Conferencias de Embajadores

El 26 de noviembre de 2009, en el marco del ciclo de Conferencias de Embajadores, visito el Colegio el embajador de la República de Finlandia, señor Jukka Pietikäinen, quien se refirió al tema La transición de Finlandia del presidencialismo al parlamentarismo


Palabras de apertura del Dr. Miguel Haslop


En mi carácter de presidente de la Comisión de Jóvenes del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires les presento al señor Embajador de la República de Finlandia Jukka Pietikäinen. Nos acompaña también el Dr. Enrique del Carril, Presidente de esta Casa. Nuestra Comisión de Jóvenes organiza todos los años un ciclo de conferencias de embajadores. Comenzamos hace ya tres años con embajadores de Sudamérica y luego decidimos ampliar las invitaciones a representantes de todo el mundo, ya que creemos importante que el abogado, que suele estar metido en cuestiones netamente jurídicas, tenga una visión más amplia de lo que sucede en el mundo, en el campo de la diplomacia, de la economía, de la política; sobre todo queremos darle ese panorama a los jóvenes.

El Embajador Pietikäinen tiene una dilatada carrera diplomática. Desde 1984 ha estado en numerosos países de habla hispana, como México, Colombia, España y es un honor tenerlo con nosotros.

El tema que hoy nos convoca es “La transición de Finlandia del presidencialismo al parlamentarismo”, una cuestión que reviste suma importancia para nosotros en este momento de reformas y cambios políticos. Antes, cedo la palabra al Dr. Del Carril.

Dr. Enrique del Carril:


En nombre del Colegio le damos la bienvenida y le agradecemos al señor Embajador que haya aceptado estar con nosotros. También nos complace que la Comisión de Jóvenes haya tenido esta brillante idea de acercarnos la realidad de diferentes países, cosa que nos enriquece a todos. En esta ocasión tenemos al representante de uno de los países a los que nosotros llamamos nórdicos, y que tanto interés nos despiertan por su forma de organizarse, por su forma de vida, y por lo diferentes que son a nosotros en algunos aspectos.

Como decía Miguel, el tema tiene un interés muy especial porque en Argentina tenemos una constitución de tipo presidencialista, que tiene su fuente en la constitución norteamericana, con un sistema presidencial nato. Pero a nuestra constitución la operamos hombres de derecho formados en la tradición continental. Porque somos herederos en nuestro derecho de la tradición continental. Y esto produce muchos cuestionamientos en estas dos culturas jurídicas. Desde la restauración de la democracia en 1983, la discusión sobre la conveniencia de un sistema parlamentario o de uno presidencialista ha estado presente en nuestra realidad jurídica y política. Hay grupos importantes que creen que debemos hacer una transición a un sistema parlamentario, y hay otros que consideran que debemos mantener el sistema actual, todo encuadrado en los problemas políticos y en la inestabilidad que hemos vivido. Por eso creo que la experiencia de Finlandia va a ser para nosotros muy enriquecedora, sobre todo si se desarrolla la explicación de este viraje del presidencialismo al parlamentarismo. Independientemente de la postura que cada uno de nosotros tenga, creo que nos resultará sumamente ilustrativo conocer este fenómeno de Finlandia. Por eso le agradecemos al señor Embajador su intervención, que escuchamos atentamente.

Disertación del señor embajador Jukka Pietikäinen


Gracias. Me causa cierta nerviosidad, siendo politólogo encarar un tema tan específico estando entre tantos distinguidos abogados. Mi primera observación es que el título de la disertación debería ser “Evolución del sistema político de Finlandia del parlamentarismo hacia el presidencialismo y de nuevo hacia el parlamentarismo”.

De todas maneras el énfasis va a estar en la relación cambiante entre el poder del parlamento y el poder del presidente. Pero como sabemos, los fundamentos del ordenamiento jurídico de cada país se apoyan en su historia y en las estructuras sociales y experiencias políticas, y por eso es indispensable comenzar con un viaje por la historia de Finlandia, para aproximarnos al tema.

Empecemos diciendo que fue en 1155 cuando Finlandia se integró formalmente al reino de Suecia. En 1809 Suecia cedió Finlandia a la Rusia imperial, y el país llegó a conformarse como un Gran Ducado, semi-autónomo. Más de cien años estuvimos en esa condición, hasta llegar a ser independientes el 6 de diciembre de 1917. Otra fecha importante es la guerra civil que empezó en 1918, sólo tres meses después de la independencia. Fue una guerra muy cruel entre los blancos y los rojos. En 1919 se sancionó la Constitución y Finlandia se convirtió en República.

Debemos entender que a causa de la larga historia como parte del reino de Suecia, teníamos cierto conflicto lingüístico también, porque el sueco era el idioma oficial del gobierno durante siglos, mientras que el 95 por ciento del pueblo hablaba finlandés. Nunca se pudo usar finlandés como idioma oficial, tampoco en la época rusa. Cuando nos independizamos la gran mayoría eran de habla finlandesa, que por primera vez en la historia podían usar su idioma como el oficial. Este conflicto lingüístico interno se superó bastante rápidamente, porque se otorgó una protección especial a la minoría de habla sueca y a su cultura, una salvaguarda.

Finlandia recibió amplia autonomía bajo Rusia: su propia administración central, su dieta, su moneda, libertad de empresa, recaudación de impuestos para beneficio del Gran Ducado, donde los campesinos podían ser dueños de sus tierras. Era todo lo contrario de lo que ocurría en la propia Rusia, donde no existía la propiedad de la tierra.

Cuando Finlandia se independiza a fines de 1917, es reconocida primero por la Rusia bolchevique; Lenin fue quien firmó la independencia de Finlandia. Porque su idea era que Finlandia, donde había fuerte influencia de las tropas ex imperiales, pudieran ser bolchevizadas, y que junto con la clase obrera hicieran una revolución y voluntariamente se sumaran a la Unión Soviética. Eso serviría como ejemplo para el resto de los países, de modo que las clases obreras en toda Europa hicieran revoluciones y se anexaran al Soviet. Ése era el plan de Lenín, no era un tío bueno que otorgaba la independencia por pura bondad.

Luego terminó la breve y cruenta guerra civil, ganaron los blancos, pero quedó una fuerte división de opinión entre los ganadores. Los monárquicos querían un rey, que representara ley, orden y fuerza, para evitar futuros levantamientos, pero estaban también entre ellos los republicanos, que querían más bien que el pueblo se expresara a través de un parlamento. Se eligió un rey, el príncipe De Hesse, pero como consecuencia de la Primera Guerra Mundial cayó también el imperio alemán y entonces en Finlandia se vio que era mejor tener una república, pero con fuertes poderes presidenciales. Este es el antecedente histórico sin el cual es imposible entender el surgimiento de la república.

Más adelante tuvimos un fuerte conflicto bélico con la Unión Soviética, primero la llamada Guerra de Invierno en 1939, cuando Stalin quería apropiarse de Finlandia y de otros países bálticos (Estonia, Lituania, Letonia). Finlandia resistió y evitó la sovietización del país, a un precio muy alto por cierto. Una segunda etapa de las hostilidades con la Unión Soviética fue de 1941 a 1944, que terminó formalmente con el Tratado de París de 1947. Desde ese momento empezó la construcción normal de la nación, pero fueron muy difíciles los comienzos.

En conclusión, paradójicamente, Finlandia heredó una tradición política y judicial durante el período sueco que había durado 654 años, pero bajo Suecia estábamos completamente sin perspectivas de ser una nación independiente. Mientras que durante la autonomía otorgada por el zar autócrata, que duró 108 años, Finlandia aprovechó la oportunidad de establecer instituciones para una democracia occidental.

El período de represión rusa de 1899 a 1905, convenció a la nación entera de la necesidad de separar nuestro destino del de la Rusia Imperial, porque se vio que no se podía estar a merced a veces de un buen zar, a veces de uno malo. Finalmente, la revolución bolchevique abrió las puertas para la independencia.

¿Por qué es importante poner atención tanto en la guerra civil de 1918 como en la Guerra de Invierno de 1939? A pesar de ser una nación bastante homogénea desde el punto de vista étnico, cultural y religioso, la joven Finlandia tenía una abrupta división de clases. En el amanecer de la independencia el conflicto de clases se agudizó, resultó en la guerra civil entre los rojos, que eran en esencia socialistas revolucionarios, y los blancos que eran los nacionalistas fuertemente anti-bolcheviques. Hay que recordar que en las elecciones, justo antes de la guerra civil, los socialistas obtuvieron 94 escaños del total de 200, de modo que faltaron 6 para la mayoría. Y lo triste es que ambos bandos pretendieron tener el monopolio de la representación del pueblo, negándose mutuamente ese derecho. No existía espacio para el consenso o el compromiso.

Después de la guerra los perdedores, la clase obrera, se organizó social, económica y políticamente en sus propias instituciones, que eran prácticamente paralelas a las del estado burgués. Seguía la ausencia de diálogo. Hasta tal punto se desarrollaron instituciones paralelas que el movimiento obrero tenía sus organizaciones cooperativistas socialistas, y la clase burguesa tenía su movimiento cooperativista burgués. Estaban separadas las tiendas, las asociaciones deportivas también estaban separadas para los blancos y para los rojos. Y así siguió hasta mi propia infancia; desde hace 20 años se están desmontando estas estructuras. Yo recuerdo todavía en mi juventud, en los años 70, que en cada pueblo había dos pabellones de baile y uno tenía que escoger el de su propia filiación, para no tener problemas. Era impresionante la división que subsistió a consecuencia de la guerra civil.

Todo a pesar de que después de la guerra los ganadores hicieron una profunda reforma agraria, para evitar posibles levantamientos contra el gobierno constitucional. También se sancionaron inmediatamente una Ley Municipal y una Ley de Educación Universal. Y los derechos políticos de izquierda fueron reinstaurados. Pero en los años 20 y 30, ante la agitación extraparlamentaria y acciones de violencia política, el gobierno se vio obligado a adoptar políticas de prohibición, tanto contra la extrema izquierda como contra la extrema derecha, en la búsqueda de evitar intentos de revoluciones comunistas o de tomas del poder por parte de la derecha de corte fascista, como ocurrió en tantos países europeos antes de la Segunda Guerra Mundial. Entonces la vocación democrática, legalista y constitucionalista se impuso por encima de estos extremismos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1940 y 1944, hubo dos países europeos partícipes de la guerra en los que el Parlamento seguía ejerciendo sus funciones sin interrupción: Gran Bretaña, cuna de la democracia parlamentaria, y Finlandia. En el resto de las naciones europeas beligerantes, desde los años 30 prácticamente no funcionó la democracia. El gobierno elevó al Parlamento durante la guerra decisiones claves para su aprobación, y así se garantizó que el pueblo estuviera detrás de medidas que hubieran sido muy difíciles de aceptar de otra manera.

Hay que destacar que fue la guerra de 1939, que era una amenaza directa para la supervivencia de Finlandia, lo que unificó a la nación dividida en dos, porque los socialdemócratas no dudaron en tomar las armas contra la Unión Soviética. Por su parte, el Partido Comunista, que tenía un apoyo del 25 por ciento de la población, tuvo la difícil decisión entre defender su país o reconocer que su patria era la Unión Soviética, “la patria de todos los obreros del mundo”, como se decía. El 99 por ciento de los miembros del PC finlandés tomaron las armas contra los soviéticos, un hecho bastante interesante. Sin esta unión del pueblo hubiese sido imposible aguantar el ataque del ejército rojo durante los finales de la Segunda Guerra Mundial, que siguió hasta después de la Guerra de Invierno. La causa común nos obligó a dejar en el olvido los resentimientos causados por la guerra civil.

Estos desenvolvimientos nos sirven como base para entender de dónde viene el deseo de buscar consensos. El resto de la historia de Finlandia ha sido continuación de los esfuerzos para unificar el país detrás de un solo proyecto nacional. Porque ya habíamos visto que somos capaces de destruirnos entre nosotros mismos como nación, si no encontrábamos un proyecto en el que pudieran caber todos. Y la construcción del estado de bienestar empezó a mediados de los 50, porque a finales de los 40 y en la primera mitad de los 50 fue la época de reconstrucción, y como habíamos perdido la guerra, aunque mantuvimos la independencia de nuestro sistema político y económico, caímos bajo la regla muy simple de guerra: el que pierde, paga. Tuvimos que pagar reparaciones de guerra al agresor. En esa época era el valor de dólares en oro sumaban 500 millones, que era una suma gigantesca. Y lo tuvimos que pagar en productos, porque lógicamente no teníamos esas divisas. Y así se industrializó el país, a través del esfuerzo de pagar la deuda de guerra a la Unión Soviética. Tuvimos que montar industrias que no conocíamos; ésa fue una historia muy interesante.

En los años 60, ya pagada la deuda, empezamos a construir la sociedad de bienestar, según el modelo nórdico, proceso que fue liderado por la coalición de los socialdemócratas y el Partido Agrario. Éste es un fenómeno muy finlandés, un partido burgués pero en su mayor parte aliado con los social-demócratas. Así el centro burgués y la izquierda moderada fueron las dos fuerzas que llevaron adelante la construcción del estado de bienestar. El partido centrista representaba los intereses de la población rural, agricultores pequeños y grandes, y los socialdemócratas a la clase obrera organizada, mientras que el PC era más bien representante de los intereses rurales y de los obreros no cualificados. Luego el Partido Conservador representaba al resto de la sociedad.

Toda esta construcción consistía en balancear el progreso social de la clase obrera y de la población rural con los intereses de las industrias. Se hicieron importantes avances en la salud y especialmente en la educación pública, porque esto propiciaba la movilidad social de los segmentos más bajos y aseguraba también a los industriales la mano de obra calificada, que era importantísima para la joven Finlandia.

Pero no todo fue tan fácil, los años 60 y 70 estuvieron marcados por signos de inmadurez del sistema político, gobiernos de muy corta duración: caída del gobierno, elecciones, nuevo gobierno, y así en forma constante. Detrás de eso estaba la lucha por la hegemonía sindical entre el Partido Socialdemócrata y el PC, que causaron huelgas por doquier. En los años 70 teníamos más huelgas que en Italia posiblemente, que era el líder mundial en ese terreno. Eso tornó la situación económica insostenible, desastrosa, y como consecuencia hubo una emigración masiva a Suecia. En ese éxodo perdimos unos 300.000 jóvenes, una parte muy importante de la población que era entonces apenas de 4 ó 5 millones.

Para salvar el país, en 1977 se hizo una suerte de Pacto de Moncloa, por el cual las patronales industriales, los sindicatos y el gobierno aceptaban por primera vez reunirse y admitir que todos nos hundíamos si no nos poníamos de acuerdo. El consenso básico que surgió allí fue de aumentos salariales moderados y paz social en los lugares de trabajo, para mantener la competitividad empresarial; políticas fiscales que permitieran el desarrollo de la educación, de la salud pública y mantener una defensa nacional creíble. Como resultado, tuvimos finalmente gobernabilidad, gobiernos que terminaron todo su mandato.

Así, las patronales y los sindicatos, con la mediación del gobierno, acordaron paquetes nacionales de salarios, donde los aumentos estaban condicionados por el aumento de la productividad de la economía nacional, ya no por la inflación. Ése fue un cambio fundamental, porque indudablemente hizo mermar la inflación.

Bien, pero las crisis no acabaron entonces. Allá por 1989 y hasta 1992 tuvimos una crisis bancaria, que coincidía en el tiempo con la caída de la Unión Soviética, con la cual teníamos un comercio muy importante, sobre todo de productos manufacturados con mucha mano de obra no muy calificada. Se trataba de artículos de baja calidad pero muy bien pagados por la Unión Soviética, porque era comercio bilateral, ellos pagaron todo con petróleo crudo. Así mantuvimos un bajo desempleo, de apenas el 3 por ciento. Cuando cayó la URSS, el desempleo subió, en un año, al 19 por ciento. Se acabó toda la industria de vestimenta y cayó toda la maquinaria que estaba especialmente diseñada para esas exportaciones de baja calidad y que no tenía mercado en ninguna otra parte del mundo. Fue el final de una industria no muy sana y tuvimos que entrar a una nueva realidad, la de la economía globalizada.

La respuesta fue inversión en investigación y desarrollo tecnológico, y el resultado fue lo que conocemos hoy en día, los elogios internacionales por la competitividad de Finlandia, por la calidad de su educación pública, por la no corrupción, por el nivel de vida en general. Hay que mencionar en este punto que Finlandia sigue siendo muy fiel a la idea de igualdad, que no existen colegios ni universidades privados, todos tienen las mismas posibilidades de ascenso y movilidad social y así lo queremos, hay en esto un consenso desde la izquierda hasta la derecha, también en la salud pública. Son valores sin los cuales reconocemos que iríamos a la perdición. Porque además es la única manera de aprovechar y utilizar todo el talento que hay en el país; no se puede marginar por el origen a talentos que pudieran quedar sin desarrollarse.

Como dije antes, hemos salido de cada una de las crisis de cierta manera fortalecidos, han sido una oportunidad para un salto cualitativo hacia adelante. Somos conscientes de que estuvimos a punto, varias veces, de autodestruirnos como nación. De ahí proviene nuestro éxito en la búsqueda de consenso. No sé si he podido transmitir esta parte de mi temario.

Estamos ahora ante una nueva crisis. Finlandia es un país netamente exportador, el 55 por ciento del PBI proviene de las exportaciones. Además, mayormente no somos productores de commodities, no tenemos cereales para vender, ni petróleo, ni minerales. El bosque ha sido nuestra única riqueza natural. Pero ya no es sólo el bosque, la explotación forestal hoy representa sólo un tercio de nuestra estructura productiva. Otro tercio son las telecomunicaciones y el otro tercio son productos mecánicos de alta tecnología en general. Y debo decirles que actualmente tenemos problemas en todas estas actividades, porque la caída de la demanda a causa de la crisis mundial nos ha afectado a nosotros mucho más que a los productores de los commodities. Nuestras exportaciones han caído este año un 40 ó 45 por ciento como promedio, respecto del año pasado.

Esperamos que como frente a anteriores desafíos, sea esta una oportunidad de renovarnos y de mejorar la competitividad, porque es la única manera de salir adelante. Finlandia tiene un mercado interno muy pequeño, de manera que dependemos forzosamente de la exportación de productos de excelencia.

Ahora estoy llegando al punto en el que me siento menos seguro, que es el tema de la Constitución y el presidencialismo versus el parlamentarismo. La puja con el monarquismo, después de la guerra civil de 1918, fue sin duda importante. Los conservadores, que originalmente eran monárquicos, querían asegurar una potestad gubernamental fuerte y soberana, en combinación con una democracia consensuada, libre de intereses y luchas partidarias. Querían una entidad indivisible, un ejecutivo supremo a cargo de un presidente fuerte. Por su parte los liberales y socialistas querían una autonomía popular que garantizara la democracia, el orden y el control. Un órgano, el Parlamento, cuyo apoyo popular estuviera manifestado en elecciones. Como resultado tenemos una Constitución que contiene ambos esquemas. Están en ella las dos cosas, paralelamente. Un sistema de gobierno mixto. Y ha resultado bueno, porque ha durado ocho décadas sin verse nunca seriamente amenazado, con una de las constituciones del mundo que menos cambios ha tenido.

La praxis oscilaba entre presidencialismo y parlamentarismo, según los ciclos políticos, siempre con una zona gris entre los dos. Se puede decir que, según la Constitución, el poder público pertenece al pueblo, representado por el Parlamento reunido en sus sesiones. Y el poder ejecutivo corresponde al consejo del estado: el presidente, más los ministros liderados por el primer ministro, que deben todos gozar de la confianza parlamentaria. Basta una moción de censura por mayoría simple del Parlamento, en cualquier contexto, para que caiga el gobierno.

Pero aún así, desde 1983 ningún gobierno ha quedado sin completar su mandato, lo que demuestra ya una maduración de los partidos, del sistema político; nadie se atreve a hacer caer al gobierno por simples diferencias.

Unas palabras sobre el sistema de cómo se propone el gobierno, porque es casi como la elección del Papa. Tenemos ahora en Finlandia tres grandes partidos, ninguno de ellos cuenta con más del 23 ó 24 por ciento del total de votos. Pero los tres están en el rango del 20 al 24 por ciento, es decir que suman las tres cuartas partes. Luego está la Liga de Izquierda con un 8 a 10 por ciento, los Verdes un 10 por ciento y el otro 5 por ciento entre varios pequeños partidos. Entonces para poder hacer un gobierno se necesita contar con dos de los partidos más grandes, y luego con los medianos y pequeños partidos obtener las patas de apoyo para tener una mayoría parlamentaria.

En la elección habrá un partido que saque más votos que ninguno de los demás. Hoy en día existe el acuerdo de que el presidente del partido ganador será el futuro primer ministro, y él empieza a buscar de entre los otros partidos a quienes serán sus socios. Cuando éstos quedan identificados, surge cuáles son los partidos que participarán en el gobierno, garantizando una clara mayoría, y entonces empieza la negociación acerca del programa de gobierno. Esta negociación puede durar hasta dos meses, porque se elabora un documento denso donde se escribe de puño y letra qué se hará durante los próximos cuatro años. Todos los partidos participantes en el gobierno firman ese documento al que quedan seriamente comprometidos, ese programa de gobierno acordado es como la Biblia política para los próximos cuatro años.

En las siguientes elecciones, uno de los dos partidos grandes que venían integrando el gobierno, tiene que seguir obligatoriamente. El que pierde sale, uno queda y viene como reposición el otro partido de los tres mayoritarios. Así se garantiza cierta continuidad, porque al menos uno de los tres partidos grandes sigue en el poder. Esto ha sido muy bueno, porque ha permitido políticas de largo plazo. No hay lugar más para una revolución, ya tuvimos una en 1918 y queremos más bien la evolución, las cosas hechas con tiempo y dedicación. Es un rasgo típico finlandés, pero yo creo que es resultado precisamente de la trágica manera en que empezamos nuestra vida como país independiente.

El presidente, como decía antes, tiene unos poderes bastante amplios: en relaciones exteriores tiene la última palabra, puede dictar decretos, presentar proyectos de leyes al Parlamento, refrendar o vetar leyes. También nombra a altos funcionarios, a comandantes de las fuerzas armadas, ejerce la supervisión general de la administración, puede otorgar indultos y conceder nacionalidad. Pero estas potestades nunca fueron utilizadas hasta el máximo. Al contrario, ha sido el primer ministro quien llevó la batuta en los sucesivos gobiernos, porque así era la voluntad de cada uno de los presidentes. Pero después de la Segunda Guerra Mundial tuvimos un presidente bastante particular. Fue uno con voluntad de hierro y que gustó usar los poderes presidenciales. Se llamaba Urho Kekkonen y gobernó desde 1956 hasta 1981, cuando dejó el cargo por enfermedad, aunque ya desde algunos años antes no estaba en su sano juicio. Eso causó un trauma, porque Kekkonen realmente manejaba toda la política, no sólo exterior sino también interior. Ponía primeros ministros a su voluntad, y así la tradición que había existido se quebró. La razón que señaló en cuanto a por qué utilizaba los poderes presidenciales al máximo y más allá de eso, fue la situación excepcional que teníamos durante la guerra fría con la Unión Soviética. Él creía y nos hacía creer que sólo él podía manejar la delicada situación, haciendo un esfuerzo extremadamente hábil. Y de verdad pudo mantener a la agresiva y expansiva Unión Soviética alejada de nuestras fronteras, si bien con sus tácticas bien conocidas lograba influir en la política interna. El caso es que Kekkonen se autoproclamó como una garantía de protección, pero hay que reconocer que lo enfermó el poder. Llegó a haber una vasta mayoría de la población que cuestionaba la eficacia de la Constitución, preguntándose ¿cómo puede una persona sin escrúpulos usar la misma constitución de una manera tan diferente a como se había usado antes?

El siguiente presidente, Mauno Koivisto, elegido dos veces desde 1982 hasta 1994, hizo un tremendo esfuerzo desde el comienzo por autolimitar sus poderes, y alentaba al gobierno, meritoriamente, para que tomara la iniciativa en quitar las atribuciones del presidente. Así las instituciones regresaron hacia el parlamentarismo y se dieron cada vez más poderes al primer ministro, que hoy es el responsable ante el Parlamento de los actos del gobierno, mientras que el presidente no debe comparecer para dar cuenta de su actuación, sólo es responsable ante el pueblo en ocasión de las elecciones.

Como pueden apreciar, la Constitución de Finlandia es bastante sui generis, de alguna manera parecida a la Francia en épocas de De Gaulle, a quien algunos lo ven como figura parecida a Kekkonen.

En 1995 ingresamos a la Unión Europea, después de un referéndum popular. La razón de por qué se votó mayoritariamente la membresía fue política, no tanto económica. Frente a la Unión Soviética habíamos aprendido a manejar nuestra posición independiente bastante bien, entre los años 50 y 90. Había cierta confianza, no habían intentado tanto meterse en nuestros asuntos. Pero cuando cayó la Unión Soviética realmente no sabíamos qué esperar de Rusia, porque había señales de un nuevo autoritarismo con deseos de volver a la grandeza de la Rusia Imperial, y hablaron de hacer que todos los países que habían sido parte del imperio zarista volvieran a su casa natural, que decían era Rusia.

Entonces pensamos que no podíamos seguir solos, debíamos entrar a la Unión Europea, y así fue como la población votó por el ingreso; por razones de seguridad más que por la economía, ya que a través de otros arreglos teníamos prácticamente, junto con Austria y Suecia, libre comercio con la Unión Europea. Otra razón por la cual entramos era que las decisiones de la UE afectaban también a los países que no eran miembros, entonces era mejor buscar un lugar en la mesa donde se tomaban las decisiones.

Con la Unión Europea apareció una zona gris aún más grande, porque con su mercado interior se diluyó la línea que separaba la política interior de la exterior. Y como el presidente tenía poderes sobre la exterior y el primer ministro sobre la interior, con el mercado común ya no se podía definir lo que podía corresponder a uno y otro magistrado. Se empezó a ver que dicha línea era artificial, como si estuviera trazada en el agua. Como consecuencia de ello en el año 2000 se hizo una reforma de la Constitución, quitando ciertos poderes al presidente. Pero nunca se pudo llegar a una buena definición sobre la política exterior, porque quedó establecido simplemente que “el Presidente, conjuntamente con el gobierno deciden sobre la política exterior”, algo bastante ambiguo que da lugar a un sinnúmero de situaciones de disputa. Hasta hemos llegado al absurdo de que Finlandia -después de que los franceses tuvieron una época de coexistencia de un presidente gaullista y un primer ministro socialista y tenían dos “platos” en la reunión del Consejo de Europa- sea el único país sigue teniendo dos platos. Porque el primer ministro no puede permitir que la Presidente, que conforme a la Constitución no tiene que rendir cuentas ante el Parlamento sobre lo que se trata en la mesa del Consejo de Europa, esté allí presente y él deje de estar informado de lo que se decide, por ejemplo, sobre mercado interior. Esa situación sigue siendo un dilema lamentablemente.

Mientras tanto el Parlamento ha asumido un papel bastante más activo que antes, al participar en la formulación de posiciones del gobierno en cuanto a la Unión Europea, porque ellos lo ven como asunto de política interna. En esta materia exigen ser informados de antemano sobre los lineamientos del gobierno.

La reforma constitucional del 2000 también establece que el Parlamento elige y nombra al primer ministro, ya no lo hace el presidente. Pero repito, no se solucionó el dilema de la política exterior, ni tampoco los nombramientos de altos funcionarios públicos. Todavía el presidente nombra los jueces y además, por ejemplo, al director del Banco Central. Algo que ha causado mucho malestar es que el presidente, siendo de otro partido que el primer ministro, pueda rechazar el nombramiento de viceministro propuesto por el ministro y reemplazarlo por un hombre de su partido, una situación anómala por cierto, que está bajo revisión en estos momentos.

Yo pensé que al momento de presentarme aquí ya se habría conseguido un acuerdo entre los partidos políticos, pero he leído que la nueva reforma ha quedado estancada y parece que así seguirá siendo hasta la próxima presidencia. De modo que seguimos con este sistema de dos platos en la mesa de la UE, que es vergonzoso, somos los únicos que mostramos esa situación.

En una ocasión tuve que ver con esto, cuando yo estaba en nuestra embajada en Madrid. Fue en 1995, cuando España presidía la Unión Europea. Tan difícil era la situación, que cuando nuestro presidente decidió que él iba a participar en esa reunión del Consejo, los anfitriones dijeron que entonces, ya que era del mismo partido que el primer ministro, no necesitarían dos platos. Ante ello, el primer ministro informó que no vendría, porque no podía ser el presidente quien decida sobre la UE, debía ser él. Renunciaría y así caería el gobierno. Ante esto llamé al asesor de Felipe González y le pregunté si estarían dispuestos a que cayera el gobierno socialdemócrata de Finlandia, sólo por “un plato”. Lo consideraron y después de algunas horas me llamaron para decirme que tenían “dos platos”. Entonces llamé a Finlandia diciéndoles que había comida para todos, y así el Primer Ministro concurrió (risas).

En definitiva, lo que tenemos ahora es una democracia muy madura y una gobernabilidad garantizada en base a amplia mayoría parlamentaria. Ha habido un fortalecimiento del Parlamento y hay partidos fuertes, algo esencial. Me permito decirles que aquí está el problema de vuestro país, la falta de partidos fuertes. Hay muchas fuerzas que quieren dejar al presidente sólo un papel de líder moral. Como en Alemania, alguien como símbolo, una figura representativa. Pero hay otras fuerzas que dicen que el presidente debe estar por encima de los partidos, que en tiempos de crisis es importante saber dónde reside el poder; sostienen que los partidos siempre tienen intereses mezquinos y que sólo un presidente con bastante poder puede garantizar objetividad en la toma de decisiones. La verdad es que si lo pusiéramos en votación ahora, creo que un 60 por ciento de la población se inclinaría a quitar algo del poder al presidente, pero no los que tiene sobre política exterior.

Curiosamente son ahora los socialdemócratas y la izquierda quienes están a favor de mantener el presidencialismo, mientras que la derecha y centro están a favor del parlamentarismo. Quiero agregar que hoy en día el primer ministro se dirige personalmente al Parlamento unas 200 veces al año, un esfuerzo bastante grande para él, comparece casi diariamente. Y el Parlamento ha aumentado sus sesiones, tiene plenarios, sesionan unas 700 horas por año, su actividad es constante, salvo en el receso de verano por un mes y medio.

Hasta aquí mi presentación; temo que los haya dejado más confundidos que al principio. Muchas gracias.

-Pregunta: ¿Cómo se controla al Parlamento?

-Embajador Pietikäinen: Ante todo hay un “defensor del pueblo”. Ese es un instituto sueco que se extendió rápidamente a todos los países nórdicos y luego a todo el mundo. Tenemos también una Corte Suprema Administrativa, instancia donde un ciudadano puede llevar cualquier decisión de un funcionario público, incluso demandando compensación financiera. La última instancia es la Corte Suprema de Justicia.

- Pregunta: ¿Esa Corte es la que dictamina sobre la inconstitucionalidad de leyes? Quiero decir, el planteo de invalidez de alguna ley ¿se hace ante esa Corte?

-Embajador Pietikäinen: Existe el canciller de Justicia, que está presente en cada reunión del gobierno y vela por la constitucionalidad de cada decisión y ley que se prepara. Cada proyecto que se lleva al presidente para su elevación al Parlamento, un acuerdo internacional por ejemplo, siempre pasa por la oficina del canciller de Justicia.

- Pregunta: ¿Quién lo nombra al canciller?

-Embajador Pietikäinen: Pienso que como a los jueces, lo nombra el presidente. Pero no existe en absoluto ningún caso de politización del sistema judicial. Como consecuencia de la época represiva bajo la Rusia zarista, se estableció en la Constitución y en las leyes finlandesas la inamovilidad de los funcionarios públicos, a menos que se les compruebe un grave delito. Recién últimamente se han creado algunos cargos políticos, por ejemplo algunos ministros designan viceministros o secretarios de estado que vienen con él y salen con él. Pero están también secretarios de estado de carrera, inamovibles.

- Pregunta: ¿Nos puede recordar la tendencia del tercero de los partidos grandes?

-Embajador Pietikäinen: Además del Partido Conservador y del socialdemócrata está el Partido Centrista, que tiene origen rural. Su pensamiento está mucho más cerca de los socialdemócratas en cuestiones sociales, mientras que en cuestiones de propiedad privada y empresariado, tradicionalmente ha estado más cerca de los conservadores.

- Pregunta: Esa continuidad que usted señaló a causa de que un partido gobierna con el apoyo de otros de estos tres…

-Embajador Pietikäinen: Dos partidos grandes están en el gobierno y uno en la oposición. Un sistema tripartidista nos asegura una cierta estabilidad. Dos partidos grandes, de los cuales uno tiene que quedarse en el gobierno para garantizar la continuidad y la mayoría necesaria, junto con alguno de los partidos más pequeños, y lógicamente el ganador de las elecciones.

- Pregunta: Según entendí, hoy, después de la reforma, el Parlamento nombra al primer ministro.

-Embajador Pietikäinen: Sí, antes lo hacía el presidente.

- Pregunta: Antes, ¿el voto de censura era para el primer ministro o para el presidente?

-Embajador Pietikäinen: No, el presidente es intocable. Su mandato es por seis años y el del Parlamento es de cuatro años y se renueva íntegramente, porque es unicameral. Las elecciones no coinciden jamás.

- Pregunta: (Fuera de micrófono, relacionada con la celeridad o lentitud de las medidas del Parlamento).

-Embajador Pietikäinen: La mayoría de las cosas que se deciden son las que están dentro del programa del gobierno y sólo se trata de ejecutarlas. Luego vienen las exigencias de la Unión Europea a las cuales hay que adaptar las decisiones que se tomen. Pero nunca el gobierno intenta, en cuestiones de gran envergadura, imponer con su mayoría simple las decisiones en asuntos graves. Siempre hay una búsqueda de consenso con la oposición. Por ejemplo, cuando las comisiones en el parlamento hacen sus ponderaciones sobre estos asuntos grandes, en el 99 por ciento de los casos salen unánimemente aprobadas por los representantes de todos los partidos. Porque, repito, ya vimos en nuestra historia que si olvidamos el consenso, las decisiones tendrán corta vida.

- Pregunta: (fuera de micrófono).

-Embajador Pietikäinen: Sí tú te opones como partido a algo que estaba en el programa y que tú habías firmado, entonces el partido tiene que salir del gobierno. Si uno o más miembros de un partido, por razones de convicción, se opusiera a alguna decisión del gobierno sobre lo que estaba pactado, recibirían una seria reprimenda; pero si el partido como tal va en contra de la decisión del gobierno que integra, debe salir fuera. Y si es uno de los dos partidos grandes, entonces cae el gobierno, porque pierde la mayoría en el Parlamento.

Palabras de cierre del Dr. Enrique del Carril



Señor Embajador, le agradecemos mucho su exposición. Nos ha dado un panorama que si se me permite hacer una reflexión final, digo que efectivamente sus comentarios sobre una Constitución bajo cuyo imperio ha habido tanta variedad en cuanto al peso del parlamento y del presidente, demuestra a mi juicio dos cosas: primero, que lo determinante son las personas más que las instituciones, y segundo, la conciencia que usted tanto remarcó del peligro de la disgregación. Ustedes como país independiente tienen una historia más corta que la nuestra, pero creo que una tradición cultural mucho más larga.

Nosotros también tuvimos una guerra civil, que duró más de veinte años. Sin embargo, los vicios y enfrentamientos de esa guerra civil todavía persisten, lo hemos visto el año pasado con el conflicto del campo y el problema del federalismo. Ustedes han tenido una guerra civil más corta pero muy sangrienta, y sus vecinos los han obligado a tomar conciencia de que solamente unidos podían subsistir, en una Europa tan conflictiva y peligrosa como lo fue en los años 30 y posteriores. Aquí en cambio hemos vivido sin esos problemas, en un país más rico en recursos naturales, cosas que nos juegan a favor, pero en estas cosas nos juegan en contra.

La conclusión que puedo sacar es que a ustedes la necesidad los ha unido en el consenso; a nosotros quizás la comodidad y la posibilidad que tenemos de subsistir fácilmente nos divide cada vez más. Ojalá pudiéramos como ustedes encontrar la manera de ponernos de acuerdo en algunas reglas básicas de convivencia. Gracias.
La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires