en la medida en que eso se hace más patente, hay una apelación a la gente que tenga esos valores, que se los reconozca Pero el tema de una estrategia de cambio deliberada, yo creo que es muy complicado y fuerte. Porque lo que ha hecho eso hasta el momento es neutralizar la oposición y al mismo tiempo darle un carácter demasiado cesarista al Poder Ejecutivo. Cité el caso español porque ellos tuvieron primero que resolver cómo leer el pasado, y el acuerdo, hasta ahora, es que no hay un solo autor de estas leyes nacionales. La tragedia española fue con responsabilidades compartidas, y eso lo dice en el momento de la transición nada menos que Carrillo, que era secretario del Partido Comunista. De modo que no entremos a distinguir, porque entonces absolvemos a unos, condenamos a otros, y lo que decíamos antes sobre las tragedias compartidas es un hecho muy frecuente. Lo que no es frecuente es el reconocimiento de esa realidad. Por eso hablar de la teoría de los dos demonios es simplificar; no son sólo dos, son muchos más.

Que el cuarto poder esté jaqueado va a depender mucho del comportamiento de la prensa. Me parece que la prensa todavía tiene que ayudar a analizar la realidad con más libertad de conciencia y más libertad de juicio intelectual. Yo creo que ese ataque es una táctica del poder, y ahí es donde la prensa tiene que responder de acuerdo a lo que significa una opinión ilustrada pero no ilustrada en el sentido intelectual inaccesible, digamos, sino en el sentido de acompañar sentimientos que pueden tener una traducción, y esa traducción no tiene por qué ser violenta. Justamente el tema es cómo se logra una reconversión del sistema y cultura política argentina sin la violencia. No quiero detenerme en el tema de la violencia, lo cito nada más, puede tener un desarrollo. La violencia está hoy reconocida como un error estratégico, incluso por muchos de los militantes de los años 70. Hay un libro clave titulado Militarización o violencia, la estrategia montonera cuya autora es una montonera que escapa de la Escuela de Mecánica de la Armada por un hecho burocrático absolutamente impensable. Es como si se hubiera encontrado en la avenida sin que nadie se diera cuenta, y empezó a caminar. Era Pilar Calveiro. Hoy es titular por concurso de Ciencia Política en la Universidad Nacional de México; ella hace una autocrítica muy fuerte de lo que fue la violencia y la militarización. En primer lugar, en el caso de la militarización, porque se parecen al enemigo, y en el caso de la violencia porque en ese momento era un fenómeno de tal magnitud y dispersión que se transforma en una ideología, en una filosofía, es decir, todas características de las cuales en principio no tenía por qué participar o ser reconocida de esa manera.

Perdonen las citas que hago así al pasar, yo creo que hay tres o cuatro autores muy buenos en ese aspecto, porque conocen lo que ha sido la militancia, y al mismo tiempo han hecho la autocrítica. Una es Beatriz Sarlo —en mi opinión una de las mejores escritoras políticas del momento—; está el libro de Ceferino Rato Operación Traviata donde da un ejemplo muy breve de cómo ayuda a veces a interpretar períodos enteros o temas muy amplios, la lección encerrada en una anécdota. Cito el caso de la visita de los tres jefes montoneros a Perón en Madrid. Se presenta Firmenich, oficial primero montonero, se presentan el segundo y el tercero, que no recuerdo sus nombres. ¿Saben cuál es la respuesta de Perón?: ‘Juan Domingo Perón general del Ejército Argentino’. Esa sola anécdota condensa la difícil o tormentosa relación entre Perón y la guerrilla.

En cuanto a la violencia, yo recuerdo anécdotas compartidas con Brown en El Salvador, en relación con la carrera de Ciencias Políticas, que demuestran cuan significativo era el tema. Carlitos Mujica era profesor de Teología Política, era un claustro muy interesante y variado, en una época muy difícil ciertamente. De pronto aparece un jesuita joven que se estaba graduando, con su tesina, que se titulaba La teología como táctica o estrategia. Entonces, mi querido Rafi Brown al ver eso dijo ‘estamos perdidos, o es muy buena teología o es un desastre’. Por supuesto, no era buena teología.

Pregunta: Las formas y modos en que las personas y las sociedades celebran sus aniversarios deberían decir mucho acerca de ellas. ¿Qué puede decirnos acerca de la celebración de este bicentenario entre nosotros? No pregunto a nivel de la Casa Rosada, sino a nivel de la sociedad. ¿Hay espíritu de bicentenario o no lo hay?

-Dr. Floria: Lo que pasa es que la sociedad está muy asediada por el desconcierto. Yo acá aplicaría una observación de uno de nuestros mejores maestros de ciencia política, que cité antes, Raymond Aron. Consideraba a la Argentina especialmente “privilegiada” porque se hacía mucha “política literaria”, expresión que había encontrado en nuestro mencionado médico del siglo XIX, el Dr. Ramos Mejía. La política literaria que día a día contemplamos, no va a la médula del asunto, no explica nada, eso sí muy lucida. Y muy precaria a la vez, que demuestra conocimientos muy precarios también. La expresión que Aron toma de Ramos Mejía la aplica no solamente a la Argentina, la aplica a la UNESCO, que en su época hacía mucha política literaria y nada más. Y en nuestro país eso ha sido y es muy frecuente, pero además está la política sustantiva. Muchas gracias.
La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires