Miércoles, 21 de Marzo de 2007

150o Almuerzo de Confraternidad Conmemoración de la “Revolución de Mayo”

Disertó el Embajador Abel Posse

El 23 de mayo se llevó a cabo una nueva edición del tradicional almuerzo de confraternidad. En la oportunidad de conmemorarse el 196o aniversario de la Revolución de Mayo, el Salón Vélez Sarsfield se vio colmado por la numerosa concurrencia que participó del encuentro. Se distribuyó a los asistentes el documento de la Comisión de Jóvenes “Una mirada diferente”, con motivo de la conmemoración del 30o aniversario del 24 de marzo de 1976. (Ver La Hoja No 109, pág. 13)




Palabras del Dr. Enrique del Carril

Muchas gracias por acompañarnos en este día, en que nos reunimos para recordar a aquellos hombres que hace 196 años iniciaron el camino que luego se plasmaría en la independencia y en el nacimiento de nuestro país. Queremos hoy recordar estos hechos haciendo también un análisis retrospectivo, que nos lleve a indagar sobre aquellos defectos recurrentes en nuestra historia que, sin desmerecer los éxitos que hemos tenido, nos imponen una actitud humilde de búsqueda y de superación. Me refiero especialmente a la intolerancia con las ideas contrarias, a la idealización del caudillo y a la desvalorización de las instituciones y la ley como medio idóneo para resolver nuestras diferencias.

Hemos invitado hoy al embajador Dr. Abel Posse, colega nuestro, para que nos guíe en esta búsqueda. Porque es un escritor destacado que en sus novelas, ensayos y artículos marca continuamente la necesidad de superar estos defectos del argentino, como lo hizo recientemente en un artículo publicado en La Nación refiriéndose a la década del 70, cuando mostró una actitud equilibrada que para nosotros es una guía con miras a la reconciliación que el país necesita.

Decía el Dr. Posse en ese artículo, refiriéndose a muchos de los protagonistas de aquella década: “Creían más en la eliminación del oponente que en convencerlo en el debate democrático. Actuaron como novicios de un rito obstinado y letal. Quisieron demoler las bases sociales del peronismo, asesinando a sus dirigentes gremiales incluido escandalosamente Rucci. Lo cierto es que el 24 de marzo de 1976 la Argentina era un erial agobiado, que esperaba el golpe militar como una lluvia de verano que barrería con la resaca politiquera y con la runfla que rodeaba a Isabel Perón. Con la ingenuidad de nuestro irracionalismo político se pensaba en una elección próxima, democrática y recomponedora.”

Los que vivimos esa época conocemos el desenlace, pero también les hemos distribuido hoy la opinión de nuestros jóvenes abogados del Colegio que nos dan una mirada diferente, en la que nos están llamando a los protagonistas a que veamos hacia el futuro y no usemos la historia para dividirnos. Hemos decidido conmemorar de esta forma nuestra fecha patria reflexionando sobre los caminos de reconciliación, mientras observamos absortos cómo desde el gobierno se está confundiendo una fecha de todos los argentinos, con un acto partidario que nuevamente pretende exaltar el personalismo y el unicato. Los dejo con el embajador Posse.

Disertación del embajador Dr. Abel Posse

Ante todo quiero agradecer que me hayan ustedes invitado en esta Semana de Mayo, cuando conmemoramos la grandeza, el entusiasmo y la voluntad que tuvieron los argentinos para transformar este desierto en una nación que se ubicó prontamente entre las más notables de la tierra; a este episodio yo lo llamaría la voluntad de existir. Alrededor de mayo y tal vez desde las invasiones inglesas en la Argentina se va definiendo ese llamado insólito para un país que era sólo desiertos, comunidades dispersas unidas tal vez sólo por una cadena de horribles postas, un servicio de comunicaciones que tardaba un mes para llegar a Córdoba, amenazado por indios levantiscos de muy poca cultura, como ocurría en otras partes de América con los indígenas y por enormes jaurías de perros vagabundos que atacaban a los viajeros. Esa Argentina de desolación y de desierto, que ni siquiera figuraba en los mapas europeos, y de la cual se tenía más referencias en Europa a través de las crónicas de los grandes viajeros -Darwin, Humboldt y tantos otros-; era una anécdota dentro del mundo, todavía no era ni siquiera parte de occidente. Era una colonia de España, una colonia dormida y feliz, donde lentamente se iba deslizando esa peligrosa voluntad de ser y de existir que nos llevaría a los dolores de la historia, pero también a ubicarnos en el mundo, a salir de la marginalidad colonial.

Era como salir del cosmos primigenio y caer en la vida, y pasar del “mero estar” como lo llamaba el filósofo Rodolfo Kush, al “ser” como actitud de vida y que se compone de hacer, tener, construir, crear; ese sentido que hace a la cultura occidental distinta y triunfadora en el mundo. Hoy conmemoramos entonces en estas fechas el origen de ese primer paso. Eso que Cioran llamaría “la voluntad de caer en el tiempo...” , de salir de esa quietud vegetal y pasar al movimiento. Había que crear una nación, crearse un pueblo, y pasar definitivamente de la cultura del estar, de la cultura del depender, a la cultura de hacer y de ser como ente nacional. Sabemos cómo fue la evolución, sabemos las alternativas a partir de 1810. De esa discreta revolución que contemplaba sabiamente la situación internacional y la situación de España en particular, tuvimos que pasar inmediatamente a la guerra, pasamos a la convocatoria de nuestras fuerzas y a la independencia, con esos hombres insignes, extraordinarios, como lo fueron Belgrano y San Martín.

En realidad, nos hemos creado desde la voluntad de permanecer en este orden mundial de primera categoría y lo hemos hecho consolidando en 1816 nuestra independencia, afirmándola en batallas que liberarían toda la parte sur del continente con San Martín y la parte norte con Bolívar. Y luego, a partir de 1853 con una ocurrencia que demuestra ese extraordinario espíritu de fantasía y de voluntad de los argentinos de entonces, que fue la idea de crear una gran nación. A pesar de que seguíamos teniendo un desierto de comunidades disgregadas, de que teníamos extensiones sin dominio absoluto de la presencia del Estado, de que estábamos en una situación muy parecida a la colonial, a pesar de todo eso la ocurrencia argentina fue crear una gran nación. Un hito fundamental para nuestra patria es 1853, y al mismo tiempo la expresión de una voluntad que no tuvo vergüenza de invitar al mundo a que participe de nuestra tarea creadora.

El preámbulo de la Constitución Argentina es uno de los capítulos más notables que hayamos escrito en nuestra vida política y cultural. Era la decisión de crear una gran nación, de afirmarla y que esa gran nación iba a ser para todos; era la gran movilización del hacer. En poco tiempo la Argentina logra su organización nacional y un grupo extraordinario de personas dará el tono de nuestro desarrollo. En primer lugar la idea de una gran nación, que tuvo éxitos inmediatos; llegamos al centenario como una nación desconocida que hubiera surgido de la nada y que sorprendía al mundo europeo.

La fórmula fue notable, era lógico pensar que en un país deshabitado todas iban a ser tareas materiales: de ocupación, de trabajo, de enriquecimiento; tareas de la vida económica de la época. Y sin embargo hay una alianza extraordinaria en la vida argentina entre los hombres de la cultura -Sarmiento y Alberdi para nombrar a dos- y los hombres de la política -nombraría a Roca y a Mitre-. Roca, el militar, no duda ni un segundo que la educación y la cultura van a ser la base de una nación moderna, algo curioso para estas latitudes. Y esa alianza entre el poder cultural que instala el espíritu sarmientino y el poder militar creador y organizador de una sociedad moderna en Roca y en toda la gente que acompaña ese movimiento, esa minoría creadora extraordinaria, logran una de las fórmulas más sorprendentes. Argentina desde entonces va a llevar conjuntamente la educación, la cultura, el poder político, el poder militar y el poder económico, en un mismo plano con una noción orgánica de nación moderna y poderosa. Desde el comienzo tuvimos esta voluntad de existir, a través de una razón profunda y de convicciones muy claras sobre la nación que se aspiraba a ser.

Tuvimos ocurrencias bastante notables. Fíjense que ese grupo de personas que comandaba a la Argentina, que no serían más de dos mil personas, tiene la convicción de que teníamos un Estado, un Estado muy corto y poco poderoso, pero que no teníamos una nación, había que crearla. Se crea casi por decreto la nación, en un momento en que en todo el mundo se creaba al revés. Pensemos en las constituciones europeas, donde comunidades antiquísimas van buscando formas nuevas del Estado: en 1848 Alemania; Italia, con el risorgimento. Nosotros hicimos al revés el camino, es desde el Estado argentino desde donde la voluntad de esos hombres empieza a organizar una nación, van creando una mitología, van creando un sistema de autoestima que se refleja incluso en el reconocimiento de los héroes, en el reconocimiento de la posibilidad de vida que ofrece nuestra patria, y crean y definen una nación y un sentimiento nacional.

El otro episodio de la voluntad de existir es también muy notable. Argentina tenía una comunidad humana que no constituía un pueblo. Ya sea por las distancias, los grupos indígenas separados y casi desconocidos y hostiles; el gaucho, un ente poetizado pero con muy poco sentido de solidaridad y de voluntad de vivir en comunidad. Entonces la clase dirigente argentina, los dirigentes de esa época, tienen la ocurrencia nada menos que crearse un pueblo. Sobre la base del pueblo criollo, de pocas aptitudes, un pueblo desmadejado en esas infinitas extensiones, ellos se convocan a la aventura de cambiar la etnia argentina. Se produce una inmigración masiva a partir de la organización nacional, consagrada con la generación del 80, que produce una nueva etnia como dijimos, que es la definición de esa voluntad filosófica o de concepto político de pasar de una sociedad contemplativa, de una sociedad del dejarse estar, a una sociedad del hacer.

El espíritu del hacer, siempre siguiendo la filosofía de Kush, se encarna concretamente en la definición inmigracional, que incluso al grupo dirigente tradicional de la vida argentina que la provocó, les haría saber que al poco tiempo pagará el precio político por esa generosidad. Y evidentemente creamos una etnia con un entusiasmo creador extraordinario. Alberdi no tiene ningún reparo en expresar que queremos a la gente de Europa, de los países de más progreso. No tiene esa timidez hipócrita que después íbamos a vivir los argentinos como una ley permanente. En las Bases hay un pasaje inolvidable, donde él habla de este elogio telúrico bastante falso y reiterado y cómo por ejemplo, alguien le ha dicho que aspiraría a que su hija se case con un príncipe mapuche. Entonces dice Alberdi que él lo escucha y sabe perfectamente que en realidad el tal quisiera más bien que su hija se case con el hijo de un zapatero inglés. Él lo dice con esa libertad increíble con que se manejaban los argentinos en aquella época. Ese hablar de primera mano que tenía Sarmiento para decir a veces barbaridades (“no ahorre sangre de gauchos”, por ejemplo), un sentido de la realidad que después se fue perdiendo en la hipocresía convencional. Eran hombres muy fuertes, prohombres primigenios diría yo, que sostenían la idea que decían, sin la noción posterior de lo políticamente correcto. Pero esos eran los hombres que formaban al país.

Para cerrar esta parte donde hablamos del ser y del estar, evidentemente a través de Roca ya en el Buenos Aires de 1900 y 1905 el hecho de que la mayoría de la población es de origen extranjero más que criollo es un triunfo total, y es el paso necesario para definir una filosofía de ser, de ubicarse en el mundo y de hacer, en contraposición a esa rémora de la filosofía del estar. Esta filosofía, como un episodio casi indígena de la América profunda, de estar más en el cosmos que en la realidad del mundo, es una caída probablemente. Y desde el punto de vista religioso y filosófico podría aquí analizarse si era mayor o menor. Contrariamente a lo que se presumía después de hombres como Rivadavia, después de los libertadores, que creían en esta noción de progreso, surge en la Argentina un enorme defensor de aquella América profunda, don Juan Manuel de Rosas, que va a encarnar todas esas fuerzas de protesta ante la extranjeridad de las ideas, con una visión nostálgica y violenta de la defensa de ese estar en el cosmos primigenio en la Argentina, más allá del mundo. Era un grave error, porque el mundo se unificaba para entrar en el siglo de sus grandes transformaciones políticas y culturales y, después en el siglo XX en la tecnología. Pero de todas maneras Rosas fue esa contracara que se opuso, de manera total y convencida, a elogiar al hombre del estar en oposición al hombre del hacer. Pasada esa oposición, la Argentina ya entra en una gran avenida de creación, que la ubicaría en pocos años entre una de las naciones más extraordinarias que surgieron en esa época.

La Argentina definió su modernidad en treinta o cuarenta años, casi como en el siglo XX lo haría Israel. Es increíble, de 1880 cuando estábamos luchando todavía con la zanja de Alsina, llegamos a 1910 con el elogio de Clemenceau, la sorpresa de Anatole France, con la Infanta de España que no puede creer lo que ve. Exhibimos un país moderno, con voluntad de vivir y aquí lo curioso: hay muchos países que son “nuevos ricos”, que se imponen en el mundo por algún vuelco económico; en cambio Argentina lo que impone es una cultura extraordinaria. Vienen hombres de todas las latitudes, ya sabemos lo que es la historia de la universidad argentina, el poder del derecho en la Argentina, las tradiciones que se van creando, la investigación. En la medicina podemos llegar al insólito caso de haber creado en 1920 ya desde Adolfo Posadas, la Escuela de Cirugía Torácica, que será invitada a Bélgica en la persona de Mariano Brea en esa década del 20 para enseñar medicina. Es decir es el triunfo de la inteligencia argentina, el triunfo de una mestización con lo mejor del mundo, con las sociedades europeas que habían demostrado que eran las conductoras del mundo. Tal lenguaje es muy difícil volver a usarlo, porque somos objeto de críticas y disculpas, y de un lenguaje ideológico que interrumpe el reconocimiento original, válido de esa gran actitud que nos hizo ser. Todos los que estamos aquí somos criollos o descendientes de europeos, o mezcla, pero es la fuerza de la Argentina que vivió esto como su noción absoluta. Sin crear jamás diferencias raciales o exclusiones como para ser tenidas en cuenta, o que fueran parecidas a las existentes en otras partes del mundo.

Es entonces cuando la Argentina se transforma en “un triunfal confín de occidente”, como dijera Canal Feijóo. Lejos de los centros de occidente, pero manteniendo valores y una fuerza de vida creativa extraordinaria. Entramos en el siglo XX para vivir un ciclo que hasta por lo menos 1970 fue de triunfos. Nuestros líderes políticos no aceptaron mezclarse con los conflictos europeos; mantuvimos el neutralismo tanto con Yrigoyen como con Perón, y mantuvimos sin embargo un progreso nacional continuado, por el cual nos parece que la Argentina se deslizó muy felizmente a lo largo del siglo XX, máxime cuando se lo compara con lo que fue el siglo XX para China, para Japón, lo que fue para Europa con Alemania, los desastres sociales de Francia y por último la ocupación de su país, la guerra civil de España.

A pesar de que nos hayan hecho creer, o algunos pretendan hacernos creer que hemos vivido décadas infames, el siglo XX argentino fue un siglo en que pese a las deformidades de nuestra vida política, prevaleció la lucha por establecer el Estado de Derecho sobre Estados irracionales, que en última instancia trataban de defender al Estado de Derecho. Esta es una larguísima dialéctica de las curiosidades argentinas y de la inmadurez argentina. Pero en definitiva y en esencia, hemos vivido sosteniendo sociedades que iban adelante, sociedades donde lo familiar progresaba, donde el ahorro tenía sentido, y el inmigrante que había llegado sin nada y a veces huyendo de la violencia e injusticia en sus propios países, encontraba aquí la posibilidad de progresar en muy pocos años económicamente, y de vivir cultural y moralmente en una sociedad del primer mundo.

Esto es el triunfo de la Argentina, el triunfo de una sociedad excepcional. Y hoy, desde las dificultades que estamos viviendo, podemos decir que no nos vamos a resignar a que la Argentina haya sido una llamarada que duró solamente un siglo o menos. No nos resignemos a eso, creo que el tejido de voluntad de vida de los argentinos, su capacidad creativa, su voluntad moral, no es la que queda reflejada en episodios o formas políticas que no nos representan.

Hay tres Argentinas que yo creo no se deben excluir. Ya no podemos interpretar la historia a través de oposiciones y odios. La Argentina de Roca, Sarmiento, Mitre y Carlos Pellegrini como la Argentina fundadora, necesariamente tenía que ir al golpazo que sufrió con Hipólito Yrigoyen. Porque en ese momento una enorme masa de gente que había llegado de los países europeos, la masa inmigracional, encontró el lugar de dos cosas muy importantes que faltaban: primero, la creación republicana. Nosotros habíamos vivido en una élite extraordinaria, y en buena hora que no había elecciones, pensando en Mitre, en Avellaneda, en Sarmiento. Pero eso era un episodio irregular desde el punto de vista institucional, aunque feliz. En cambio, a través de Hipólito Yrigoyen hacemos el intento como una sociedad civilizada de crear una republicanidad y de reconocer la existencia de los ciudadanos, esas masas enormes inmigracionales. O sea que al ciclo fundacional se agrega el de Yrigoyen con el radicalismo y una noción de igualdad, de ciudadanía respetable y de república.

Después sobreviene el episodio de Perón, importantísimo; es un ajuste social, nacional renovador. Una noción de soberanía que necesitábamos frente a ese triunfo económico donde estábamos vinculados internacionalmente, y que podía desdibujar aquella idea nacional importante que hay que definir en cualquier país joven. El peronismo además realizó una gesta que nos distingue del resto de los países de América Latina. Aunque haya sido tan antipático el peronismo para la ciudad de Buenos Aires, realizó en las provincias un sentimiento de igualdad, de realce de la posición del trabajador y del hombre del interior en el esquema social con un sentido igualitario, con un sentido de progreso y de inserción social, y no un sentido de ciudadanos de segunda.

En toda América Latina las sociedades crean una enorme masa de ciudadanos de segunda, sin cultura y sin la preparación que debe tener un ciudadano en un orden verdaderamente civilizado. Yo creo que eso se debe también al peronismo, y creo entonces que pasadas las décadas, tanto Roca como Yrigoyen como Perón, son fuerzas que se agregaron con su lenguaje, pese a sus enemistades, pese a todas las dificultades y oposiciones, y que fueron creando esa totalidad del ser nacional, de las cualidades argentinas. En todo caso, lo que se salva de la Argentina es la voluntad de ser, la voluntad de crear la propia aventura, el amor a la patria. El desafío de sacar de los desiertos un país, y transformarlo en una nación pujante, con una calidad de vida de primera; esto no se puede olvidar ni subestimar.

A partir de 1970 entramos en un capítulo nuevo, que nos va a llevar tristemente a ciertas caídas lamentables en la vida argentina. Hemos vivido, a partir de un asesinato que algunos creyeron ver como venganza, una presión de fuerzas ideológicas que se levantaron incluso contra el peronismo tradicional, que fue una tercera posición, un reformismo indefinido, pero que no tenía nada que ver con las fuerzas sociales en puja, con los socialismos en puja en el mundo. Y de alguna manera entramos en unas fórmulas ideológicas muy negativas que empezaron a disminuir este sentimiento nacional argentino, que era un sentimiento claro, puro, de progreso. Yo creo que hay tres episodios que han determinado, a partir de 1970 ese escepticismo, esa falta de ganas que sentimos tantos argentinos hoy. Uno es la violencia revolucionaria demencial, de grupos que se levantaron contra la mayoría peronista, que después se levantan contra el mismo Perón, que luego intentan crear una patria socialista fundada en una ideología que tiene casi ribetes fascistas. Entonces este absurdo fue uno de los episodios que quebró un poco esa marcha profunda y firme de la Argentina. Luego, otro episodio para mí grave en el sentido moral fue la derrota en Malvinas; ese reclamo justo por nuestro territorio se transforma en una guerra que la vivimos con un entusiasmo nacional extraordinario y que después hipócritamente hemos condenado. Hemos condenado a nuestro ejército, hemos dejado de luchar como hubiera correspondido por esta causa legítima, y no supimos demostrar ser un pueblo que pueda afrontar una derrota como una batalla perdida y no como una derrota definitiva.

El otro elemento con que nos acercamos a la realidad de hoy con escepticismo, y que nos causó daño -aparte de la violencia revolucionaria y la derrota de Malvinas- es el fracaso reciente de ese economicismo primer-mundista en el cual nos hemos zambullido los argentinos con un entusiasmo digno de mejor suerte. Lo hemos hecho con imprudencia, la experiencia terminó mal. El empresariado argentino no logró imponerse, tal como lo invitaba el gobierno para crear nuevas formas económicas de afirmación. El empresariado vivió tímidamente esta posibilidad, y no hemos logrado consolidar el poder económico, pese a haber querido crear una modernización y un ingreso a paso firme en el primer mundo económico.

Estos fracasos, estas circunstancias, pesan hoy sobre nosotros con mucha intensidad. Y hoy nos encontramos en medio de una realidad donde se produce esta curiosa desorientación. Sabemos que vivimos en un país extraordinario, sabemos que este país no merece que nosotros no estemos a la altura de él, somos una generación que no se puede ir de la escena sin poner en orden las cosas. Estamos viviendo un país con una clase dirigente que ya se veía hace tiempo, con sus falencias y su mediocridad, que nos está llevando a una nueva situación de perplejidad. La clase dirigente argentina, la que pudo provocar el episodio del señor López Rega, la que pudo habernos llevado a la quiebra económica más grave del siglo, esa misma clase dirigente hoy nos está proponiendo situaciones absurdas, situaciones de falta de sentido normal de la conducción y de buen sentido.

La Argentina carece de buen sentido, se está gobernando a los golpazos, en contradicciones, y una de las esferas más golpeadas es la nuestra, la esfera judicial. Es malo cuando en un país nuevo como el nuestro que no tiene esa red de valores y de convicciones creada históricamente a través de siglos, se cae en perder el sentido del derecho. El derecho es esa única forma que puede regir las contradicciones, las arbitrariedades, la voluntad irracional de poder. Así que estamos perdiendo los matices del Estado de Derecho. Estamos viviendo en un país donde un grupo de personas puede realizar lo que se ha dado en llamar “escrache”. En la calle, grupos de cualquier tenor pueden intimidar a una persona libremente, pueden intimidar al resto de la sociedad. Estamos viviendo en una sociedad intimidada, y de la intimidación pasamos al miedo como un síndrome permanente de nuestra conducta.

Es una sociedad que permite la intimidación, donde hay gente que habla de “desjudicializar” la protesta social. Quiere decir que afirmamos la posibilidad del delito; estamos destruyendo el orden más elemental, el orden jurídico más primario, el que aprendemos en el primer año de la Facultad. Estamos negando el respeto de la ley, hecho que nos da seguridad a todos. Este es el país donde el desorden jurídico está creciendo a tal punto, que verdaderamente se está creando un sentido de impunidad vandálica en las calles, y no sabemos qué efecto y qué conclusión irá a tener.

La Argentina debe tener un rearme jurídico, con un sentido de aplicación constitucional de las leyes y de movilización de todo el ser judicial, que vaya desde los abogados hasta los jueces de la Suprema Corte. Si no nos movilizamos, corremos un riesgo enorme de caer en formas anárquicas crecientes. Estamos perdiendo el orden elemental de la ley, el orden que puede encauzar y evitar. La indisciplina y la corrupción son dos hechos permanentes en la Argentina de los últimos años. Y la única forma que tenemos para combatirlos no es otra que la aplicación rigurosa de la ley. No sabemos en este momento de desorden jurídico, de impunidad, de creación de piquetes que se sienten casi guardias pretorianas de factores políticos, no sabemos cómo puede reaccionar una masa de jóvenes que ni estudia ni trabaja, y que serán carne o de la nada existencial, o de la violencia o del delito.

No sabemos cómo podremos manejarnos frente a unos episodios de delincuencia cotidiana, creada indudablemente por problemas sociales, pero permitida en base a una falsa interpretación de la noción de las obligaciones del Estado. En este punto, podemos afirmar que estamos frente a una ausencia de la obligación esencial del Estado en cuanto a mantener el orden público. Este es un episodio básico de cualquier comunidad. Todos nosotros recordamos las teorías del origen del Estado, y en las comunidades primitivas la noción fundamental del Estado es ese grupo que integrará el poder con el efecto de garantizar un mínimo de orden para que la sociedad pueda progresar, reproducirse, ser y vivir en felicidad. Hoy en cambio estamos en el mundo del piqueterismo, del escrache, del miedo. Hoy un policía que tiene que reprimir de acuerdo a las órdenes de cualquier Estado normal, para proteger la propiedad y la vida de cualquier persona amenazada, sabe que si interviene tendrá más problemas seguramente que el delincuente agresor.

Hemos llegado a este punto, cuando la clase dirigente por razones confusas no actúa (porque no se sabe si quiere propiciar un desorden para entonces hacer una revolución, o si simplemente está tan desconectada de la realidad que está propiciando la anarquía sin destino). Ante cualquiera de las dos causas posibles, o que haya un grupo de conspiradores que quiera diluir totalmente la sociedad argentina, o que se trate simplemente de estupidez de Estado, los argentinos debemos saber que somos una generación a la que nos queda una sola posibilidad: tener el coraje y la voluntad de ser que tuvieron los hombres de 1810, de 1816, de 1853 y de 1880, con distinto lenguaje. Asumir esto como un mandato moral, patriótico, de afirmar la voluntad de ser contra este desquicio increíble del sistema judicial argentino. No tenemos otra oportunidad que ser la generación de un renacimiento. Y yo creo que es más fácil crear de la nada un país, como le tocó hacer a Sarmiento, a Roca o a Mitre, que reorganizarlo cuando la máquina se descompuso. No sabemos cómo actuar, por donde entrar. Debemos saber que hay una sola carta, que es la carta política. Solamente a través de la política y de nuestra participación podremos modificar este momento que todavía está indeciso y que todavía no nos llevó a la ruina total.

Creo entonces que es el momento de vivir la patria como una legión que nos compromete. No olvidemos que muchos de nosotros pasamos nuestra vida gozando hedónicamente del placer de la Argentina. No hemos tenido que, como dijo Nicolás Repetto cuando se asoció al Partido Socialista, “echar la honra a los perros”. No hemos hecho eso, hemos pasado por la política a veces sin un compromiso total. Hoy la patria nos está llamando como en 1810. Simplemente eso; es muy grande nuestra responsabilidad, es muy grande la responsabilidad de los jóvenes. Y los que ya tenemos más edad deberíamos pensar que no merecemos irnos de esta patria que nos dio todo, sin haber jugado la última carta. Muchas gracias.

Seguidamente los socios formularon consultas al orador. Actuó como moderador el Secretario, Dr. Guillermo Lipera

Palabras finales del Dr. Enrique Del Carril

En nombre del Colegio de Abogados le agradezco al Embajador Abel Posse estas líneas que nos ha dado. Debe saberse que esta Institución, en momentos difíciles del país siempre ha defendido el derecho, siempre se ha opuesto al despotismo y en nuestra Casa en este momento hay socios los más antiguos, que heroicamente nos han dado un ejemplo en ese respecto. El Embajador Posse nos da algunas líneas para la reconciliación. Yo creo que estas líneas pasan por que todos los que hemos vivido estas épocas difíciles practiquemos el perdón y miremos al futuro. Creo que es importante mirar lo que nos une más que mirar lo que nos divide.

Y quiero terminar con dos párrafos de la Declaración de los Jóvenes, porque insisto, es una visión de aquéllos que no han vivido la realidad que nos convoca hoy. Ellos dicen: “Lamentablemente nuestro país sigue sumido en la discusión setentista como lo estuvo por más de cien años en la disputa entre federales y unitarios. ¿Hasta cuándo seguiremos mirando el pasado con el único objeto de ahondar nuestras divisiones? Evidentemente la verdad histórica es una, pero frente a las diferentes interpretaciones, si no nos ponemos de acuerdo sobre ella, lo importante es tener una actitud superadora y madura.”

Creo que esto es lo que nos están pidiendo los jóvenes. Los de edad mediana, que vivimos la década del 70 como protagonistas y escuchamos a los mayores, creo que tenemos que ver lo que hay que hacer, que está un poco en la línea de lo que nos ha dicho hoy el embajador Abel Posse, y por eso le damos muchas gracias y lo felicitamos por su presentación.

La Hoja es una publicación del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires